domingo, 4 de octubre de 2020

TE HA VISTO DIOS


TE HA VISTO DIOS

 

En uno de los libros de lectura

de mis primeros años de escuela

había un texto cuyo protagonista

le robaba con éxito unos cuantos duraznos al vecino.

Pero cuando los estaba saboreando

y pensando con alivio que nadie había sido testigo

de semejante fechoría,

una voz omnisciente,

mucho menos simpática que la de Pepito Grillo,

le susurraba con grandilocuencia en uno de sus oídos:

“Te ha visto Dios”.

 

Ok, está mal robar,

aún los duraznos del árbol del vecino,

pero el impacto que ese texto tuvo en mi vida

fue devastador.

Cada vez que hacía algo que no debía

(mentir, usarle las cosas a mi hermana sin su permiso

o hacerle fuck you a mi mamá

cuando zanjaba una discusión dándome la espalda

y mascullando su antidemocrático “porque lo digo yo”)

pensaba inmediatamente: “Me ha visto Dios”.

Y me sentía tan mal como si me hubiese zampado al hilo

media docena de duraznos ajenos.

Medio verdes, encima.

 

La primera vez que me desnudé frente a un hombre pensé:

“Me está viendo Dios, maldito voyeur”.

A esta altura

tenía las hormonas recalentadas

y estaba harta de sentirme culpable

por unos duraznos que yo no había robado.

Pero todavía me suponía extrañamente observada,

en una especie de paranoia mística

que ni siquiera podía achacarle al catecismo.

Porque la voz persecutoria,

la omnisciente voz persecutoria,

estaba en el libro de 2°.

¿Quién puede ser tan perverso

como para incluir semejante disparate

en un libro de lectura de 2°?

 

Con los años

me convencí de que Dios había dejado de mirarme

porque mi vida era demasiado aburrida.

Tener sus pupilas sobre mí día y noche

era una total pérdida de tiempo.

 

Con más años me di cuenta de que sí,

de que Dios sí me estaba mirando.

Me mira ahora

en los ojos insistentes del perro que,

echado a mis pies,

espera con paciencia mientras cocino,

a ver si le toca algo.

 

El asunto de los duraznos ya está zanjado.



Ilustración: Libro de lectura para 2° "Despertar" de Beatriz Mosquera, Editorial Kapelusz (1969)

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