jueves, 18 de abril de 2024

TENDRÍAS QUE HABER SIDO VOS

TENDRÍAS QUE HABER SIDO VOS


Tendrías que haber sido vos.


Tendrías que haber sido vos

el rubio que me besó en el  ‘82

y me dijo sos la chica más linda de la escuela,

lástima que seas tan rara,

aunque por ahí ser rara es lo que te hace tan linda:

mientras las otras  se apretujan en el baño

para pintarse los ojos

vos  te quedás acá, mirando el  cielo de frente,

y te colgás del cuello hilos de mariposas,

cenizas de revoluciones,

canciones de Bob Dylan.


Tendrías que haber sido vos

el vecino con el que me tropecé a los dieciséis

y al que amé feroz y platónicamente

(es el hombre más lindo del mundo,

igualito a Paul McCartney,

no,  más lindo que Paul McCartney;

si no me toca me muero,

si me toca me muero también,

combustión espontánea le dicen,

es raro, pero pasa).


Tendrías que haber sido vos

el chico que me acarició la cabeza

cuando el amigo de Richard Gere  se suicidó en “Reto al destino”

y yo me puse a llorar desconsoladamente.

El que me compró un amanecer en la playa

y me dijo que ahí, en el sol,

iba a estar lo que quisiera ver, siempre.


Tendrías que haber sido vos el pibe de la fábrica,

el hermano de mi odontólogo,

el baterista de ese grupo ignoto que nunca llegó a nada,

el hombre que tiene los ojos del mismo color que los de mi hijo.


Tendría que haber sido otro

el que apareciera

cuando estuviera cansada de vos,

y me dijera que sí pero no,

que tal vez, si yo no tuviera que revisar cuadernos,

que tal vez, si nos hubiéramos conocido hace veinticinco años,

que tal vez en la próxima vida

cuando seas vos el mentiroso que me tome del brazo con  dulzura

y me diga al oído

sos la chica más linda de la escuela, la más sexy,

la que saldría seguro en la tapa de Playboy

si no estuviera siempre buscándole la vuelta a las canciones de Bob Dylan

y no fuera tan bajita.







Arte: Ada Breedveld 

Del poemario "Pretty in pink" (2016)

martes, 16 de abril de 2024

LA GRAN TETA BLANCA


 LA GRAN TETA BLANCA

 

Engordé bastante en los últimos años.

Cuando todo se desmorona,

abrir la puerta de la heladera cada cinco minutos

no parece una idea tan descabellada.

Supongo que cada vez que berreaba,

en mi infancia temprana,

mi madre, desde su ingenuidad,

me consolaba a fuerza de pezón y leche.

Y que, junto con su tibieza,

incorporé la nefasta dinámica

de tapar el dolor con comida.

Supongo que mi manía

de vivir en la cocina e ignorar

cualquier otra habitación de la casa

tiene que ver con la necesidad de estar cerca

de la gran teta blanca.

La gran teta que está ahí,

siempre lista para socorrerme,

para anestesiar mis llagas

con un guiño de manteca.

La gran teta que obtura el agujero,

por el que podría escaparse el ángel roto,

ese que sabe

que lo que sangra no es hambre.

 

Engordé bastante en los últimos años.

Me dediqué a comer, comer, comer

y nunca gritar.

A tragarme todo,

como una grotesca oruga que nunca alcanza

su  anunciado destino de mariposa.

Tragarme las palabras,

los pedidos de auxilio,

los por qué, los para cuándo.

Me acostumbré a dejarme mimar

por la gran teta blanca.

A dejarme acunar por sus sabores.


 A dormirme abrazada

a una porción de lemon pie.


domingo, 14 de abril de 2024

NUNCA TENDREMOS PARÍS


 NUNCA TENDREMOS PARÍS


“El dolor, se dice callando.”
Eduardo Galeano 



Nunca tendremos París. 

No hubo un vestido azul 

ni una promesa, 

y aunque el mundo también se derrumbaba 

-se viene derrumbando desde siempre, 

desde que Dios optó por distraerse 

enumerando estrellas- 

no supimos amarnos. 



Nunca tendremos París, 

pero yo tengo el llanto, 

la hembra que me habita y que suicido 

ayunando tu piel cada mañana, 

las ojeras colgadas del espejo, 

el tabaco escociéndome la boca 

y esta tristeza dulce que no puedo 

explicar con palabras.



Nunca tendremos París, 

pero yo me emborracho por la tarde 

cada viernes de mayo, 

cuando se rompe el viento 

y no consigo 

soportar el otoño 

y le retuerzo el cuello displicente 

a mi  ángel de la guarda 

y escribo algunos versos anodinos, 

y callo, siempre callo, 

porque el dolor se dice con silencio 

y el lenguaje 

no sabe de cielos de París, 

de vestidos azules y promesas, 

ni de  recuerdos que jamás tendremos.






Arte: "Lovers in Paris", Leonid Afremov

jueves, 11 de abril de 2024

EL DOMINGO FUIMOS AL CEMENTERIO


 EL DOMINGO FUIMOS AL CEMENTERIO

 

El domingo fuimos al cementerio.

Hacía mucho tiempo que no íbamos

y temía encontrarme

con una tumba mordida por los yuyos,

con el nombre de mi hermano tachado

por la mano brutal de alguna tormenta.

Pero no.

Todo estaba en orden.

Faltaban flores, eso sí.

Pero lo demás estaba en orden.

En ese orden atroz de los cementerios.

 

Había poca gente.

Una pareja comulgando con el silencio

frente a la tumba de su hijo.

Un chico,

con casco de motociclista bajo el brazo,

mirando fijamente la foto de una mujer.

Y en la zona de los nichos,

una madre joven sentada en el piso

llorando

y acariciando un cajoncito

que parecía de juguete.

“Es difícil amar la vida”, dije,

con la voz infectada

por el virus obstinado de la tristeza.

Pero creo que me equivoqué.

Es fácil amar la vida.

Lo difícil es aceptar que es, apenas,

una pompa de jabón que explota en nuestras manos

antes de que termine el juego.

Justo cuando el verano

empezaba a ponerse lindo.



Arte:  Laura Makabresku   

lunes, 8 de abril de 2024

ADAGIO





ADAGIO
 



Pronuncio espejos. 

Pronuncio el escándalo del cableado telefónico 

(el hilo de pájaros ligeros 

que me acercó 

tu voz a la garganta). 

Pronuncio las cuatro patas saladas del océano 

(el  animal azul 

que me lamió el verano y olfateó 

la desnudez que fui 

cuando fui vela, 

y me incrusté 

en los babores de tu viento).

  

Pronuncio intemperie. 

Pronuncio la rubia dignidad 

de esta copa de vino vacía, 

el humo tribal del cigarrillo 

que me acorta los días, 

y el llanto de todo lo que va a morir 

(los frascos de perfume vacíos, 

las excusas cansadas de los cónyuges rotos 

y esa película de Von Trier 

tan parecida a mí como la náusea).



Amaste a la que pude ser, 

pero fui otra.



Pronuncio tijeras. 

Pronuncio el futuro de las amapolas 

(pequeñas bocas de jalea 

saboteando 

la lentitud de los jardines). 



Las tijeras y las amapolas se parecen: 

desordenan. 



Las tijeras, las amapolas y yo nos parecemos.



Desordenarte, 

amor, 

me costó la ausencia.






Arte: Nikolay Reznichenco