SÁBADO 3 AM
Son
las 3 AM
y
estoy despierta.
Suelo
despertarme a esta hora,
a
pesar de que la medicación garantiza
una noche de sueño sin agujeros.
Dicen
que a las 3 AM
empieza
el tiempo muerto,
el que
desdibuja las fronteras
entre
un mundo y otro,
y los
espíritus van y vienen,
susurrando
en nuestros oídos
sus
verdades incómodas.
O que
es la hora del Diablo,
porque
Jesús murió en la cruz a las 3 PM
y el
maligno se burla de sus símbolos
en
modo parodia,
compitiendo
con él como si fuera
un
hermano menor que necesita
que
el padre lo mire, lo vea.
No lo
sé.
Sólo sé que a las 3 AM
todo
lo que me rodea
me
parece lejano e irreal.
Deambulando
por la casa,
con
los párpados pesados y la lengua pastosa,
me
urge nombrar a todas las cosas
para
volverlas ciertas.
Entonces
digo mesa, silla, taza.
Boca, dedos, corazón.
Entonces
digo perro.
Y el aludido
levanta la cabeza y me mira.
Se reconoce en la palabra
que modulo con torpeza.
Sus
ojos me alivian.
Mesa, silla, taza.
Boca, dedos, corazón.
Perro.
Nadie
se quedó con lo mío.
Nadie las privó de su nombre.
Nada
explotó
como una burbuja de jabón
o un
misil
mientras
no estuve alerta.
En un
rato volveré a la cama,
algo
más tranquila, pero sabiéndolo.
Sabiendo
que por la mañana,
el
sol tachará de su inventario
lo
que ha muerto.
Lo
que perdí o se volvió irreal
porque
no supe cómo nombrarlo.
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