domingo, 28 de noviembre de 2021

NATURALEZA


 NATURALEZA
 

Ayer una de mis gatas

mató a un zorzal.

Jugó un rato con su exiguo cadáver

y lo dejó abandonado en el pasto

inmóvil, laxo,

como si esa vida no hubiese significado nada.

Hace unos años,

ante un hecho de esta magnitud,

se hubiera desatado el escándalo:

enojo, llanto, retos.

Pero ayer

sólo recogí del pasto al zorzal muerto

e hice un pocito en la tierra húmeda

que rodea al macizo de calas.

Una pequeña tumba improvisada.

Claro que me dio pena el pajarito:

apenas estrenaba la primavera.

Pero con el tiempo entendí

a respetar las reglas de la naturaleza:

cazás o sos cazado.

Y, a veces, ambas.

Y lo que fue parte de un ser

se convierte mañana en parte de otro.

La vida trunca de ese zorzal,

reventará en las calas,

y quizás pueda escuchar cantar a las flores

si acerco lo suficiente mi oído

a su blanca cadencia.

Ayer no le endilgué a Tiger Lily

una culpa que no tiene y que no siente.

A la hora de la siesta

se acurrucó a mi lado

y, como es habitual, la caricia

se escapó de mis dedos.

 

Antes quería que, al morir,

mi cuerpo se convirtiera en un puñado de cenizas

arrojadas por una mano amada

en algún lugar en el que hubiese sido feliz.

Ahora, no.

Ahora siento que soy un animal

que debe volver a tierra.

No como polvo bíblico.

Como materia prima de una naturaleza

que se recicla constantemente.

Que la pequeña fauna mortuoria

coma y beba de mí.

Que el tiempo sea en mis despojos.

Y que algún día suceda el milagro:

despuntar, quizás, como raíz

de un árbol donde un zorzal dispense su canto,

reiterativo, armónico, pujante,

sin gatos a la vista.



Arte: "Cat Bird",  Delight Worthyn


viernes, 26 de noviembre de 2021

LA LINDA


 LA LINDA

Era linda, sí.
No la más linda del barrio
pero sí lo suficientemente linda
como para que se dieran vuelta en la calle
a mirarme
o me dijeran algún piropo
cuando volvía de la escuela.
Hoy en día esas cosas me parecen un horror
pero en ese entonces resultaban naturales.
¿Cómo no iban a ser naturales
si en la publicidad del desodorante de moda
un perfecto desconocido le regalaba un ramo de flores a una chica
porque sí,
porque olía bien,
porque era linda?

Era linda, sí.
Pero, además, era joven.
Estaba acostumbrada a sentirme orgullosa
cuando un pibe con el  que jamás iba a salir
reclamaba mi afecto todas las semanas.
El romántico que no se daba por vencido.
La gota que horadaba la piedra.
Estaba acostumbrada a sentirme avergonzada o culpable
si alguien me decía puta porque usaba la pollera demasiado corta.
Me criaron mi mamá,
los libros de texto de la escuela primaria,
la televisión, las revistas femeninas.
Lo que se esperaba de mí era bastante claro.
Ser linda,
ir por el mundo adornando la vida de los demás.
Pasados los veinte
(pero no tan pasados,
no fuera cosa de que el tiempo me jugara una mala pasada
y me marcara con la letra escarlata
de la soltería eterna)
buscar un chico lindo (un buen proveedor),
casarme, y dejar de ser la linda para mutar
en esposa y madre solícita.
Cortarme el pelo, claro,
pero no engordar un gramo.
Porque cuando fuera mi hija
la que se convirtiera en la linda
yo iba ser su espejo de futuro
(si querés saber cómo va a ser una mujer cuando los años pasen factura
mirá a su mamá:
quedate con la que tiene una madre que no engordó,
que sirve la mesa y lava los platos sonriendo,
que nunca se dio la cabeza contra la pared,
por lo menos en público).

Era linda, sí.
No la más linda del barrio
pero sí lo suficientemente linda
como para creer que la belleza
era lo mejor que tenía.
Porque a las lindas los desconocidos les regalaban flores.
O chocolates.
O latitas de Coca Cola.
Porque las lindas eran
las que hacían girar el mundo.
Me habían envenenado
la televisión,
las revistas femeninas,
las publicidades.
Los patovicas parados en la puerta de los boliches
que te miraban de arriba abajo y sentenciaban
vos entrás, vos no, vos sí, vos no, vos no.
Me habían envenenado, como a todas.

Hace años que me jacto de haber encontrado el antídoto.
Sin embargo,
hace años también,
que hago el amor con la luz apagada
y me ducho con los ojos cerrados.

martes, 23 de noviembre de 2021

EL AMOR ES ALGO QUE SUCEDE EN EL PASADO

 

EL AMOR ES ALGO QUE SUCEDE EN EL PASADO

El amor es algo que sucede en el pasado, digo,
mientras miro viejas fotos
y trato de reconocerme en los gestos de esa chica tan delgada,
en la curva de su sonrisa
suave
como una medialuna de manteca,
en sus ojos sin culpa.
El amor es algo que sucedió mil años antes
de que la piba de al lado tocara el timbre
para dejarme la revistita de Avon,
mil años antes de que se rompiera el lavarropas,
mil años antes de que nuestro hijo condenara,
con su implacable lógica millenial,
el eurocentrismo de mis programas de TV favoritos.
Antes de que los gatos tomaran el control de la casa,
vandalizaran los sillones
y se zamparan a todos los pájaros que aleteaban en mis poemas
(mientras yo protestaba, claro,
porque tengo derecho a tener unos sillones decentes,
y tengo derecho a la cursilería,
y a los lugares comunes,
y tengo derecho al amor,
eso que sucedió en el pasado
pero todavía sucede
en las viejas fotos,
en las canciones de los ‘80s,
en las comedias románticas de Meg Ryan y Tom Hanks
y en mis programas de TV eurocentristas,
Brenda, Dylan, Brandon, Kelly,
todos tan blanquitos como las medialunas de manteca
antes del primer golpe de horno). 

El amor es algo que sucede en el pasado, digo,
como la lluvia de Borges,
y pienso en tu risa
al ver mis zapatitos de cartón deshechos
por los dedos feroces de la tormenta que me sorprendió aquella tarde,
cuando todavía no me había revelado contra mi psicoanalista ultra católica,
la que confundía el diván con el confesionario
y me retaba más que el padre Osvaldo.
Y pienso en la noche
en la que me alzaste para llevarme seca y salva
hasta la puerta de mi casa,
y quizás el amor era eso,
agua de lluvia aquí y allá,
y tus brazos. 

Y me pregunto por qué,
si el amor y la lluvia suceden en el pasado,
estoy empapada hace mil horas
-como una perra,
como una perra triste que extraña
la cursilería y los lugares comunes-
esperando,
esperándote.



A
rte: Safwan Dahoul

sábado, 20 de noviembre de 2021

HERMANO


 HERMANO

KATA TON DAIMONA EAYTOY

“Y si dijera que realmente te amaba… (…) Quizás te reirías y dirías que vivíamos en mundos diferentes…” – Paul McCartney, “Here Today”



Sin prefacios llegará la primavera.

Como si tu ausencia fuera nada.



Rodarán días para desperdiciar el alma,

para negar la luz,

para saber que la piel es poco más

que un pájaro de escombros.

Girarán días blancos, días negros,

días disputándose tu nombre.

Las piezas de un ajedrez idiota.



Y yo evocando.

Yo remirándote el corazón errado,

el cuerpo repartido sobre baldosas blancas.

Yo ensanchando las manos

para alcanzar la tierra que te asfixia.

Yo poniéndote un trueno entre los labios.

Sin hablar de risibles amapolas.

Aceptando el pan ácimo del pésame.

Aceptando tu danza con la muerte,
tu decisión de ser la isla,

el lobo solitario.



Esto es la vida.

Una nadería. Un plato de viento.

Ahora todos los platos están rotos.

Hay que afilar el grito,

hay que llenarse de polvo la faringe

y ahogarse

con un gato de niebla en la garganta.



Hay que cazar las bestias que soltaste

porque dolían tanto.




Del poemario "Hermano", El Mensú Ediciones, 2011

jueves, 18 de noviembre de 2021

LA NOCHE DE LA CULTURA POPULAR/ PASEO TEATRAL


 

IL A MIS LE CAFÉ


  IL A MIS LE CAFÉ

 

Il a mis le café

dans la tasse

 

Recitar a Prévert en francés

es de las pocas cosas que recuerdo

de todas las que,

supuestamente,

aprendí en el secundario.

Junto con los nombres de las tenias

(saginata, equinococus, solium)

y el peligro latente del botulismo

agazapado en las latas abolladas.

La memoria es loca, pienso,

o yo pasé por la escuela como quien pasa

por un desfile de Carolina Herrera.

 

Il a mis le lait
Dans la tasse de café

 

Lo miro con desazón,

como si la taza estuviera rajada

y el café y la leche se escurrieran

por la delicada herida de la porcelana.

Y empaparan el mantel hasta convertirlo

en un pañuelito descartable más,

de esos que hoy revolotean por toda la casa

y confunden a los gatos

que persiguen, sin suerte,

pajaritos de papel mojados de pena.

 

Así estoy yo, así,

como una taza rajada.

Me veo entera de lejos,

me veo sana.

Pero estoy a punto de explotar en el microondas

o de quebrarme definitivamente

si alguien me lava

con demasiada vehemencia.

 

Alguna vez leí por ahí

acerca del Kintsugi,

una técnica japonesa que no desecha

la porcelana rajada.

Las repara con un barniz de resina

mezclado con polvo de oro o plata.

Porque las roturas y los quiebres

son parte de la vida del objeto,

hablan su historia y sus transformaciones,

lo embellecen.

Supongo que lo mismo debe pasarnos a nosotros

cuando nuestras heridas cicatrizan

y cada cicatriz es una rosa que asoma

reafirmando que somos humanos.

 

Il a mis le sucre
Dans le café au lait

 

Sans me parler
Sans me regarder

 

Quizás yo debería hablarle.

Quizás yo debería mirarlo.

Quizás yo debería preguntarle

como hace tantos años:

“¿Querés que te recite un poema de Prévert en francés?”



Arte: Georgeta Blanaru