domingo, 31 de mayo de 2020

LOS RUSOS


LOS RUSOS

Mamá tendía la ropa y su voz giraba como un trompo
entre las sábanas y los repasadores:
“No cantes, hermano, no cantes,
que Moscú está cubierto de nieve…”
Yo la escuchaba absorta
y me parecía oír aullar a los lobos,
y pensaba que Olga
debía ser la mujer más hermosa del mundo.
Me encantaba esa canción.
La vecina rusa, entonces,
se asomaba a la medianera y le pedía
que cantara algo que no fuera tan triste.
Mamá cambiaba el repertorio
pero yo seguía pensando en los lobos
y en Siberia,
y me preguntaba por qué los rusos
habían venido desde tan lejos.
De Moscú a Wilde.
De Moscú a una casita en la calle Víctor Hugo,
una casita con un pequeño jardín,
dos o tres rosales,
y una vecinita que no sabía cómo era la nieve
pero la soñaba.

La noche que papá murió
los rusos estaban de fiesta.
Pero dejaron las copas de lado
y nos recibieron a mi hermano y a mí
con un abrazo que desmentía
cualquier caravana de frío.
Nos cuidaron.
Nos consolaron.

Yo tenía 8 años e ignoraba
el significado de la palabra desarraigo.
Ahora que lo sé
pienso cada vez más seguido en los vecinos rusos,
a los que, después de dos o tres mudanzas,
jamás volví a ver.
Y pienso que desarraigo es, también,
haberme olvidado de las caras de quienes me sostuvieron
en la noche más triste de mi vida.



jueves, 28 de mayo de 2020

LA OTRA ABUELA II



 LA OTRA ABUELA II

Envejezco
y me miro al espejo
buscando el rostro de mi madre.
Un gesto, una arruga,
una puntada de cansancio debajo de los ojos,
algo que acerque mis rasgos a sus rasgos.
Pero no.
No me parezco a mi madre.
Me parezco a mi abuela.

Mi abuela y yo no nos quisimos demasiado.
Nunca me perdonó no ser la primogénita,
ni el tan ansiado varoncito.
Nunca me perdonó que haya tenido un hijo
por fuera del cotillón de la iglesia y los juzgados.
Nunca le perdoné esos minúsculos desplantes
que pasarían desapercibidos
para un ojo menos feroz que el de la infancia.
El constante recordatorio de que yo no era
ni la más linda, ni la más alta, ni la más aplicada.
El suponer que, por ser chiquita,
no necesitaba ropa nueva para una fiesta
(no era chiquita, abuela, tenía doce años
y también quería un pantalón de raso,
una estrellita brillante en la mejilla,
mirar a los chicos entre risitas mientras sonaban
We are family” o “Boogie Wonderland”).
Nunca le perdoné que no me dejara tocar jamás
los juguetes de mi padre
(el mecano, las figuritas,
como si él continuara un poco vivo en los objetos
y no en mi risa y en la de mis hermanos).
Nunca le perdoné que no le regalara a mi hijo
ni siquiera un par de escarpines.

Pero me parezco a mi abuela
y pienso mucho en ella.
Y pienso que,
aunque no me perdonó nunca,
 debería perdonarla.
Debería, debería.
Debería.

Y en eso estoy, hace años:
buscando un recuerdo que nos redima.
Buscando un punto de apoyo
(un punto de luz)
para mover mi perdón
desde el deber hasta el deseo.


Arte: "Old woman", John Lautermilch

domingo, 24 de mayo de 2020

BUDINES



BUDINES

Ya va a haber tiempo para hacer dieta, digo,
mientras bato huevos
y agrego 200 grs de manteca,
una taza de azúcar,
dos tazas de harina,
una cucharadita de esencia de vainilla.
Ya va a haber tiempo para juntarse con los amigos,
para mirar vidrieras,
para escribir poemas que no hablen del encierro
(“Todos hablando de la pandemia;
odio el oportunismo poético”, dice la superada 1
mientras fuma cigarrillos de pasto.
“Es que no pueden conectar con su interior”,
reflexiona la superada 2,
que, gracias a Dios, no fuma.
Yo,
que enmantequé y enhariné mi interior quinientas veces,
y tengo los huevos batidos,
me contengo para no mandarlas al carajo.
Ya va a haber tiempo para pelear, digo,
aunque yo no peleo,
mucho ruido y pocas nueces.
Nueces, budín de nuez.
Todavía no hice.

Ya va a haber tiempo para hacer dieta, digo,
mientras enmanteco y enharino las paredes,
los azulejos del baño,
los vidrios de las ventanas.
Las superadas siguen hablando del interior
y yo me muero por un Marlboro
y una escena en exteriores.
Quizás este sea el tiempo para abandonar el tabaco, digo,
o para empezar a fumar té en hebras,
o para dejar de fumarme estúpidos
(“Si no salís de esta cuarentena con un libro leído,
una habilidad nueva,
un negocio nuevo o más conocimiento que antes,
nunca te faltó tiempo, sólo disciplina”,
predica la superada 3,
orgullosa de su sabia máxima de sobrecito de azúcar.
Decenas de iluminados retrucan
“Amén, amén, amén”.)

Estoy sobreviviendo, chicos,
estoy enmantecando y enharinando las ganas de gritar.
Estoy haciendo budines,
¿les parece poco? 

viernes, 22 de mayo de 2020

UNA MUJER SIN PROBLEMAS


UNA MUJER SIN PROBLEMAS

No soy una mujer alegre.
Ni siquiera soy una mujer divertida.
Sonrío mucho,
con la delirante pretensión de agradar siempre,
pero rara vez me río a carcajadas.
Son pocas las cosas que me hacen verdadera gracia.
No sé bailar.
No sé contar chistes.
Me siento incómoda en las fiestas
y me pone ansiosa estar rodeada de mucha gente.
Los transportes públicos me angustian.
No puedo mirarme al espejo sin sentirme vieja,
gorda o ridícula.
Tengo la sensación constante de que soy un fraude
y de que, en cualquier momento,
los demás van a descubrirlo.
Convivo con una imaginaria
(y agotadora)
inminencia del desastre.
No sé criar hijos ni mascotas:
ni las amenazas ni los ruegos consiguen
que los unos no dejen la ropa tirada por toda la casa
y las otras no orinen en la cocina.
Tengo trastorno bipolar,
erupción polimorfa lumínica,
insomnio
y dolor de estómago crónico.
Me aburren casi todas las series de Netflix.
Sin embargo,
funciono perfectamente como paño de lágrimas:
 todo el que me conoce
me elige para contarme sus cuitas.
Porque soy discreta
y sonrío tanto
que el mundo da por sentado
que soy una mujer sin problemas.


miércoles, 20 de mayo de 2020

BIG FISH



BIG FISH

Ayer vimos “Big fish”.
Yo, por enésima vez.
Él, por primera.
Los dos recostados en la cama grande
como hace veinte años
cuando nos empachábamos con películas de Disney
y maratones navideñas de Cartoon Network.

“Big fish” fue, durante mucho tiempo,
una especie de broma en la familia:
“La película que le gusta a tu mamá
y a diez locos más”.
La película de los mentirosos compulsivos.
La película de los soñadores compulsivos.
La película de los que merecen la vida que imaginan
y no la vida chiquita que les tocó en suerte. 

Dos horas lo miré de reojo
(¿Gran pez, estás ahí?).
Dos horas esperé el visto bueno,
la comunión, la magia
(aunque su padre no cuente historias,
aunque yo no recuerde ninguna de las historias que contó mi padre,
aunque la mayoría de las veces seamos
dos pececitos cautivos
dándonos cabezazos contra la rutina
de una pecera miserable).

Le gustó “Big Fish”.
Sí, es una gran película.

Entre las cosas que te dejo, hijo,
están el Ojo, Spectre,
el vestido celeste que llevaba Sandra Templeton
el día que Edward Bloom la vio por primera vez.
Entre las cosas que me diste está
el pequeño alivio de saber
que habrá algo de mi voz en tu voz
el día que tu palabra me releve
para contar mi historia.



Arte: Tim Burton

lunes, 18 de mayo de 2020

TALLER LITERARIO ALEJANDRA PIZARNIK / PRODUCCIONES 7° ENCUENTRO VIRTUAL III - COORDINA: DANIEL RUIZ RUBINI

TALLER LITERARIO 

“ALEJANDRA PIZARNIK”



"La invisibilizacion de la pobreza" de Kevin Lee 

PRODUCCIONES DEL SÉPTIMO ENCUENTRO VIRTUAL III


Cristina Noguera




Desafinados sociales

“Los negros de mierda 
somos apenas hongos que proliferaron 
después de una lluvia incómoda”.
Raquel Graciela Fernández

I

Los caminos de la sociedad
mueven una brújula equivocada. 
“Negros de mierda” los llaman.
Ellos cuelgan la pobreza
en los collares del letargo.
Fabrican panes de viento
viven en refugios de hambre.
Elitistas imbéciles 
sembraron divisiones.
Hoy ellos sobreviven
son los desafinados sociales..

II

Hay palabras que empujan al abismo: 
“Negros de mierda” los llaman.
La música como taladro duele 
con el dolor de lo cotidiano.
Cuando llega nuestra indiferencia 
entonces ensucia más las palabras 
que se desparraman,
se diluyen
acomodan el juego siniestro, 
en esta sociedad que no mira 
a los desafinados sociales.


Arte: Antonio Berni



Carmen Rolandelli



De aquellos días
me quedan pocas cosas
algunos olores como el olor a sopa 
o al pastel de papas
o tu tristeza
la de los ojos secos y la mueca en la comisura de los labios que se parecía a la mitad de una sonrisa
(Esa sería, en adelante, mi definición de la tristeza) 
la tristeza perfecta
la de las cosas cotidianas
la de llevarme al colegio, la del pastel de papas 
la del sillón del living chico
que tenía la forma de tu cuerpo
mientras sonaba Rubinstein en el Winco 
y vos estabas en vos
como siempre que estabas en vos 
con tus ojos secos
(también sería mi definición de introspección)
me consolaba saber que después me ayudarías con Amalia 
cuando estaba en segundo del Normal
yo amaba a Puig/ odiaba a Mármol/
la de literatura lo sabía/ sospechaba mis ideas/
vos me ayudabas con las fichas, con las malditas sinopsis 
con los personajes odiados por la historia
la habías leído tantas veces
como tantas sonaba el nocturno nueve 
y aprobamos literatura de segundo 
para que el verano fuera nuestro
o de vos y de mí
me habías prometido el mar
y yo me sumergí en el Pubis angelical 
a la hora de la siesta
abrí la puertita de lo prohibido 
y me desquité del estado de sitio, 
de la de literatura de segundo, de tu partida
y adiviné tus ojos secos, que a veces se humedecían 
tu mueca de sonrisa a la mitad
y la vida que fluía 
a pesar de todo


Daniel Ruiz Rubini


La trampa

La trampa está tendida 
sobre su perversión
y tu inocencia de diez años 
sobre todos los recuerdos 
sobre toda la impiedad.

La trampa está tendida 
y es su olor a vino
y su ropa sucia 
y el sudor
y la mordaza de sus manos 
en tu boca de diez años.

La trampa está tendida 
y es el rostro aquel que no quiere morir
porque siempre es octubre 
desde entonces.

La trampa está tendida 
en su voz que te nombra 
sin saber tu nombre
y en tu cuello
que se olvida de olvidar.

La trampa te empuja
a una obra en construcción a su risa
al intento de escapar 
a tu espanto de diez años

               Terrible memoria la tuya 
               que aún sigue atrincherada 
               en esa tarde de octubre.


Arte: "Home alone", Margaret Keane


Liliana Safenreiter 



Ausencia

 Mi hogar olía a tortas y panes calientes.

Papá era el mejor hombre del mundo y mamá, la ternura, los juegos y el amor. Tenía una sonrisa que le llenaba la cara y, marcaba sus hoyuelos. Me encantaba mirarla cuando tejía o leía, cerca nuestro, por si algo sucedía.
Solíamos bailar en el patio y disfrazarnos de gitanas, con castañuelas y panderetas, hasta cansarnos.
Un día mamá dejo de sonreír y se fue apagando despacito. ¿Por qué? ¿Por qué ella? Una y mil preguntas sin respuestas. Desesperada, trataba de aliviar sus días, quedándome a su lado, pero lo mejor que podía hacer por ella era estudiar. ¡No dejes nunca de hacerlo, es lo único que puedo darte para el día de mañana!, me decía una y otra vez.
Una tarde de mayo se fue, sin que nos diéramos cuenta ni pudiéramos darle el último beso. Nos dejó en el momento en que más la necesitábamos, sin abrigo y sin despedidas.
Todo cambió.

Papá se refugió en su dolor y olvidó el mundo. Mi hermana un día no amaneció en su cuarto y yo, quedé sin luz, flotando en una casa vacía, con las manos llena de sueños imposibles y los ojos ausentes.
Mi hermano, aún pequeño, preguntaba todos los días por ella. No sabía cómo decirle que no la vería más. Lo abrazaba y llenaba de besos para que la olvidase por un rato-

Entonces, me di cuenta de que mis diecisiete años eran muchos más, que ya no sería la misma. Estaba empezando mí verdadera vida, una vida de adultos, una vida de mierda.

Chary Tumites



 Miedo
En la casa de los García la rutina se respetaba a rajatabla: Cada noche cena, televisión y después temprano a la cama pues los niños iban a la escuela.
¡Comer a esta hora es aburrido! , decía la abuela que siempre andaba con la aguja y el dedal zurciendo o cosiendo botones y a esas horas ya quería mirar la novela.
¡Tendría que estar en mi casa y hacer lo que quiero! , asumía, pero después venía la cena y se olvidaba de todo lo que había dicho.
Su hijo entre miradas fijas y alguna advertencia manejaba la mesa y a sus hijos Leo , Leandro y Luis , mientras que su esposa - siempre en silencio con rostro de disgusto- servía la comida y por último repartía el pan, que era lo primero que desaparecía,.
Leo sabía que su madre se sentía incomoda con la abuela, porque la vigilaba.
Ella era una mujer áspera y las locuras de Juana la ponían mal, sentía a veces miedo de que su marido la descubriera.
El la miraba serio.
_ ¡Ay hoy se arma! Pensaba Leandro. La cena siempre era aburrida.
La casa de los García era grande con largos corredores, que en las noches resultaban oscuros y recorrerlos era toda una aventura.
Daban miedo.
Una vez en la cama los niños recibían a su mamá quien libre de toda mirada jugaba con sus hijos a que era " la Mona Chita “, compañera inseparable de Tarzán.
Saltaba, reía, gritaba y volvía de la habitación de sus niños cargada de alegría que terminaba cuando ingresaba a su dormitorio.
Ella le temía al marido.
La abuela sospechaba pero no decía nada, sólo sabía que no podía meterse. La noche avanzaba cargada de sonidos, oscuridad y a veces miedos.

Luis tardaba en dormirse, pues tenía su propia pesadilla.
Todas las noches escuchaba pasar a Juancito, un hombrecito inocente que arrastraba una caja de arroz con un Piolín mientras emitía sonidos extraños con su boca.
Juancito era el personaje del barrio y de noche le gustaba andar por las veredas haciendo ruido. Algunas personas lo cuidaban y respetaban por ser un hombrecito especial, otros se le burlaban. Yo le temía.
Cada noche cuando pasaba apretaba la cabeza contra la almohada y transpiraba. Hoy ya grande lo recuerdo.
El miedo se fue, como mi infancia.


Arte: "Fear", Ljuba Adanja 

Nora Urriza


 El retiro
La vida fue cambiando junto al dolor y las incomprensibles ausencias que la muerte despiadada instalaba de sopetón y para siempre.
La vida fue cambiando también junto a las presencias que se repantigaron en el horizonte, adueñándose de lo que no les es propio, para inundar de futuro la existencia.
La vida, mi vida, fue transformándose y acomodándose al recorrido de los caminos que, sin atajos, fui recorriendo para sentir, para amar, para vivir.
Llegaron la madurez y el retiro.
El retiro de lo obligatorio como frontera, como un antes y un después, sin caminos para tachar o borrar sino con anhelos de otros caminos por recorrer.
Una nueva manera de vivir en la que se disfruta sin ninguna prisa, increíblemente, el reencuentro con la que fui en otro tiempo.
Aquella a la que se le pasaban los días detrás del final del libro que empezaba, sin importarle otra cosa.
Aquella que a la que la absorbían el placer por los libros, por la pintura, por el arte, por lo que me gusta porque sí y no porque tengo alguna obligación;
Aquella a la que el contacto con la naturaleza le disparaba la sensación maravillosa de despertar a lo nuevo, a lo descomunal o a lo deslumbrante.
La vida transcurre hoy sin urgencias, ajustándome a un cuerpo que aprendí a conocer y a querer con sus defectos y sus virtudes.
Puedo afirmar que aprendí a escuchar al cuerpo y estoy en paz.
Aprendí a interpretar la melodía de sus señales, sus cicatrices, sus marcas, sus reclamos y sus pliegues;
Cuerpo al que hay que cuidar como contenedor de la existencia finita que nos ofreció la vida.
Por lo que es mejor cuidar y cuidarse y amar al otro por lo que es y no por lo que quiero que sea.
La madurez llegó y me ayudó a ser.
Me enseñó a sopesar todo lo que pasa como si fuera desde otra altura, desde otra perspectiva y a poder hablar conmigo misma, con todo lo que el silencio arrastra, el silencio cargado de alegrías, penas o desvaríos.
No es tarde.
Es hoy y la vida va cambiando con mis sueños inalcanzables y mis amores de todos los días. Mañana, “qui lo ça”, mañana está y está lejísimo.