sábado, 29 de julio de 2023

UN VIEJO MARICÓN


UN VIEJO MARICÓN



Ramón Novarro fue,

en su juventud,

el álter ego de Rodolfo Valentino.

Había lavado muchos platos

y servido muchas mesas

antes de convertirse

en un Ben Hur latino y musculoso

corriendo insólitas carreras de cuadrigas

en las playas de Nueva Jersey.

Había pasado muchas noches rezando,

(Dios te salve, María)

antes de comprender

que el cuerpo no era un pecado.



En 1968 

poco quedaba de su antigua gloria.

Para la industria del cine, hipócrita y pacata,

era, apenas,

un viejo maricón que pagaba por amor.

Lo mataron a golpes

dos machitos feroces que justificaron la sangre

vendiéndose como chicos inocentes

acosados por un pervertido.



La prensa publicó que  Ramón había muerto

con un consolador art decó de grafito,

autografiado por el divino Rudy,

incrustado en la garganta.

Eran tiempos de brujas y cacerías:

un viejo maricón ameritaba

un final con escándalo.



Algo que les recordara a los lectores de la “TV Guide”

y a los devoradores de hamburguesas

que el que mal anda, mal acaba,

siempre.






De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019) 

jueves, 27 de julio de 2023

LOS GUANTES DE RITA HAYWORTH

LOS GUANTES DE RITA HAYWORTH

Rita se saca un guante
y Margarita llora desnuda
en el rincón de un cuartucho mexicano.
Tiene doce años y su padre la obliga
a pintarse la cara y bailar,
a beber con su cuerpo niño
cócteles de baba y claveles.
Llora porque la tocan
-su padre la toca, los ojos de los hombres la tocan-
ahí, donde no quiere, donde le duele.
Se desangra en el escenario y ¡olé!
Que siga el taconeo.

Rita se saca un guante
y Margarita mutila su nombre de flor,
se tiñe el pelo de rojo,
se casa por amor y se descasa por lágrimas,
se casa por amor y se descasa por golpes.
La siguen tocando donde no quiere, donde le duele.
La siguen tratando como una nena de doce años
que baila para no caerse muerta.
Como a una puta que se saca un guante.
No hacen falta cinco hombres para hacer infeliz a una mujer:
con uno solo basta,
con papá basta.

Gilda se saca un guante
ya todos saben que al poderoso Johnny Farrel le engañaron
y que su esposa es una...
Rita dice esa no soy yo,
yo estoy llorando desnuda en un rincón,
mastico claveles, sangro, taconeo,
me pinto la cara, me llamo Margarita.

Margarita se saca un guante
y todas las luces se apagan.
La marea del silencio sube en su cabeza roja.
Algo tendrá que ver la luna con esto,
la luna como una inmensa goma de borrar estrellas,
de borrar soldados excitados, bombas que explotan con su nombre,
melenas de fuego,
y claveles, y vestidos, y lágrimas,
y doce años que le duelen ahí,
ahí donde debería estallar el amor.

La memoria se saca un guante
y…



Arte: "Rita Hayworth", Ivo Milazzo

De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019) 

martes, 25 de julio de 2023

ROMY SCHNEIDER ESCRIBE UNA CARTA PARA SU HIJO MUERTO

 
ROMY SCHNEIDER ESCRIBE UNA CARTA PARA SU HIJO MUERTO




París, 29 de mayo 1982.

Romy recuerda.

Recuerda la sentencia de su padre

antes de abandonarla:

“Tenés cara de rata, pero sos fotogénica”.

Recuerda los años de la guerra,

su infancia vulnerada posando junto a Hitler

de la mano de una madre saturnina

que la concibió como un bocado de lujo.

Recuerda sus años de emperatriz risueña

y un poquito cursi,

un trompo iridiscente girando

en una corte de cartón pintado.

Recuerda la cama de Delon y dos ramos de rosas:

uno para enamorarla,

puppelé, puppelé,

otro para decirle adiós.

Pero sobre todo recuerda a David

y su útero es una prenda fina mal lavada

que se encoge, se aja.



Como cada noche

desde hace casi un año

Romy Scheineder escribe una carta para su hijo muerto.

La escribe con sangre, con alcohol,

con pastillitas de colores que remedan

un lejano tiempo de confites.

Le habla de la marca gris que dejó su risa,

esa pintura descolgada a destiempo,

en todas las paredes de la casa.

De las virutas de frío que se cuelan entre sus huesos

a pesar de la obstinación de la primavera.

Romy mira las fotos de su hijo,

le camina la boca con sus lágrimas,

y la memoria la arranca de su  silla Luis XV

como a una flor de alambre

y la arroja a un hervidero de chatarra,

de cosas oxidadas.



Como cada noche

desde hace casi un año

Romy Scheineder escribe una carta para su hijo muerto,

poupette, poupette.

Después cierra los ojos

con un cansancio hambriento que no tiene retorno

y se queda dormida.





Fotografía: Romy Schneider , Carlos

 De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)

miércoles, 19 de julio de 2023

LA CICATRIZ DE MARILYN MONROE


 LA CICATRIZ DE MARILYN MONROE 


Se desnudó,
como tantas veces,
y la cámara hundió sus dedos en la cicatriz
como quien los hunde
en crema batida,
en merengue recién hecho,
en una nube de algodón de azúcar.
En algo dulce, caliente, vivo.

La cicatriz.
Un murciélago rosado sin alas
cosiéndole la humanidad al cuerpo.
Una vagina hecha a cuchillo
para parirse a sí mima
imperfecta,
mortal,
hermana del vómito,
del llanto,
de la sangre.
Con una hermosura nueva
como la de lo que se rompe
o se desvanece.

Ella preguntó por la cicatriz.
Preguntó si era posible disimularla.
Había una ilusión que cuidar.
Un espejismo repetido
en cientos de pupilas amorosas.
Había que preservar los sueños
de quienes le cantaron
sus únicas canciones de cuna.
Los que contestarían el teléfono
si supieran.

Ella se desnudó
y la cámara
lavó sus pies de huérfana indigente.
Bendijo la moneda de plata
que se adelantaba a la muerte
debajo de su lengua.
La cicatriz era un surtidor de pájaros.
Era algo dulce, caliente, vivo. 

Fotografiarla era fotografiar la luz.

La luz era la suma de todas sus cicatrices. 


Arte: "Marilyn with Gold Roses" (The Scar), from "The Last Sitting" for Vogue (1962), Bert Stern
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)