sábado, 31 de octubre de 2020

ITINERANTE


 

"INVENCIONES A DOS VOCES" DE EUGENIO POLISKY / CONTRATAPA




"INVENCIONES A DOS VOCES" DE EUGENIO POLISKY / CONTRATAPA

La poesía, que emerge del silencio y es el silencio (todo eso que se calla cuando se dice), es en “Invenciones a dos voces”, de Eugenio Polisky, una llave airosa que abre las puertas de una casa de palabras donde cada texto oficia como refugio y como salvoconducto. El autor cristaliza en sus poemas, el amparo del nido y el don del vuelo.  Nos ilumina y nos ciega (nos propone temblar frente a la luz, redescubrirla, convertir nuestra mirada en un escalpelo minucioso o en el diligente pico de un pájaro, y trabajar para encontrar lo profundo y lo trascendente debajo de la aparente sencillez de las palabras). Nos toca en lo que es y en lo que fue, ondea nuestra memoria hasta convertirla en la melancólica bandera a media asta de Paul Celan.
Eugenio Polisky  nos ofrece en “Invenciones a  dos voces”, además de una cuota invaluable de belleza, el compromiso y la seriedad indispensables para que el autor se convierta en referente dentro del panorama de la poesía argentina contemporánea.

Raquel G. Fernández


jueves, 29 de octubre de 2020

¿QUÉ HARÍA SI MAÑANA SE ACABARA EL MUNDO?


 ¿QUÉ HARÍA SI MAÑANA SE ACABARA EL MUNDO?


¿Qué haría si mañana

se acabara el mundo?

Le diría a mi hijo que lo quiero

más que a nada, que a nadie,

y que estoy orgullosa de su sensibilidad,

de sus largos dedos de músico.

Iría a ver a mi mamá y la abrazaría,

sin que se me estrujara el alma

al notar que se humedecen sus ojos viejos

sobre la aséptica barricada del barbijo,

sin que dos metros de miedo

me impidan hundir la nariz en su olor a jabón blanco.

Iría a ver a mi sobrinito

que tiene un año y me desconoce.

A mi tío, a mis hermanos,

a dos o tres amigas con las que no comparto sangre

pero son familia.

Releería el cuento "El lago", de Ray Bradbury.

Escucharía Rubber Soul

y cuando sonara el solo de piano de George Martin

en "In my life"

el corazón repetiría una vez más

el prodigio de convertirse en gaviota y graznar

mientras vuela en círculos

sobre los grises muelles de Liverpool.

El único milagro que reconozco.


Pero, después de eso,

¿tendría ganas de bailar?

¿Tendría ganas de hacer el amor?

¿Tendría ganas de tomar un buen champagne

(¡por fin un buen champagne!)

y reírme a pura burbuja?


¿O me sentaría en la cocina a fumar

y mirar con insistencia un punto fijo,

como ahora?



Arte: "Mujer triste", Claudia Nuñez Fasce

lunes, 26 de octubre de 2020

LUNES 4 AM


LUNES 4 AM

 

Son las 4 AM y no puedo dormir.

Ninguna novedad.

Siempre estoy despierta a esta hora.

Sentada en la cocina, fumando

tratando de encontrar la punta

del ovillo del sueño,

envidio al perro inmóvil

cuyo pecho apenas se levanta

en un juego de respiración lenta y suave.

El silencio sería perfecto

si el tic tac del reloj

no insistiera en repetirse.

 

Me pregunto hacia dónde me llevan las aguas

de este río revuelto que no es ganancia para nadie.

Me pregunto qué sentido tiene

estar enojada con el mundo

si el mundo sigue girando ajeno a mis berrinches.

El tiempo no para

(me lo recuerdan el insistente tic tac

y las pequeñas arrugas

que una araña invisible

tejió con prolijidad alrededor de mis ojos).

Los días vividos se amontonan

como hojarasca

en las puertas de este cuerpo

expatriado de la primavera.

 

Hoy, de madrugada todo parece más claro.

Más preciso, más contundente.

La soledad se hincha

como el estómago de un rico

que devoró su ración y la de alguien más.

Alguien más que se murió de hambre

con los ojos saltones y las manos

extendidas hacia lo imposible.

Me pregunto si escribir tiene sentido

en este mundo donde las palabras se repiten tanto

que acaban por vaciarse de significado.

Me pregunto cuánto hace que noté

el acecho del tic tac,

cuánto hace que las arañas tejen sus sentencias,

cuánto hace que me como la ración de otro

que se muere

sin que yo deje de dar vueltas sobre mi ombligo. 

 

Me pregunto cuándo empecé a envejecer.

Cuánto hace

que nadie me besa en la boca. 

 

 

 

Arte: "Insomnia", Nadia Anna Crosignani

domingo, 25 de octubre de 2020

"PALABRAS QUE CUENTAN..." (rincón poético) / CENTRO CULTURAL JUSTO LYNCH / "YO VUELVO"

CUATRO PAQUETITOS


CUATRO PAQUETITOS

 

Camina despacito, con su trípode,

la espalda siempre arqueada

como si estuviera reverenciando

a las rosas que octubre desperdigó en su jardín.

Las piezas de un rompecabezas de colores

que cambian de ubicación

a medida que sopla el viento.

Tiene el pelo blanco, blanquísimo,

y los ojos cansados,

pero cuando lo miro

todavía lo veo como cuando era joven,

con esos bigotes cómicos de los ‘70

y una camisa de rayas gruesas en tonos de verde y ocre

que terminó, como toda su ropa,

limpiando la mesada de la cocina.

El tío nunca tuvo un repasador de verdad.

Siempre trapos, como la abuela.

 

Escucha poco y habla bajito

(aunque mamá dice que le grita,

y él se defiende de las acusaciones

cuando me lleva al fondo

para mostrarme sus rosas,

“tu madre está muy nerviosa,

yo nunca le grito a nadie”).

 

Hablando bajito me dice

“te quiero mostrar dónde tengo la plata,

son cuatro paquetitos,

uno para cada uno,

te quiero mostrar por si la muerte;

hubiera querido juntar más,

pero no pude”.

A mí se me llenan los ojos de lágrimas.

Por la delicadeza de hacer cuatro paquetitos

y por si la muerte.

Porque tengo ganas de dar el abrazo imposible

y lo único que hago es ser la réferi incómoda

entre dos cabezas blancas que se pelean,

una guerra de los Roses sin matrimonio,

cosas de hermanos.

Porque tengo ganas de hacerme la tonta

pero no puedo dejar de repetirme

va a pasar, en algún momento va a pasar.

 

Cuatro paquetitos.

La herencia del tío solterón

para los cuatro sobrinos que siguen vivos

(para el quinto son sus rosas,

desde que tuvo la amarga ocurrencia

de soltarle la mano a la primavera).

“Hubiera querido juntar más”.

Se me llenan los ojos de lágrimas

y me enojo.

Cuántas cosas no hiciste, tío,

para poder juntarnos una módica herencia.

Cuántos viajes no fueron. Cuántos libros.

Cuántos pucheros en “El Globo”.

 

Nada de paquetitos. Nada.

Cuando uno se va

lo único que uno debería dejar son deudas.

 

Y que se arreglen los que quedan.

Si pueden.

  

viernes, 23 de octubre de 2020

AUTORRETRATO V


AUTORRETRATO V

 

Me gustan las novelas rusas,

los cuentos tradicionales alemanes

y la poesía,

venga de donde venga.

Me gustan los amaneceres,

porque alguien me dijo una vez

que los muertos amados despuntaban con el sol

y podía verlos convertirse en luz,

en día.

Me gustan las amapolas

pero siempre me fueron esquivas.

Me gustan los hombres

que no se asustan de mi tristeza

y me tocan con los ojos

cuando me desvisto en sueños.

Me gusta París, aún sin conocerla.

Me gustan Los Beatles y los gatos.

Me gusta escribir

aunque en mi casa me digan

que escribir no sirve para nada

y que el arte va a desaparecer

más temprano que tarde.

Como los dinosaurios.

Como los pájaros dodo.

Como todo, podría contestar.

Pero me gusta quedarme callada

cuando tengo razón

y vociferar cuando no la tengo.

 

Me gusta creer que hay un lugar

donde las cicatrices se convierten en relámpagos.

e iluminan

cada paso dado hacia atrás en la memoria.

Y los recuerdos cobran vida,

y yo vivo con ellos,

y ahí estoy, otra vez,

susurrándole en el oído

a mi hermanito entredormido

que soy la voz de su conciencia.

Ahí estoy, pintándome la boca

para salir al encuentro

de algún amor pasajero

que vino con la lluvia

y se fue sin dolor,

como una flor que se marchita

después de encender el jardín,

naturalmente.

 

Me gusta el mar.

Me gusta imaginar que vengo del mar.

Que soy una sirena que cambió su voz

por un par de piernas que, al final,

no la llevaron a ningún lado

(y por eso mis poemas desafinan,

no logran, jamás,

la armonía que quisiera impregnarles).

O una selkie que perdió su piel de foca

y añora un océano vedado.

 

Me gustan ciertas palabras,

que son como campanas.

Me gustan ciertas campanas

cuando me llaman

a la misa del cuerpo

(cada vez más escasa,

cada vez más formal

y menos fiesta).

 

Me gusta imaginar que vengo del mar.

Y que vuelvo al mar

un día de éstos.



 

Arte: Bunna Mancuso

jueves, 22 de octubre de 2020

YER BLUES

 YER BLUES 

         A mi hermano Daniel 


Antes quería morirme.

A la mañana, quería morirme.

A la tarde, quería morirme.

A la noche, quería morirme.

Quería encontrar un interruptor en mi cabeza,

apagar la luz, las voces,

los pensamientos insidiosos

que me devoran el cerebro

como si fueran gusanos

ensañados con una manzana indefensa.

Dejarme ir,

dejarme arrastrar por una oscuridad

sin espasmos, sin temblores,

de cuerpo presente, de alma  presente.

Dejarme arrastrar por un río

que me lave el yo, me gaste el nombre.

 Que me convierta en un acertijo, al principio,

en un signo de pregunta;

y después, en algo pasó hace mucho tiempo,

algo para olvidar,

un tema incómodo que no se toca

en las fiestas familiares.

 

Quería morirme todo el tiempo,

porque vivir era una carga tan pesada

que no podía llevarla.

Y cuando extendía la mano buscando amor,

era una mendiga a la que le daban vuelta la cara.

 

Pero ahora no quiero morirme.

No.

Ahora quiero vivir hasta el último minuto.

Hasta el último estertor de este infierno llamado humanidad.

Quiero vivir a pesar de todas las cosas sueltas

que hay en mi cabeza

y hacen ruido cuando la apoyo en la almohada.

Quiero vivir aunque me duela.

Quiero ver si hay zombies

o simplemente estornudos multiplicándose

como conejos infecciosos. 

 

Quiero ver cómo termina toda esta mierda.




 Arte: Brenda Reale

martes, 20 de octubre de 2020

GRACIAS @dharioel


 

CREMA DEL CIELO


CREMA DEL CIELO

 

Siempre me pregunto

y pregunto

de qué está hecha la crema del cielo.

“Es crema de vainilla con colorante celeste”,

me responden invariablemente los interrogados,

poniendo cara de tan grande y tan pavota.

Por supuesto,

semejante respuesta no me satisface.

Me gustan los misterios

y paso de las resoluciones obvias,

por lógicas que parezcan.

 

La crema del cielo tiene que estar hecha de otra cosa.

Algo maravilloso que justifique

un nombre tan prometedor.

Un ingrediente secreto,

una pizca de nube,

una gota de Dios,

no sé cuántos gramos de las veredas pisadas en la infancia

después de que lloviera al este y al oeste

y el brujo viento quedara retratado en las baldosas

con un puñado de flores de jacarandá.

 

“Es crema de vainilla con colorante celeste”,

me repiten mis parientes y amigos,

que suponen que mi cabeza es una casa tomada

por esa loca llamada Fantasía

y que no tengo remedio,

aunque insistan en llenarme los bolsillos de recetas

y la mesita de luz

de cajitas con pastillas de todos los colores.

No.

De todos los colores no.

Celeste no hay ninguna.

 

¿De qué está hecha la crema del cielo?

Yo, por las dudas, no la probé nunca.

A ver si todavía mis parientes y amigos tienen razón.

 

Odio dar el brazo a torcer.

Odio la crema de vainilla.