viernes, 28 de febrero de 2020

CHICA BOND



CHICA BOND



Ella tenía la boca cruel,

dulce como un látigo de flores.

Cierto resplandor en las caderas,

cierto horizonte cuajado

en el mediodía del ombligo.

Tenía un bikini blanco

y el aire de impudicia y libertad

de una groupie de los ‘70

con el vello púbico teñido de verde.

No era una princesa ni una emperatriz

(no era Sissi vomitando infelicidad

en los dorados rincones de palacio,

ni siquiera era Romy Schneider,

tratando de encajar en la cama de Delon,

tan muerta, tan sola,

tan madre amputada doliéndole a nadie).



Ella tenía el mar a su espalda.

Y toda ella era su espalda,

era la parte trasera de una Venus de Boticcelli,

un culo redondo como esas manzanas elegidas

que no compramos nunca

porque sabemos

que no las eligieron para nosotros.

No era la chica de al lado

(faltaba todavía

para la anodina sonrisa de Meg Ryan,

nadie podía imaginarla con una escoba en la mano,

imposible encontrarla

en el insulso pasillo de un supermercado).

No era la primera novia.

No era la novia de nadie.



Ella tenía veintipico de años.

Un marido que la concebía

como un artículo de lujo

y la reemplazó por una rubia más joven,

que a su vez fue reemplazada por otra,

y así llegamos a la chica 10

y a la estúpida moda de llenarnos la cabeza de trencitas.

Tenía el desamor escondido

detrás de la sonrisa,

como todas.

Tenía una vagina donde nadie

pudo plantar bandera.



Ella tenía una boca, un ombligo, unas caderas.

Tenía un bikini blanco.

Tenía ese bikini blanco.

No era una gran actriz.



Imposible olvidarla.




Arte: "Ursula Andress as Honeychile Rider", Steve Rude

De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)

miércoles, 26 de febrero de 2020

EL PERFECTO GALÁN


EL PERFECTO GALÁN

Roy Harold Scherer, Jr.,
el chico abandonado por su padre y abusado por su padrastro,
descubrió que quería ser actor
con una linterna de acomodador de cine en la mano.
Llegó a California en 1946
y cuando no conducía un camión
o fracasaba en el intento de vender aspiradoras,
se apostaba en la puerta de los Estudios
soñando con ser descubierto.

Roy tenía dificultades para memorizar cualquier parlamento
y cierta torpeza frente a las cámaras,
pero era tan hermoso
que la Universal Pictures  no dudó en invertir en él tiempo y dinero
y convertirlo en Rock Hudson,
el perfecto galán,
un sublime objeto de deseo made in Hollywood,
apto para abuelas, madres,
y señoritas de rodillas apretadas
hambrientas de campanas nupciales.

Pero el gigante amable no era el novio ideal
y su sonrisa  irresistible no encajaba
en las páginas de los confesionarios adolescentes.
La Meca del Cine  lo había obligado
a convertir el amor en un secreto,
a maquillar el deseo,
a tener una esposa pantalla
(una chica tan ingenua que tardó tres largos años en notar
que a su marido
le gustaban veinteañeros y rubios).

Rock Hudson vivió casi toda su vida
en un armario de cristal,
del que se sólo atrevió a salir cuando el HIV
(el cáncer gayla peste rosa,
eso que le pasaba a la gente que no era Rock Hudson)
lo chantajeó como otro amante sin escrúpulos.

Murió a los 59 años,
libre.


Arte: "Rock Hudson", Jean-Michel Basquiat
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)

lunes, 24 de febrero de 2020

LA MUJER AVISPA


LA  MUJER AVISPA

Susan Cabot nunca perteneció a la realeza de Hollywood.
Peregrinó de orfanato en orfanato,
como muchas.
Golpeó puertas y puertas,
como todas.
Pero no estaba llamada a ser una estrella.
Sus curvas y su sonrisa se acomodaron,
con desencanto,
en el cuarto de los trastos del cine:
las entrañables películas Clase B.

Susan  sirvió bebidas en muchas cantinas del Lejano Oeste
y se enredó  infinitas veces
con cowboys pendencieros.
Y cuando los insectos gigantes fueron la pesadilla
del sueño americano
se convirtió en la Mujer Avispa.
Arrebujadas en sus butacas
las cándidas adolescentes de los 50's
gritaban al verla aparecer en pantalla
con antenas de cotillón y el rostro desfigurado.
Los novios aprovechaban,
borrachos de pochoclo Coca Cola,
para tocar alguna rodilla temblorosa.

Susan Cabot pasó sus últimos años delirando,
recluida en su casa,
soberana indiscutible en un reino de basura,
comida rancia y diarios viejos.
La mató su hijo golpeándola en la cabeza
con una barra de hierro.
Defensa propia, dijeron.
Susan había enloquecido y lo había atacado.
Homicidio involuntario.

Susan Cabot nunca perteneció a la realeza de Hollywood.
Casi nadie conoce su nombre,
ni recuerda a los cowboys pendencieros
entrando al Saloon donde la chica
servía licor y guiñaba un ojo con su escote.
Casi nadie le teme a los insectos gigantes.

Susan no estaba llamada a ser una estrella.
Apenas fue
otra buena chica judía
que golpeó las puertas equivocadas.


Arte: "Susan Cabot", Josh Pincus
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)

viernes, 21 de febrero de 2020

BÉLA LUGOSI VUELA


BÉLA LUGOSI VUELA

1956.
Los vampiros europeos, 
sofisticados y aristócratas 
pasaron de moda. 
En un insignificante departamento cerca de Western Avenue
Béla Lugosi vuela 
coronado 
por un espeso silencio de morfina. 
Él, 
jauría, esperma negro, 
bitácora de sangre, 
tiene la lluvia creciéndole en los labios, 
la bijouterie de las sombras 
hundiéndose en su cuello de cisne rumano.  

Béla Lugosi vuela 
con alas de alcantarilla y recuerdo, 
y su mordida crece como la marea. 
En su jardín 
las rosas son ataúdes minúsculos 
tapizados con terciopelo rojo 
y los insectos crujen. 
En sus sábanas 
una canción postrada alza la voz 
y hunde el corazón 
en un charco de orina y lágrimas.  

Béla Lugosi vuela. 
En círculos. 
Con las venas rotas. 
Con la lengua apelmazada. 
Con los ojos sucios. 
Vuela y miente. 

Dice que es eterno 
pero la muerte lo devora dulcemente 
como a una cena fría.


Arte: "Béla Lugosi ", Tom Richmond
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)

miércoles, 19 de febrero de 2020

EL AUTO DE JAMES DEAN


EL AUTO DE JAMES DEAN


No se puede confiar en un animal así.

Un animal arisco

que vomita hierros rojos

en los bordes de la tarde.

Un animal así no va a detenerse:

huele viento y redobla

su apuesta de campanas  infecciosas,

huele asfalto

y te rompe el cuello

crac

como a una ramita seca.



No se puede confiar en un animal así.

Un animal daltónico

que confunde huesos con panes

y te mastica y remastica,

 chicle rosado y barato,

y te escupe

cuando se te gasta la primavera en las venas.



Dios se lava las manos con un jaboncito de hotel,

aprieta los botones de un joystick,

hace cualquier cosa estúpida mientras el animal corre,

rebuzna sangre,

te lo dije,

no se puede confiar en un animal así.



En algún lugar una mujer

carga en sus bolsillos

un puñado de aspirinas rancias.

Sus zapatillas blancas son gatos 

que ronronean satisfechos.

Junta orina con una cucharita

y ni siquiera mira tu hermosa cara

porque sabe

que todos los cadáveres son iguales.

Quizás esta noche vaya el cine

y la película ablande

su duro caparazón de jeringas.

Y llore un poco,

un poco, nada más,

como para saber que está viva.



No se puede confiar en un animal así.

Un animal así va a morderte.

Siempre.



Estoy hablando de la muerte,

por supuesto.





Arte: "Porsche de James Dean accident", Christian Fritz

De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)