jueves, 30 de marzo de 2023

LA DESNUDEZ DE MI MADRE

 

LA DESNUDEZ DE MI MADRE

La desnudez de mi madre me conmueve.

Es una premonición,

un espejo de futuro

donde mi cuerpo abraza

su cuota de crepúsculo.

El cuerpo.

Ese camino ancho donde la vida corre

y va dejando huellas,

escamas pálidas donde hubo peces rojos,

sudarios de hollín donde hubo hogueras,

pliegues, blanduras, grietas,

trazos temblorosos.

La desnudez de mi madre me emociona.

Con el mismo esmero con el que bañaba a mi hijo

la unjo con jabón y ternura.

Me miro en ese cuerpo,

me leo en esa historia,

en esa vasta soledad de campo abierto.

Su desnudez es el invierno

pero es, también, una manta,

una taza de café caliente,

un lugar junto al fuego.

 

Nos enseñaron a amar la belleza de los 20 años,

rotunda, empedernida.

Nos enseñaron que esa belleza era la única

(y nos pasamos la vida corriendo

detrás de un conejo esquivo,

una presa de luz que se deshizo

entre los dientes de junio,

eso que fuimos y perdura en las fotografías,

en la memoria de una noche perfecta).

Sin embargo, hay otra belleza.

Brutal. Inevitable.

Cruda

como una pintura de Lucian Freud:

la insólita hermosura que trasunta

la desnudez de mi madre

mientras enjabono su espalda con suavidad

y el agua cae sobre sus hombros

como el cielo cae

sobre el canto de los pájaros.

 

 

 

Del poemario “El corazón de mi madre”, Apócrifa Editorial (2022) 


lunes, 27 de marzo de 2023

ALTA


 ALTA

 

Hoy, por fin, mi madre vuelve a casa.

Cada vez que pensé en este día

lo imaginé mucho más feliz.

Pero llueve a cántaros

y mamá está dolorida y  cansada.

Ni siquiera quiere sacarse el camisón:

“Poneme el vestido arriba y ya está”,

me dice en un hilo de voz.

Mientras mi hermano espera a un camillero,

yo  voy de aquí para allá con papeles

e intento que alguien me informe los horarios

de su nueva grilla de medicamentos.

Cuando pongo un pie fuera de la clínica

juro no volver a pisarla nunca más,

aunque sé que en un par de días tenemos que volver

a ver al cirujano.

“Por lo menos es lindo y amable, pienso,

y mira a sus pacientes a los ojos,

no como esos médicos de cabecera

que ni siquiera conocen sus caras.

Los viejos dejan en un buzón

un sobre con la listita de lo que necesitan

y la otra semana retiran sus recetas.

No importa lo que pidan:

hipnóticos, barbitúricos,

20 pastillas de éxtasis…”

 

Subo al auto donde mi madre y mi hermano me esperan.

El viaje de vuelta al hogar es inusualmente silencioso.

Tengo ganas de llorar.

Tengo miedo de esta noche

(la primera noche que mamá pasará en cama,

sin que la despierten a las 5 de la mañana,

sin que la pinchen,

sin que le ajusten la faja hasta el desmayo,

enteramente a mi cuidado).

Tengo miedo de no estar a la altura.

 

Cuando mi madre baja del auto,

sostenida por mi hermano,

es ella la que llora.

Pero no es un llanto de miedo:

es un llanto de alivio.

Por fin, por fin, por fin.

 

Por fin.

 

Bienvenida a casa, mamá.

Ya nos vamos a arreglar.




Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022) 


viernes, 24 de marzo de 2023

EL INFIERNO

 

EL INFIERNO


“¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”
Canto tercero del Libro Infierno de la Divina Comedia
Dante  Alighieri


Los perros del amanecer aúllan en negro

y las horas

se olvidan de darse a luz.

La vida es una muerte en ciernes,

una cinta de luto comprimiendo

la tráquea de la primavera,

una mancha de soledad que tiembla

aguijoneada

por el estruendo caníbal de las botas.


Nueve círculos de huesos

descienden

hasta un pandemónium de pájaros rotos.

Nueve círculos de hambre.


Alguien sacude fantasmas antiguos,

tiende sábanas de orina y sed

en la impotencia de las gargantas.

Respirar es difícil:

el aire agoniza entre tanta tristeza.

En una pared descascarada

relumbra

el trazo de una mano que quiso

ponerle palabras a la libertad.

Pero yo siento que la poesía no basta.

Por primera vez siento que la poesía no basta.

Ni mil años de poesía

alcanzarían para lavar los pies

de tantos Cristos acribillados a miedo.


En mi adolescencia

yo caminaba la vereda

de esta casa de sangre.

Tenía el pelo corto

y los ojos más lindos del mundo.

Y no sabía.

Te juro que no sabía.






Puesta en escena del poema "El infierno", Alumnos del Segundo  Año del profesorado de Lengua y Literatura, Profesor Sergio Lizárraga, Escuela Normal Superior Tte Gral Julio Roca Monteros, Tucumán

jueves, 23 de marzo de 2023

SALA 3


 

SALA 3


 

¿Te acordás, mamá?


¿Te acordás cuando empecé la escuela primaria

en el infame Turno Mañana?

Me llevabas dormida, entre tus brazos,

hasta la puerta del colegio.

Nunca me gustó madrugar.

¿Te acordás que siempre me ponía los zapatos al revés?

Todavía hoy tengo que mirarlos dos o tres veces

antes de calzármelos.

Una de las taras que no superé con los años.

Como ese asunto de izquierda y derecha

y los insondables mensajes de los semáforos.

 

¿Te acordás cuando nos llevabas al cine

a ver películas de Herbie

o los superagentes Tiburón, Delfín y Mojarrita?

Funciones continuadas.

Jamás te molestaste en averiguar horarios

y siempre caíamos en la sala

en mitad de la función.

Veíamos primero el final de la película

y después el principio,

y jamás nos quejamos

porque nos parecía la cosa más natural del mundo.

 

¿Te acordás del souvenir que te traje

cuando fui de excursión al Planetario?

Un poster de Elvis Presley.

Elvis, Little Richard (Ricardito), Smith y sus pelirrojos.

Esas fueron las estrellas que me enseñaste a amar.

Ninguna de las cosas que vi en el Planetario

me impresionó tanto

como el Rey moviendo las caderas.

 

¿Te acordás de los tangos de Julio Sosa que cantabas

cuando tendías la ropa?

"Qué ganas de llorar en esta tarde gris".

Yo creía (sabía)

que tenías ganas de llorar porque papá se había muerto,

así, tan de golpe,

y me daba tanta pena escucharte.

 

¿Te acordás de aquel cumpleaños al que invité a cuarenta chicos

cuando sólo tenía permiso para invitar a diez?

Ninguno faltó.

Ninguno pasó hambre

porque siempre cocinaste para un batallón.

Esos eran cumpleaños, mamá,

y no estas fiestitas modernas donde arreglan a los pibes

con dos papas fritas y un vaso de jugo.

 

¿Te acordás de mi locura por la Mujer Maravilla y Raffaella Carrà

y el terremoto en mi vida cuando descubrí a Los Beatles?

Vos los detestabas

(demasiado bombardeo publicitario

como para detenerte a escucharlos y amarlos)

y siempre dijimos que el castigo por tremenda herejía fui yo,

la hija beatlemaníaca.

 

¿Te acordás, mamá?


 

"Sí, sí.

Me acuerdo de todo.

Por favor, llevame a casa".





Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022)  

martes, 21 de marzo de 2023

SALA 2


 SALA 2

 

Hoy mi madre está furiosa.

"Estás hecha una arpía",

me dice

cuando entro a la sala/calabozo

donde cumple condena.

Yo llevo enormes anteojos de sol.

Siempre me pareció ridículo

usar anteojos de sol en espacios cerrados.

Pero duermo poco

y lloro mucho,

y trato de disimularlo

aún a riesgo de parecer una tilinga.

Me cuesta sonreír hoy.

Mi madre está furiosa y yo,

cansada.

 


"Seguro que a tu suegra no la tratabas así",

me dice.

"Mi suegra era una santa",

le contesto impaciente.

(Además, mamá,

con ella el policía malo era mi marido).

"Estás hecha una arpía",

me dice.

Y tiene razón:

estoy hecha una arpía (cansada)

que la obliga a comer,

a tragar píldoras,

a usar una faja que es casi

un instrumento de tortura.

Que la obliga a permanecer en la sala/calabozo,

ese lugar donde la despiertan a las 5 de la mañana para pincharla,

y le hacen doler a propósito,

porque las enfermeras son malas,

y la comida es horrible,

y el doctor la operó para el culo.

 


En mi cabeza Elvis canta

"El rock de la cárcel"

(“Por todos los cielos,

nadie está mirando, es nuestra oportunidad de escapar.”)






Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022) 

domingo, 19 de marzo de 2023

SALA 1

 
SALA 1
 
 

Hace unas horas que mi madre abandonó Unidad Coronaria.

La trasladaron a una sala para dos

que esta noche no comparte.

Mi madre está y no está:

va y viene

de la luz a la oscuridad,

de las canciones de Elvis a las jeringas,

de los 16 años

a esta pequeña vida de hospital

que devora la luz

como una oruga intermitente.

A veces

me llama por mi nombre.

A veces me dice mamá.

A veces me mira sin entender mi cara,

como si yo fuese una extraña,

otro fantasma que arrastra por los pasillos

su hastío y sus zapatillas blancas.


Hace un frío inusual para febrero.

Mamá pide una frazada.

Y otra.

La vida de hospital es pequeña y helada

aún en pleno verano.

Me trepo a la cama vacía

para desenchufar un aire acondicionado que nadie apagó

a pesar de mis ruegos

("Tiene neumonía, por favor, por favor").

Mamá tiene frío,

yo tengo frío.

Ella duerme de a ratos

y yo me acurruco

en un colchón desnudo forrado en plástico,

con olor a Lysoform y a miedo.

La escucho quejarse en sueños.


"Falta poco",

le digo (me digo)

pero no sé cuánto falta,

cuántas madrugadas como esta

tenemos por delante,

cuántas jeringas,

cuántos antibióticos,

cuánto Lysoform,

cuánto plástico.

Cuántas enfermeras con pestañas postizas,

discretas como Kim Kardashian,

refunfuñando cada vez que pido algo.

Las horas se estiran como siglos.

Si por lo menos hubiera aprendido a rezar.


En mi cabeza

Elvis recita un poema de Hsiao Kang:

"Pregunta por la medida del dolor.

Se calcula por la duración de la noche".





Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022)