UCO 2
Hoy la mujer de la habitación "Aislada A"
tiene los ojos abiertos
y balbucea algunas palabras.
Pero no es mi madre.
Yo soy la suya.
Las enfermeras me advirtieron
que no quiso comer
e intento que trague unas cucharadas de yogur de
frutilla.
Ella me dice: "No,
mamá, no, no no"
y aprieta los labios descoloridos
en un agónico acto de rebeldía.
Está atada a la cama.
Imagino que es un bebé
sujeto a su sillita de comer
y que la cuchara que acerco a su boca
con frustración e insistencia
es un ridículo avioncito pirueteando el aire.
"No,
mamá, no, no, no".
Me siento insignificante
en los zapatos de mi abuela.
A un costado de la cama,
de espaldas a esta ceremonia extraña
de roles invertidos,
mi hijo llora.
(Más tarde, café de por medio,
me hablará de bucles generacionales
y de la vida dando vueltas en círculos
como un perro que se obstina
en morderse la cola.
La vida.
Eso que parece tan escaso
en Unidad Coronaria.
Eso que salta
de corazón en corazón,
y va dando tumbos entre las camas,
enredándose con los cables,
chocando contra los monitores,
gruñéndole a las enfermeras
Y a veces le suelta la mano a la luz
y se pierde en cualquier cielo
Como un globo inflado con helio).
"No, mamá, no, no,
no".
Mamá.
Mamá.
Quiero soltar la cuchara
y correr a mirarme al espejo.
Quiero ver mi cara.
Quiero estudiar cada detalle de mi cara.
Quiero saber cuánto envejeció mi sonrisa
ahora que soy
la madre de mi madre.
Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022)
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