Il a mis le café
dans la tasse
Recitar a Prévert en francés
es de las
pocas cosas que recuerdo
de todas las
que,
supuestamente,
aprendí en
el secundario.
Junto con
los nombres de las tenias
(saginata, equinococus, solium)
y el peligro latente del botulismo
agazapado en
las latas abolladas.
La memoria es loca, pienso,
o yo pasé por la escuela como quien pasa
por un desfile de Carolina Herrera.
Il a mis le lait
Dans la tasse de café
Lo miro con
desazón,
como si la
taza estuviera rajada
y el café y
la leche se escurrieran
por la
delicada herida de la porcelana.
Y empaparan
el mantel hasta convertirlo
en un
pañuelito descartable más,
de esos que
hoy revolotean por toda la casa
y confunden
a los gatos
que
persiguen, sin suerte,
pajaritos de
papel mojados de pena.
Así estoy
yo, así,
como una
taza rajada.
Me veo
entera de lejos,
me veo sana.
Pero estoy a
punto de explotar en el microondas
o de
quebrarme definitivamente
si alguien
me lava
con demasiada
vehemencia.
Alguna vez
leí por ahí
acerca del Kintsugi,
una técnica
japonesa que no desecha
la porcelana
rajada.
Las repara con un barniz de resina
mezclado con polvo de oro o plata.
Porque las roturas y los quiebres
son parte de la vida del objeto,
hablan su historia y sus transformaciones,
lo embellecen.
Supongo que lo mismo debe pasarnos a nosotros
cuando nuestras heridas cicatrizan
y cada cicatriz es una rosa que asoma
reafirmando que somos humanos.
Il a mis le
sucre
Dans le café au lait
Sans me
parler
Sans me regarder
Quizás yo
debería hablarle.
Quizás yo
debería mirarlo.
Quizás yo
debería preguntarle
como hace
tantos años:
“¿Querés que te recite un poema de Prévert en francés?”
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