miércoles, 28 de diciembre de 2022

ÉL SUEÑA


 ÉL SUEÑA

 

Tiene la cabeza apoyada en la almohada,

los ojos cerrados.

Su pecho oscila suavemente.

Ninguna sombra parece devorarlo.

Me pregunto qué sueña.

Con quién.

 

Quizás sueñe con una mujer

que lo llama al amor con su voz de campanario

e ilumina su cuerpo

con pequeñas luciérnagas de saliva

cuando desata el diluvio del beso.

Una mujer que se reparte

en la punta de sus dedos

y se multiplica

en los ruidos del amor,

en sus olores.

Quizás sueñe con una mujer

que inaugura el día

cortando con su risa la cinta del bostezo

y canta

mientras prepara el café y las tostadas.

Y le toca la boca

antes de que salga al mundo,

como quien bendice,

como quien hace un talismán del tacto.

 

Ojalá.

Ojalá sueñe con esa mujer

que se parece tanto a la que extravié

en alguna mudanza,

en algún golpe de rutina,

en algún enojo que se enquistó en la casa

porque faltaron las palabras

para sanarlo a tiempo.

 

Ojalá no sueñe conmigo.

Sería una desilusión enorme despertarse

y verme

tan cerca y tan lejos,

tan nido que sangra silencio.



lunes, 26 de diciembre de 2022

ENREDADERAS


  ENREDADERAS


A él no le gustan las enredaderas

porque dice que crecen para donde quieren.

Precisamente por eso

me gustan tanto a mí,

por esa rebeldía verde que señala su propio camino,

ese centelleo de clorofila autónoma

que desoye

las voces de las manos que acomodan el jardín

como si fuera el cajón donde se guardan las medias.

Sediciosas y coquetas,

desde la libertad más pura,

las enredaderas se hacen a sí mismas.

Dan mil vueltas sobre su desborde

y sueltan el abrazo.

Y te sorprenden

con un golpe de flores

en el lugar menos pensado.

  

A mí me gustan las enredaderas

y me gustaría ser como ellas.

 

Crecí para donde pude.

Déjenme envejecer para donde quiera.



viernes, 23 de diciembre de 2022

PERDIDA


 PERDIDA

 

En algún lugar perdí esa canción.

En algún lugar perdí

tu lomo blanco arqueado sobre mi deseo,

tu piel escalando mi urgencia.

En algún lugar perdí

lo que me hacía desnudarme

como si fuera un sacramento,

con el corazón vacío de todo peso

puesto, sin reservas,

en el altar de tu boca.

 

¿Cuántas veces en mi vida hice el amor?

Cien, quinientas, mil.

Sin embargo

esa noche fue distinta a todas las otras.

Quizás porque la tormenta arreciaba

y podíamos gritar

sin que un oído indiscreto distinguiera

un aullido de hambre

del prefacio de un relámpago.

Quizás porque se terminaba un año,

y habíamos brindado,

y habíamos roto las copas riéndonos,

y nos habíamos prometido el cuerpo.

“Con estos cristales rotos desposo

tu pelo irreverente, tu cintura, tus hombros de gitana.

Con estos cristales rotos desposo

tus pies de madrugada, tu ombligo, tus ojos siempre niños”.

 

En algún lugar perdí esa canción.

Y perdí la noche

en la que la canción se trenzaba con la lluvia,

y nuestros gritos eran relámpagos.

Y los platos sucios podían esperar

hasta que el sol le pintara la cara al mediodía

porque seguía la fiesta.

 

Durante mucho tiempo creí

que la canción era "More than words".

Pero no. No.

 La canción era yo.

La tormenta era yo.

Yo era la medida del deseo.

 

En algún lugar me perdí.

 

Estoy perdida, amor.

Estoy perdida.



Arte: Jovana Rikalo

domingo, 18 de diciembre de 2022

LUNA ROJA


 LUNA ROJA




I

Las babas rojas de la luna

impregnan

mi camisa de novia inadvertida.

En su entretela late

una red de relámpagos,

un emporio bravío

de flores que respiran.



II

Tu lengua va y viene en el recuerdo.

Sube  y baja

por las blandas vértebras del aire.

Es un pájaro que atraviesa mi nombre

y lo empapa de plumas.

Una continua aguja de cristal

que repaso en voz alta.



III

La luna roja revienta

en las pezuñas  del silencio.

Con trapos de niebla intento

restañar esta herida que no cesa,

esta enagua de sangre

que desviste al poema.




miércoles, 14 de diciembre de 2022

HOY NO VAMOS A VER A MIRTHA LEGRAND

 

HOY NO VAMOS A VER A MIRTHA LEGRAND
A  Pauli



Hoy no vamos a ver a Mirtha Legrand. 
No voy a tocarte el brazo y decirte:
“No te duermas que ya falta poco para que empiece Mirtha.
Tenemos que ver cómo está vestida.
Tenemos que ver qué zapatos usa.
Tenemos que criticarla un poco:
una señora tan grande con un trajecito de rosa,
¿cómo puede ser?”
(Y otra vez la enfermera.
Y otra vez “Ahora no, por favor, que estamos viendo a Mirtha”.
Y otra vez  tu piel transparente, casi rota,
y esas venas que se escapan.
Otra vez tus lágrimas,
tus pequeños gemidos desmintiendo
el mantel bien tendido,
la prontitud de tenedores y cuchillos,
la frivolidad de los centros de mesa).



Obligarte a ver a Mirtha Legrand era casi
obligarte a estar viva.


El último día que te vi me dijiste que no.


Que no querías ver a Mirtha.
Entonces supe que era el momento
de decir adiós. 
Hoy no voy  a ver a Mirtha Legrand.
Nunca más voy  a ver a Mirtha Legrand.
No me gusta Mirtha.
No me gustan sus vestidos ni sus zapatos.
Ni siquiera me gusta criticarla un poco.
Me gustabas vos sacando cuentas para decirme
que la Legrand había nacido en 1927:
“Y si la señora no lo quiere decir que no lo diga,
pero ella tenía catorce cuando filmó ‘Los martes, orquídeas’
y yo tenía diecisiete…”
Me gustabas vos hablándome de tus muñecas,
tus pecas adolescentes,
tus concursos de baile,
tu diploma de “Corte y Confección”.
Me gustabas vos.
Mucho.



Será por eso que costó tanto apagar el televisor.
Y dejarte ir.



Arte: Jodi Lee

lunes, 12 de diciembre de 2022

LOS POEMAS QUE NO TE ESCRIBÍ


 LOS POEMAS QUE NO TE ESCRIBÍ



Los poemas que no te escribí

se alejan

como palomas de humo.

Se caen de mis manos,

de mi boca,

de mi sexo hambriento.

Los pierdo

como un árbol que pierde sus hojas.

Sin pesar.

Sin conciencia.


Los poemas que no te escribí

dejaron de dolerme,

de escocerme, de minarme.

Dejaron de ser mis llagas.

Ellos te definían:

amor, amor,

animal terrestre,

animal celeste,

brújula carnal para navegar

mi desnudez más luminosa.

Ellos me definían:

el don de la ingenuidad.


Los poemas que no te escribí

se alejan

como te alejás vos.

Entonces cierro las piernas

como quien cierra

un libro lleno de historias maravillosas.

Nuestro cuento no fue un cuento de Andersen

(ni siquiera puedo recordarte

con una tristeza limpia).

No soy una bailarina de papel,

(hace tanto tiempo que no soy una bailarina de papel)

soy una mujer confusa  y algo miope,

una mujer madura

(aunque conserve mis manos de hada

y pretenda que los poemas que te escribí

hayan valido la pena,

e insista para que seas ése a quien yo quería

y no éste,

tan trivial, tan ajeno,

tan desentendido de mis constelaciones).





Del poemario "Pretty in pink" (2016)

sábado, 10 de diciembre de 2022

LA NEGRA


LA NEGRA
 
"Es mala".
Lo venimos repitiendo desde que éramos chicos,
desde que era vieja antes de ser vieja
y hurgaba en el verde del fondo de su casa
hasta encontrar
el verde de los cabitos de las frutillas que el tío cultivaba
y nosotros nos comíamos a escondidas,
desechando por encima de la medianera
el cuerpo del delito.
Entonces arreciaba el escándalo:
"estos chicos son unos maleducados
tiran cosas para mi casa,
me llenan el fondo de basura"
("cuatro hojitas locas",
pensábamos indignados
y doblemente reprendidos:
por comernos las frutillas
y por tirar cosas para la casa de al lado;
"cosas, ¿cosas?, cuatro hojitas locas,
qué vista tiene la vieja,
qué ganas de joder").
"Es mala".
Tiene una obsesión con el verdillo
y amontona hojas podridas
en las veredas ajenas;
tiene una obsesión con las pelotas
y jamás las devuelve.
Debe atesorarlas en una habitación especial
y revolcarse en ellas
como Rico McPato en sus monedas de oro.
 
"Es mala".
Jamás le vi una sonrisa genuina
iluminando sus rasgos aindiados,
siempre una mueca algo espeluznante,
una mueca que enseña apenas sus dientes blanquísimos,
una imitación de la sonrisa de los otros,
algo antinatural, algo raro.
Alguna vez tuvo 15 años.
Es extraño pensar que alguna vez tuvo 15 años
(¿fue cuando los dinosaurios andaban muy tranquilos por ahí,
sin imaginarse la que se les venía encima?).
Alguna vez tuvo 15 años
y pasó tardes enteras
planchando las camisas de sus hermanos varones,
lustrando sus zapatos,
para que fueran al baile de punta en blanco.
Siete hermanos varones y ella.
Ella,
viendo pasar sus mejores años
detrás de las rejas que se cerraban con candado
cuando el último de los privilegiados
alcanzaba el cielo de la vereda.
Imaginando una milonga que nunca pisó,
bailando con su sombra
a escondidas de la severa mirada materna.
Siete hermanos varones y ella.
Siete hermanos varones que se enamoraron,
se casaron,
se fueron.
Cumplieron sueños, tuvieron hijos.
Buenos tipos, todos.
Buenísimos tipos.
 
Jamás fue a la escuela.
Jamás la tocó un hombre.
Jamás la amó un hombre.
Jamás tuvo nada que no fuera
camisas para planchar
y vecinitos para vengarse un poco
de una vida de mierda.
Ya sé, ninguno de nosotros tenía la culpa.
Pero cuando duele
el mordisco salta para cualquier lado.
Quizás jamás sonríe porque nunca aprendió.
 
¿Es mala?