domingo, 3 de enero de 2021

SUEÑO


 
SUEÑO

 

Soñé que me ahogaba en un estanque

y que flotaba en el agua

casi tan hermosa como la Ofelia de Millais,

boca arriba, palmas arriba,

junto a puñados de margaritas

arrancadas de los arbustos cercanos.

En el cuadro, las margaritas son unas pocas,

pero hay otras tantas flores que convierten a Ofelia

y a su entorno

en un extraño ecosistema de muerte y primavera.

En mi sueño sólo había margaritas.

Representan el candor, dicen. No sé.

Quizás representen lo sencilla que hubiera deseado ser,

vivir donde el verde,

desconocer un montón de palabras rimbombantes

que no alcanzan

para arañarle la cara al silencio.

 

Claro que no soy tan joven como Ofelia.

Ni tan hermosa. Ni tan inocente

(no llevo un collar de violetas que confirme,

mi estado de virginidad perpetua;

el amor se hizo en mí y en mí se deshizo,

cuando las piernas empezaron a acusar su cansancio).

Pero cuando flotaba inmóvil en ese estanque

y podía verme, como quien se mira

en una estúpida filmación casera,

sentía lo mismo que siento el mirar el cuadro:

Ofelia se va a disolver hasta ser una con el agua

o va a desaparecer en una onda gigantesca y repentina;

esto no es un final, esto es una mujer

reencontrándose con el hogar primigenio.

Al mirarme en ese estanque, inerte,

boca arriba, palmas arriba,

supe que yo necesitaba también volver a mi albergue primitivo.

Volver al útero del agua y parirme

con el corazón más inclinado hacia el lado de las margaritas

y menos hacia el de las tristezas.

Con menos palabras que decir

pero más verde en el cuerpo.



Arte: "Ophelia", John Everett Millails


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