lunes, 27 de marzo de 2023

ALTA


 ALTA

 

Hoy, por fin, mi madre vuelve a casa.

Cada vez que pensé en este día

lo imaginé mucho más feliz.

Pero llueve a cántaros

y mamá está dolorida y  cansada.

Ni siquiera quiere sacarse el camisón:

“Poneme el vestido arriba y ya está”,

me dice en un hilo de voz.

Mientras mi hermano espera a un camillero,

yo  voy de aquí para allá con papeles

e intento que alguien me informe los horarios

de su nueva grilla de medicamentos.

Cuando pongo un pie fuera de la clínica

juro no volver a pisarla nunca más,

aunque sé que en un par de días tenemos que volver

a ver al cirujano.

“Por lo menos es lindo y amable, pienso,

y mira a sus pacientes a los ojos,

no como esos médicos de cabecera

que ni siquiera conocen sus caras.

Los viejos dejan en un buzón

un sobre con la listita de lo que necesitan

y la otra semana retiran sus recetas.

No importa lo que pidan:

hipnóticos, barbitúricos,

20 pastillas de éxtasis…”

 

Subo al auto donde mi madre y mi hermano me esperan.

El viaje de vuelta al hogar es inusualmente silencioso.

Tengo ganas de llorar.

Tengo miedo de esta noche

(la primera noche que mamá pasará en cama,

sin que la despierten a las 5 de la mañana,

sin que la pinchen,

sin que le ajusten la faja hasta el desmayo,

enteramente a mi cuidado).

Tengo miedo de no estar a la altura.

 

Cuando mi madre baja del auto,

sostenida por mi hermano,

es ella la que llora.

Pero no es un llanto de miedo:

es un llanto de alivio.

Por fin, por fin, por fin.

 

Por fin.

 

Bienvenida a casa, mamá.

Ya nos vamos a arreglar.




Del poemario "El corazón de mi madre", Apócrifa Editorial (2022) 


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