domingo, 19 de marzo de 2023

SALA 1

 
SALA 1
 
 

Hace unas horas que mi madre abandonó Unidad Coronaria.

La trasladaron a una sala para dos

que esta noche no comparte.

Mi madre está y no está:

va y viene

de la luz a la oscuridad,

de las canciones de Elvis a las jeringas,

de los 16 años

a esta pequeña vida de hospital

que devora la luz

como una oruga intermitente.

A veces

me llama por mi nombre.

A veces me dice mamá.

A veces me mira sin entender mi cara,

como si yo fuese una extraña,

otro fantasma que arrastra por los pasillos

su hastío y sus zapatillas blancas.


Hace un frío inusual para febrero.

Mamá pide una frazada.

Y otra.

La vida de hospital es pequeña y helada

aún en pleno verano.

Me trepo a la cama vacía

para desenchufar un aire acondicionado que nadie apagó

a pesar de mis ruegos

("Tiene neumonía, por favor, por favor").

Mamá tiene frío,

yo tengo frío.

Ella duerme de a ratos

y yo me acurruco

en un colchón desnudo forrado en plástico,

con olor a Lysoform y a miedo.

La escucho quejarse en sueños.


"Falta poco",

le digo (me digo)

pero no sé cuánto falta,

cuántas madrugadas como esta

tenemos por delante,

cuántas jeringas,

cuántos antibióticos,

cuánto Lysoform,

cuánto plástico.

Cuántas enfermeras con pestañas postizas,

discretas como Kim Kardashian,

refunfuñando cada vez que pido algo.

Las horas se estiran como siglos.

Si por lo menos hubiera aprendido a rezar.


En mi cabeza

Elvis recita un poema de Hsiao Kang:

"Pregunta por la medida del dolor.

Se calcula por la duración de la noche".





Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022) 

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