lunes, 23 de noviembre de 2020

LA FAMOSA POETA MUERTA

 

LA FAMOSA POETA MUERTA

 

A veces fantaseo

con convertirme en una famosa poeta muerta

y tener un séquito de viudas y viudos

que lloren en mi funeral cada año,

y me escriban poemas homenajeándome,

retratándome como a una criatura sobrenatural

que jamás lavaba los platos

ni ponía cara de fastidio en la cola del supermercado.

¿Platos, supermercado?

Esas cosas ni siquiera me rozarían.

Sería una santa pagana alimentada sólo de palabras,

de bellas palabras,

de palabras y aire.

 

Entonces,

todo el mundo querría hurgar en mis papeles personales

(convenientemente guardados bajo siete llaves

en la Universidad de Palo Alto)

en mis cartas,  en mis diarios.

Y reeditarían mi obra completa una y otra vez,

para que mi séquito de viudos y viudas crezca cada año

y cuando tengan que elegir entre venerar a Jim Morrison o a mí

me elijan a mí.

 

Pero no.

Ya soy demasiado vieja para morirme joven

y eso del suicidio no se me da bien.

Mis diez kilos de más

atentan contra el modelito lánguido y sufriente

de la poeta que se alimentaba sólo de palabras y aire

y la pasó peor que cualquier otra poeta en el mundo.

Y tampoco escribo tan bien.

 

A veces fantaseo con que soy la famosa poeta muerta

y alguien encuentra,

hurgando en mis papeles,

un documento inédito que echa luz

sobre mi vida de santa pagana.

 

Cruzo los dedos para que sea la carta de un amante

y no la lista del supermercado.


Arte: "John Everett Millais: Ophelia" – Vera's doll stories

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