SALA
2
Hoy mi madre está furiosa.
"Estás hecha una arpía",
me dice
cuando entro a la sala/calabozo
donde cumple condena.
Yo llevo enormes anteojos de sol.
Siempre me pareció ridículo
usar anteojos de sol en espacios cerrados.
Pero duermo poco
y lloro mucho,
y trato de disimularlo
aún a riesgo de parecer una tilinga.
Me cuesta sonreír hoy.
Mi madre está furiosa y yo,
cansada.
"Seguro
que a tu suegra no la tratabas así",
me dice.
"Mi suegra era una santa",
le contesto impaciente.
(Además, mamá,
con ella el policía malo era mi
marido).
"Estás
hecha una arpía",
me dice.
Y tiene razón:
estoy hecha una arpía (cansada)
que la obliga a comer,
a tragar píldoras,
a usar una faja que es casi
un instrumento de tortura.
Que la obliga a permanecer en la sala/calabozo,
ese lugar donde la despiertan a las 5 de la mañana para pincharla,
y le hacen doler a propósito,
porque las enfermeras son malas,
y la comida es horrible,
y el doctor la operó para el culo.
En mi cabeza Elvis canta
"El rock de la cárcel"
(“Por todos los
cielos,
nadie está mirando, es nuestra oportunidad de
escapar.”)
Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022)
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