miércoles, 11 de noviembre de 2020

LA VIEJITA DE LA OTRA CUADRA


 LA VIEJITA DE LA OTRA CUADRA

 

No recuerdo cómo se llamaba.

Tenía un nombre alemán impronunciable,

así que mis hermanos y yo la bautizamos

la viejita de la otra cuadra.

En ese viejita cabía

toda la ternura que nos provocaba:

era un rayo de carne blanca

levitando en su jardín de azucenas blancas,

levitando de tan frágil,

de tan el viento me levanta en andas.

De vez en cuando

le hacíamos algún mandado

y ella, agradecida,

dejaba caer en nuestras manos

un puñadito de monedas lustrosas

que tintineaban con alegría.

“Para un kilito de pan”,

nos decía,

pero nosotros comprábamos caramelos,

chicles con tatuajes,

chupetines sabor Coca Cola.

 

Cuando empecé la escuela secundaria

pasaba todos los días frente a su jardín inmaculado

y me detenía cinco minutos

para hablar con ella.

Hablábamos de plantas, de pájaros,

y, cuando estaba triste,

del nieto muerto,

un zorro gris al que un camionero

le había pasado por encima

en una de esas tragedias de tránsito

tan en boga hoy en día.

Las azucenas eran para el nieto.

Siempre.

 

El día que cumplí quince años

recibí una docena de ramos de flores.

Once, acicalados con celofán y moños de rafia,

provenían de las florerías del barrio

(vivir cerca de un cementerio hace que las florerías

sean negocios tan comunes

como las verdulerías o los almacenes).

El número doce era uno de azucenas blancas

que la viejita había preparado con la misma ternura

con la que nosotros la habíamos apodado.

 

Cuando crecí un poco le pedí algunos bulbos

y los planté cuidadosamente.

Las azucenas reventaron en el fondo,

pétalos de gasa con pistilos dorados,

y cuando la viejita murió

y tapiaron su jardín

algo de ella quedó flotando en mi casa,

un rayo de carne blanca anunciando

lo mejor de la primavera.

 

Desde entonces,

cada 11 de noviembre,

tengo un ramo de azucenas blancas.

Un ramo gigante de azucenas blancas.

Que me recuerda que,

aunque los años pasen

y la gente querida se vaya,

la vida insiste.

El amor insiste.


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