jueves, 30 de noviembre de 2023

EL POEMA DE MARINA


EL POEMA DE MARINA
“¿Cómo te va junto a una simple mujer?
¿Sin divinidad alguna?”
Marina Tsvietáieva



Cuando me dejaste
yo me aferré al poema de Marina.
Lloré el poema de Marina.
Sangré el poema de Marina.
Lo repetí como repito el Padrenuestro
(un pase de magia blanca en el que no creo demasiado).
“Padrenuestro que estás en los cielos…
(¿cómo es abrazar la tierra firme
después de haber temblado a merced de una isla ?)
…santificado sea Tu nombre…
(¿cómo es nadar en una boca

que nunca te recitó una endecha de Alejandra?)
…venga a nosotros Tu Reino…
(¿cómo es tocar una garganta
que no comulga con  sextos sentidos,
penetrar una vagina sin alas,
comer de un cuerpo que no levita,
no se escalda,
no florece ?)



Nunca me creí del todo el poema de Marina.
(Ella era la Reina y yo
apenas un aroma que no cicatrizaba).
El poema me mentía  y, a pesar de todo,
lo usé en defensa propia.



Pero hoy,
hoy que la vi,
vulgar como esos gatos chinos de la buena suerte,
estridentes, dorados, estúpidos,
incómodos en cualquier lugar de la casa
(“¿Dónde pongo este gato?
¿Dónde pongo este puto gato que me regaló alguien que me odia?"),
comprendí que el poema te cae
como anillo al dedo.
Te desposo con el poema de Marina,
en la salud y en la enfermedad,
en la pobreza y en la riqueza.
Sangralo.
Sangralo como lo sangré yo.
Y creételo todo.
Porque Marina era una Baba Yagá,
una bruja rusa,
y cuando hablaba de ella hablaba de mí
(quizás porque todas las poetas somos una
y todos los hombres que se enamoran de las poetas
se asemejan un poco:
se cansan del dolor,
se agencian la ilusión de un lugar sin desgarros,
se suicidan pacíficamente entre las piernas
de una mujer que va los martes a la peluquería).



El poema de Marina se llama “Tentativa de celos”.
Leelo.
(Pero no te confundas, querido:
esto es una tentativa de parecerme a la Tsvietáieva;
de celos, nada).





domingo, 26 de noviembre de 2023

SIEMPRE POLILLA, NUNCA MARIPOSA


 SIEMPRE POLILLA, NUNCA MARIPOSA  

 

 Te empeñaste en que quemara la saliva 

del beso que nunca había dado  

-el beso límite,  

el beso “cruzo esta boca  

y todos los testigos declaran en mi contra”,  

el beso “ningún demonio  

puede aspirar a la inocencia”-. 

Pero yo fui más lejos, querido,  

y quemé mis naves  

en la llama  

del cigarrillo atroz que apretabas entre tus dientes  

la mañana del caos  

-el caos de hocicos y pezuñas traducido  

en las paredes acolchadas del grito  

que no quisiste escuchar-.

 

No era el aleteo de mis pestañas  

el que sonaba,  

como una pequeña música  

cuando la desnudez imponía  

su estampa clarividente.  

No era un capricho  

adentrarme en la luz.  

Yo volaba en círculos ebrios  

y vos te encendías 

frente a mi memoria hambrienta.

  

Preferí arder de una vez  

y ser ceniza,  

antes que regodearme en una belleza vacua;  

preferí morir,  

buscar el exterminio  

antes que sentarme a la mesa anémica  

de las buenas costumbres.

  

Siempre polilla,  

nunca mariposa. 

No quise flores para llorar la lápida  

del aliento contenido.  

Quise un fuego  

que no valió la pena  

y una vela que dibujó   

en el corazón del verbo  

que nunca fuimos posibles.

 

 

 

Arte: Nicoletta Ceccoli  

viernes, 24 de noviembre de 2023

DINOSAURIOS


 DINOSAURIOS



Buscando algo

-no sé qué-

encontré un papelito que decía:

“No borres mi nombre de tu historia.”

Me sentí la reina de Jurassic Park.

Además de miope,

desmemoriada.

Crují como una muñeca de madera

que se está acomodando

a una nueva versión de la soledad:

versos tachados, algún cablecito en mi cabeza

que no hace contacto

(dinosaurios).


“No borres mi nombre de tu historia.”

¿Quién sos?

¿Cuál es tu nombre?

¿Cuál es mi historia?

¿Nos besamos bajo la lluvia,

en el baño de la escuela,

en la trastienda del supermercado

entre cajones de Coca Cola

y latas de galletitas apiladas?

(¿Te acordás de las latas de galletitas?

Dinosaurios cuadrados de tripas dulces.

Extintas.

Como vos.

Como cualquier cosa que seas vos

además de este papelito).



¿Nos besamos en el Cementerio de la Recoleta

con los pies enredados en un nudo de gatos

y la muerte ahí

tan ordenadita, tan turística?

¿En el parque, ese 20 de enero,

dos semanas antes de que vomitara tu boca

y un puñado de mariposas muertas?

(A los quince años vivía en Macondo,

vomitaba  mariposas,

vivas, muertas,

pero nadie podía, jamás,

sembrarme  luz en el jardín del cuerpo:

una cerca viva

de mamás, tías y abuelas

mantenían a raya el arado del lobo.

Yo flotaba envuelta en tules rojos

y ellas pensaban en dinosaurios).



Por ahí nos besamos en la playa.

En la obra en construcción que había ala vuelta de mi casa.

En el cine.

En el reservado de ese boliche de Quilmes.

En un tren (también besé chicos en los trenes

antes de pegarme esta fobia a los transportes públicos).

Por ahí ni siquiera nos besamos:

yo fui la musa del papelito

y vos ese pesado.

(dinosaurios).



Dinosaurios.

Las galletitas en lata, vos,

Brandon, Dylan, vos,

New Kids On The Block, vos,

Madonna como una virgen, 

el Auto Fantástico.

Dinosaurios todos los que me besaron

bajo la lluvia, en la escuela,

en los cementerios, en los supermercados,

en los trenes, en los parques,

en la playa, en las obras en construcción,

en los boliches, en los cines.

Dinosaurios.

Dinosaurio yo con este papelito en la mano.

Carnotauro sin dientes.

Triceratops en crisis. 



“No borres mi nombre de tu historia.”



Perdoname, corazón,

tendrías que haber firmado el papelito.