domingo, 11 de octubre de 2020

LA MARY



LA MARY

 

Era de tardecita, me acuerdo.

Papá entró a la cocina, pálido,

y le dijo algo a mamá por lo bajo.

Mamá se puso a llorar

y dejó de revolver la olla

que tenía en el fuego.

Yo no pregunté nada

amparada en esa sabiduría infantil

que perdemos con los años:

hacernos bolitas de silencio,

desaparecer cuando en el mundo de los grandes

se instala el virus del dolor,

rodar hasta debajo de la cama

y confundirnos con su caos secreto,

ser una florcita más de tierra y pelusa.

 

Al otro día lo supe:

se había muerto la Mary.

La Mary, que usaba vestidos baratos

y una colita en el pelo,

y tenía tres nenes chiquitos

y un marido que no conseguía trabajo.

¿Y ahora?

¿Y ahora qué va a hacer él

con tres nenes chiquitos

que hociquean los rincones

como perritos recién nacidos

buscando el olor de mamá?

¿Qué va a hacer

con ese plato de arroz que no llega?

 

Al otro día lo supe:

se había muerto la Mary.

Lo que no supe fue cómo

ni por qué.

De esas cosas no se habla.

Y menos con florcitas de pelusa de seis años

que se atrincheran debajo de la cama

y no quieren salir,

porque no hay escoba que valga

cuando los grandes lloran

y todo es miedo.

 

Con el tiempo supe, sí.

Cuando crecí supe

cómo se había muerto la Mary.

A veces pienso en ella

e imagino que una hemorragia injusta

todavía fluye entre sus piernas de polvo.

Imagino alguno de sus vestidos baratos

manchado de terror y agonía.

En los que pienso seguido es en sus hijos:

a ellos los imagino llorando en un rincón del aula

mientras sus compañeritos tallan jabones

o se embadurnan los guardapolvos con témpera

mientras fabrican regalitos para el día de la madre

como parte de la currícula estúpida

de un puñado de maestras anestesiadas.

Llevando flores al cementerio

hasta que todo deja de tener sentido:

las flores, el cementerio,

el ejercicio de recordar a una madre borrosa

que conocieron apenas.

 

Hace poco le pregunté a mamá por la Mary.

Ella dice que no se acuerda.

Yo creo que sí,

que se acuerda,

pero no quiere hablar del tema.

Cuando corté el teléfono

rodé hasta debajo de mi cama.

Me costó entrar, claro.

Ya no tengo seis años.

Me costó ver que las pelusas ya no parecían flores.

Y estaban manchadas de indiferencia y sangre.



Arte: "Women face",  Aatif Sayed

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