¿Qué haría si mañana
se acabara el mundo?
Le diría a mi hijo que lo quiero
más que a nada, que a nadie,
y que estoy orgullosa de su sensibilidad,
de sus largos dedos de músico.
Iría a ver a mi mamá y la abrazaría,
sin que se me estrujara el alma
al notar que se humedecen sus ojos viejos
sobre la aséptica barricada del barbijo,
sin que dos metros de miedo
me impidan hundir la nariz en su olor a jabón blanco.
Iría a ver a mi sobrinito
que tiene un año y me desconoce.
A mi tío, a mis hermanos,
a dos o tres amigas con las que no comparto sangre
pero son familia.
Releería el cuento "El
lago", de Ray Bradbury.
Escucharía Rubber
Soul
y cuando sonara el solo de piano de George Martin
en "In my
life"
el corazón repetiría una vez más
el prodigio de convertirse en gaviota y graznar
mientras vuela en círculos
sobre los grises muelles de Liverpool.
El único milagro que reconozco.
Pero, después de eso,
¿tendría ganas de bailar?
¿Tendría ganas de hacer el amor?
¿Tendría ganas de tomar un buen champagne
(¡por fin un buen champagne!)
y reírme a pura burbuja?
¿O me sentaría en la cocina a fumar
y mirar con insistencia un punto fijo,
como ahora?
Arte: "Mujer triste", Claudia Nuñez Fasce
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