miércoles, 31 de agosto de 2022

LA HIJA DEL DOCTOR

 

LA HIJA DEL DOCTOR
A María Eugenia Romano

Hizo un bollito con mis poemas
y lo tiró al tacho de basura,
junto a la yerba usada
y las colillas.
Hizo un bollito con mis insignificantes tragedias
y las dos nos mojamos
como si fuéramos los ojos que pelan una cebolla,
como si fuéramos esa cebolla
y las palabras nos cortaran.

Me dijo que nadie nos contó
como vino la mano,
que nadie nos enseñó,
que nos criaron para la mesa de Navidad
con champagne más o menos
de la clase media,
que nos educaron así,
cieguitas mas alla del ombligo,
quejándonos porque hay que vacunar a los gatos
y son muchos,
quejándonos porque siempre hacemos el amor en una cama
(quejándonos de una cama, ¿entendés?, de una cama,
como si no fuera un privilegio
dormir más de tres horas sin que te pateen el hígado y la mochila,
circulá, movete, no empañes la vereda ).

Hizo un bollito con la familia,
con  Papá Oso , con  Mamá Osa ,
con mi estúpida cara de  Ricitos de Oro  antediluviana,
con mis gatos, mi cama,
mi mermelada light,
mis vestidos floreados.
Me dijo que los locos estaban solos,
que confiaba en las arañas,
que había que sangrar.

Me dijo que la poesía era otra cosa.



Arte: Gaviota G

viernes, 26 de agosto de 2022

CEFERINO


  CEFERINO


Se llama  Ceferino

y era el hermanito de  la Patri.

El hermanito muerto de  la Patri.

Se había enfermado de meningitis

y se había muerto,

poniendo patas arriba

un mundo en el que los chicos estábam0os a salvo,

teníamos un angelito de la guarda que nos cuidaba,

una estrellita en el cielo que velaba nuestros sueños,

y bla, bla, bla.

 

En mi cabecita entre católica y pagana,

en ese sincretismo absurdo

en el que cohabitaban lo que me habían enseñado

( el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo )

y lo que intuía cada tarde de verano

en el trote lascivo de las abejas

cortejando a las margaritas,

yo estaba segura de que el chico se habia muerto

porque se llamaba  Ceferino.

¿A quién se le ocurre ponerle a un bebé

el nombre de un santito que se murió tan joven?

Porque Dios lo llamó a su lado,

porque Dios lo escogió,

porque Dios lo necesitaba,

porque Dios, porque Dios.

 

Entrar a la casa de  la Patri

era como entrar a un mausoleo.

No porque hubiera fotos

o algun recuerdo de  Ceferino

(que los había, seguro).

Porque el silencio era tan espeso

que se volvía imposible de romper.

No importaba cuánto gritaras,

no importaba lo fuerte te rieras.

El silencio era una bola de pelos indestructible

que crecía y crecía

a medida que el animal del dolor

se lamía las llagas.

 

Algunas veces me quedaba a comer de  la Patri.

Su mamá nos servía la comida

y se sentaba a masticar mecánicamente la suya

frente a un sifón donde apoyaba, abierta,

la revista  "TVGuía".

Leía mientras comía y jamás nos miraba.

Jamás levantaba los ojos de la revista.

Leía detalladamente los chismes de la farándula

y la programación de cada canal de TV.

"Para no perderse nada",   pensaba yo, tan ingenua.

"Para no ver el lugar vacío de Ceferino en la mesa",  comprendo ahora,

cuando decanté por las abejas y las margaritas

y quisiera llevarle algunas

si supiese

donde queda la infancia.


Arte: María Morales

domingo, 21 de agosto de 2022

CULITO FANTASMA


CULITO FANTASMA
A Daniel



Hace tanto tiempo que no voy a la playa.
Hace tanto tiempo que no junto caracolitos azules,
ni grito cuando me toca un agua viva,
ni le pido  un sandwich a mamá cuando llega el mediodía
(mami, dame un sanguchito de jamón y queso,
pero sin grasita,
con grasita no quiero,
mejor uno de salame).



Hace tanto tiempo que no dibujo flores y corazones
con un palito en la arena
y vos dibujás al lado mío,
porque siempre estabas al lado mío.
A los seis años yo dibujaba lindo,
pero vos a los tres
no hacías más que garabatos,
aunque con el tiempo dibujaste mejor que yo
(entre mis tesoros conservo
algunos de tus dibujos:
el retrato de Charly García,
la caricatura de los cuatro magos de Magical Mystery Tour).
En esa época

(en esa época de playa, de infancia,
de precarios castillitos de arena
y baldes de colores para juntar almejas)
yo sacaba conejos rosados de mi galera de palabras
y esos conejos brincaban a tu alrededor,
te hociqueaban,
te besaban las manos.
Algunas veces no eran tan mansos
y te mordían los talones
(porque no en todas mis historias se comían perdices,
en algunas el monstruo de la tormenta o el cuco malo
tenían papeles estelares).


Recuerdo tu pequeño cuerpecito,

la pelusa de durazno que cubría tu espalda dorada.
Cuando te bañabas
te mirabas en el espejo y te reías
al ver las marcas que te había dejado el sol
porque decías que tenías un culito fantasma.


Si hubiera sabido que ibas a morirte antes que yo,

antes que todos,
antes de la artrosis, la presbicia
y los días dando vueltas alrededor del recuerdo,
te hubiera agarrado de la mano
para no soltarte más.
Mis conejos rosados hubieran sido siempre criaturas dulces
como copos de algodón de azúcar.
Jamás te hubiera asustado.
Jamás te hubiera invocado al monstruo de la tormenta
para que te llevara a su palacio de truenos
porque te portabas mal.


Mi hermano está muerto.



Es lo primero que pienso cada noche
cuando apoyo la cabeza en la almohada.
Una realidad atroz que me parte la cabeza como un relámpago.
Cada noche, cada noche, cada noche.
Siempre.
¿Y sabés qué hago?
¿Sabés que hago para dormirme sin llorar?
Pienso en la playa.
Pienso en los sanguchitos,
en los caracoles,
en los conejos rosados.
Pienso en un nene dibujando garabatos en la arena.
Entonces no tengo un hermano muerto:
tengo un hermano chiquito.


Hermanito, hermanito, hermanito.



Culito fantasma.





Del poemario "Pretty in pink" (2016)

miércoles, 17 de agosto de 2022

LA DESNUDEZ DE MI MADRE

 

LA DESNUDEZ DE MI MADRE

La desnudez de mi madre me conmueve.

Es una premonición,

un espejo de futuro

donde mi cuerpo abraza

su cuota de crepúsculo.

El cuerpo.

Ese camino ancho donde la vida corre

y va dejando huellas,

escamas pálidas donde hubo peces rojos,

sudarios de hollín donde hubo hogueras,

pliegues, blanduras, grietas,

trazos temblorosos.

La desnudez de mi madre me emociona.

Con el mismo esmero con el que bañaba a mi hijo

la unjo con jabón y ternura.

Me miro en ese cuerpo,

me leo en esa historia,

en esa vasta soledad de campo abierto.

Su desnudez es el invierno

pero es, también, una manta,

una taza de café caliente,

un lugar junto al fuego.

 

Nos enseñaron a amar la belleza de los 20 años,

rotunda, empedernida.

Nos enseñaron que esa belleza era la única

(y nos pasamos la vida corriendo

detrás de un conejo esquivo,

una presa de luz que se deshizo

entre los dientes de junio,

eso que fuimos y perdura en las fotografías,

en la memoria de una noche perfecta).

Sin embargo, hay otra belleza.

Brutal. Inevitable.

Cruda

como una pintura de Lucian Freud:

la insólita hermosura que trasunta

la desnudez de mi madre

mientras enjabono su espalda con suavidad

y el agua cae sobre sus hombros

como el cielo cae

sobre el canto de los pájaros.

 

 

 Arte: Mariam Dolidze

Del poemario “El corazón de mi madre”, Apócrifa Editorial (2022)