martes, 13 de julio de 2021

"PRELUDIO A CUATRO VOCES" / PRÓLOGO


PRELUDIO A CUATRO VOCES 

Prólogo 

Las mujeres escribimos poesía desde tiempos inmemoriales. Pero aún antes de que esa poesía fuese plasmada en el papel, formó parte del universo femenino de manera irrebatible, yendo de boca en boca, entre susurros, como un legado ancestral que nos hermanó y nos propició un refugio y un salvoconducto.
La primera voz literaria de la historia fue Enheduanna, una sacerdotisa acadia que escribió 2.500 años antes de Cristo. “Esa primera poetisa, en el recinto del templo, emitía su voz fuerte y solemne para imponerse a un entorno receloso y, a veces, hostil”, cuenta Clara Janés en su libro "Guardar la casa y cerrar la boca". Poco se sabe de ella y el conocimiento sobre su existencia es reciente. Fue un explorador británico quien encontró, en 1926, un disco de alabastro con las primeras referencias a Enheduanna, hija de un rey y suma sacerdotisa, enfrentada a los sacerdotes del templo. Pero no fue la única: tanto en China como en Grecia e  India, había mujeres produciendo textos literarios varios siglos antes de Cristo. Sin embargo, en todos los tiempos, las obras femeninas se consideraron de menor valor en los ámbitos artísticos, y se las relegó al entretenimiento de mujeres de clase acomodada o como trabajo marginal respecto al de los artistas varones. La mujer en el arte fue encasillada en el papel de musa, inspiración del hombre, considerado el verdadero artista; no se le permitió mirar y se la obligó a ser mirada. Son muchas las leyendas y mitos que abordan la peligrosidad de la mujer que mira, revierte el paradigma dominante y se convierte en mujer fatal. Medusa, por ejemplo, que podía petrificar con su mirada, y se aniquiló a sí misma al recibirla reflejada en el escudo de Perseo, dejando en claro que la mujer no debe mirar, sólo ser mirada.
En 1929, Virginia Wolf señaló en su ensayo “Una habitación propia”, que “las mujeres han ardido como faros en las obras de todos los poetas desde el principio de los tiempos”, idealizadas, pero que estas mujeres de la literatura poco tenían que ver con las mujeres reales, que apenas sabían leer y escribir y eran sojuzgadas y consideradas propiedad de sus maridos. Omnipresente en la poesía escrita por varones, la mujer fue sistemáticamente ignorada en la historia.
El gran salto de musa a artista fue dado por la mujer entre los siglos XIX y XX, aunque siempre acotado por la desigual distribución de poder entre sexos aún presente en la sociedad. El siglo XXI propone un nuevo desafío: la búsqueda de una vía de salida de las limitaciones históricas a impuestas a lo femenino a través de la palabra, un camino iniciado en la década de 1970, cuando parte de la obra literaria escrita por mujeres comenzó a cuestionar los valores tradicionales de la cultura occidental, forjando un modelo de mujer que se despega de la identidad que le fue otorgada por la perspectiva y la visión masculinas. A través de la palabra, tratan de abrirse camino nuevas ideas sobre la mujer y lo femenino, independientes de los estereotipos y las construcciones sociales y culturales. “Preludio a cuatro voces”  es la suma del trabajo de cuatro destacadas poetas, que se ajustan naturalmente y con sobrado talento al desafío del siglo XXI. Se trata de un trabajo coral donde cada autora aporta su palabra y su musicalidad para la construcción de una sinfonía de luces y sombras que enaltece la condición femenina y, sobre todo, la capacidad de la mujer como creadora, como canal donde el arte fluye libremente y como hacedora única de su destino.
Jimena Cano da inicio a este maravilloso concierto con un puñado de poemas donde brilla en un recorrido por el recuerdo y se sitúa en la actualidad como sujeto deseante, desafiando las premisas impuestas por la masculinidad acerca del rol femenino. Jimena no se limita a ser mirada: es un sujeto activo que mira y sostiene la mirada más allá de cualquier presión del entorno. Ella es ella y ella es su poesía, visceral, profunda, en batalla. Dándole sentido a sus versos con un puñado de interrogantes: “No sé qué metáfora / me nombra / qué dialecto arcaico / / No sé / Yo sólo escribo”.
Poderosa también en su decir y destacándose en el uso perfecto de la metáfora, Susana de Iraola es la segunda voz que emerge en este poemario, con la fuerza arrolladora de una tormenta que se adelgaza, a veces, en el corazón del poema, hasta convertirlo en un suave oleaje que resume magistralmente el peso de los años vividos y la persistencia del deseo como pulsión de vida. Su palabra busca lo que fue pero no pierde de vista lo que es y será, en un abanico de futuros posibles: “Generando tormentas / para silbar los vientos del asombro / / Tormentas / en los bolsillos de la sangre / ocultas / entre pliegues y curvas del camino / el mismo que hoy nos pide / en silencio volver”.
Griselda Facta se suma a “Preludio a cuatro voces” con una cuota de delicada melancolía. Su poética oscila entre el ser y no ser, entre el creer y no creer, entre el aferrarse al exiguo refugio del poema o soltarle la mano y dejar que crezca la voz del lobo gris que aúlla dentro hasta tapar la propia. La poeta sale triunfante en el enorme desafío de sujetarse a la palabra y dejarse guiar a la luz, en su doble juego de iluminar y cegar: “El mudar verdadero / corre debajo la piel. // Hay que moverse con él. / Asumirse.”
Ivana Szac cierra este bello poemario con una colección de poemas donde los paisajes internos y externos se entrelazan y se fusionan. La naturaleza es una presencia constante en su poética y va trazando un mapa donde el abismo y el refugio pueden ser las dos caras de una misma moneda. Hay una constante identificación de la poeta con el entorno primitivo, con lo animal, que impregna su trabajo con una fuerza demoledora: “no sé si nadaré / como un pez de invierno / de escamas rotas // morir / es resucitar en otra realidad”.
Como mujer que escribe, como mujer que intenta escribir y ser parte del aquelarre blanco que nos hermana en la gestación colectiva de la palabra, celebro la aparición de “Preludio a cuatro voces”, un poemario que suma talentos y nos deja temblando frente a la belleza, la incertidumbre, el orden y el caos de la vida. Cuatro mujeres se unen y la temperatura de sus cantos propicia el nacimiento de la magia. Y en esa magia, apalabrada con exquisita soltura, con rotunda impronta femenina, estamos todas. Somos todas. 

Raquel Graciela Fernández

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