lunes, 27 de febrero de 2023

EL DÍA QUE SUPIMOS QUE HABÍA MUERTO ROY ORBISON


 EL DÍA QUE SUPIMOS QUE HABÍA MUERTO ROY ORBISON


Recuerdo el día que supimos que había muerto Roy Orbison.
Estábamos sentados en tu cama
fumando y escuchando “Only the lonely”,
o “California Blue”,
o algún tema de The Travelling Wilburys
(la música fue siempre nuestro idioma común,
el puente entre tu rutina y la mía,
lo que nos mantuvo unidos
cuando dejamos de decorar con brillantina
y plasticolas de colores
los huesos de caracú que la abuela desechaba
después del puchero;
cuando dejamos de comer flores y papel
para entrenarnos con vistas a la hambruna
que iba a provocar la Tercera Guerra Mundial).

Ese día no me hablaste de la voz barítono de Roy Orbison.
Me hablaste de su corazón.
Me dijiste que su corazón no había aguantado
porque estaba roto.
Me contaste que su mujer bonita
se había acostado con otro
y que el perdón no alcanzó para que no se estrellara en una moto
a no sé cuántos kilómetros por hora.
Claudette, 24 años, increíbles ojos azules.
Me contaste que dos de sus hijitos
habían muerto en un incendio
cuando el recuerdo de la madre todavía dolía.
Roy y Tony, 10 y 8 años, los mismos ojos que papá
escondía detrás de sus dramáticas gafas negras.
Sí, el corazón de Roy estaba roto.

Me pareció raro que me dijeras eso:
porque eras muy joven
y porque siempre la ibas de duro.
Pero nunca olvidé esa conversación.
Y cada vez que escucho a Roy Orbison
pienso en vos.

A veces me pregunto por qué tu corazón no aguantó.
Si hubo algo que me perdí de tu vida.
Algo que no me contaste sentados en tu cama, fumando.
Un amor que no fue,
un hijo que no fue,
un incendio tripas adentro.

A veces me preguntó si tu corazón también estaba roto.

Prefiero pensar que fumabas demasiado.


viernes, 24 de febrero de 2023

ÚLTIMO DESEO


ÚLTIMO DESEO

Cuando era joven
y pensaba en las cosas que deseaba hacer
antes de morir
pensaba en grandes cosas.
O, por lo menos,
estaba convencida de que pensaba en grandes cosas.
Liverpool, París,
ser hermosa en la mirada de los otros,
brillar en la palabra.
Hacer de mi cuerpo el cuerpo del poema
y bla, bla, bla.
Hacer algo trascendente.

La vida fue tachando cada deseo
con la naturalidad con la que se tachan,
uno a uno,
los productos de la lista del mercado.
Al final, Liverpool no era más que un paquete de harina.
París, una lata de atún que no esté abollada.
Ser hermosa, brillar, trascender,
algo tan trivial como una bolsa de piedritas para los gatos.

Pero hay un deseo
(un último y fabuloso deseo)
que todavía me toca los ojos cada noche
antes de arrojarlos a la fuente del sueño
como si fueran moneditas de cansancio.
Una pequeña zanahoria de luz
delante de esta burra que hizo de su cuerpo
algo más
(algo menos)
que un puñado de palabras imprescindibles:
ver a los osos en el bosque.
Ver danzar a los osos en el bosque.

martes, 21 de febrero de 2023

PARA SIEMPRE


 PARA SIEMPRE


Cuando me enteré de que mi primo había muerto
no lloré.
Hacía años que no nos veíamos
y no guardaba de él demasiados recuerdos felices.
Me lamenté, claro,
(siempre me lamento cuando alguien muere,
sobre todo si es joven)
pero no hubo una sola fractura
en las compuertas de mi mirada,
ningún gesto de humedad,
ni el más ligero titubeo.

La familia, dicen.
La sangre.
La familia no es más que una enorme casualidad,
monstruosa o dulce
(mi madre se enamoró del hermano de tu madre
y nada más;
fuiste una eventualidad en mi vida,
alguien que yo no elegí ni me eligió,
ni antes,
cuando se eligieron otros,
ni después,
cuando pudimos elegirnos).
La sangre no obliga ni inclina,
no es la Estrella Guía,
no define tu historia.
La sangre no enlaza
(¿cómo podría enlazar la sangre
a dos que se desconocen?;
Lazos de sangre” es una vieja novela de Sidney Sheldon,
y nada más,
nada más,
nada más).

Cuando me enteré de que mi primo había muerto
no lloré.
No quise. No pude. No supe.

Lloré, sí, una semana después.
Lloré mucho.
Lloré cuando comprendí
que otra pieza del rompecabezas de mi infancia
(ese rompecabezas que insisto en armar
a contrapelo de relojes y almanaques)
se había extraviado.
Sin sentido. Sin vuelta atrás. Sin remedio.
Sin que el mundo deje de girar por un segundo.
Para siempre.


domingo, 19 de febrero de 2023

TENDRÍAS QUE HABER SIDO VOS

TENDRÍAS QUE HABER SIDO VOS


Tendrías que haber sido vos.


Tendrías que haber sido vos

el rubio que me besó en el  ‘82

y me dijo sos la chica más linda de la escuela,

lástima que seas tan rara,

aunque por ahí ser rara es lo que te hace tan linda:

mientras las otras  se apretujan en el baño

para pintarse los ojos

vos  te quedás acá, mirando el  cielo de frente,

y te colgás del cuello hilos de mariposas,

cenizas de revoluciones,

canciones de Bob Dylan.


Tendrías que haber sido vos

el vecino con el que me tropecé a los dieciséis

y al que amé feroz y platónicamente

(es el hombre más lindo del mundo,

igualito a Paul McCartney,

no,  más lindo que Paul McCartney;

si no me toca me muero,

si me toca me muero también,

combustión espontánea le dicen,

es raro, pero pasa).


Tendrías que haber sido vos

el chico que me acarició la cabeza

cuando el amigo de Richard Gere  se suicidó en “Reto al destino”

y yo me puse a llorar desconsoladamente.

El que me compró un amanecer en la playa

y me dijo que ahí, en el sol,

iba a estar lo que quisiera ver, siempre.


Tendrías que haber sido vos el pibe de la fábrica,

el hermano de mi odontólogo,

el baterista de ese grupo ignoto que nunca llegó a nada,

el hombre que tiene los ojos del mismo color que los de mi hijo.


Tendría que haber sido otro

el que apareciera

cuando estuviera cansada de vos,

y me dijera que sí pero no,

que tal vez, si yo no tuviera que revisar cuadernos,

que tal vez, si nos hubiéramos conocido hace veinticinco años,

que tal vez en la próxima vida

cuando seas vos el mentiroso que me tome del brazo con  dulzura

y me diga al oído

sos la chica más linda de la escuela, la más sexy,

la que saldría seguro en la tapa de Playboy

si no estuviera siempre buscándole la vuelta a las canciones de Bob Dylan

y no fuera tan bajita.




Arte: Enar Cruz 

Del poemario "Pretty in pink" (2016) 

viernes, 17 de febrero de 2023

YES, LOVE


 YES, LOVE

En memoria de David Cassidy (1950 - 2017)

Tenía once años cuando la sangre me visitó por primera vez.
Yo era una serpiente delicada
mudando la piel
y estallé en rojo
como una rosa del desierto recién hecha
alimentándose del calostro de la primavera.

Tenía once años cuando lo vi por primera vez.
Él era una perdiz de azúcar donde hincar el diente
de los mejores finales,
algo que me pasaba en el cuerpo,
en la poesía desafinada de los pupitres,
la contracara perfecta de una siesta aburrida de muñecas.

Mamá decía que enamorarse así de alguien que salía en la TV
me hacía un poco loca
(ella había amado a James Dean treinta años antes
y había llorado tanto).

Tenía once años y era feliz esperando
lo que al final no llegó:
jamás completé un álbum de figuritas
ni aprendí a bailar.
Nunca besé a David Cassidy.



Fotografía: David Cassidy