EL DÍA EN EL QUE DEBERÍA HABERTE DEJADO
Sé exactamente cuál fue
el día en el que debería
haberte dejado.
Habíamos cenado, con copas y
vino,
viendo una película a la que
no le prestamos
demasiada atención.
Y cuando el sueño se había
llevado a nuestro hijo
a su mapa celeste,
habíamos hecho el amor como
se hace el poema:
cabalgando relámpagos.
En la cocina, con
todas las luces de la casa encendidas,
como si los
cuerpos fueran
una comparsa de lentejuelas contorneándose
en un desfile de
carnaval.
Brillando en la insistencia
del sudor
Resplandeciendo en la
danza de las bocas.
Al otro día,
los platos estaban sin lavar.
El amor había sido el apremio
y los platos sucios sufrieron un segundo plano.
Vos te fastidiaste por mi
desprolijidad.
No sé si fue dolor o
desconcierto lo que sentí.
O ambos.
Te fastidiaste porque no me
había quedado
barriendo el papel picado
después de la fiesta.
Que había sido nuestra.
Que había sido tuya.
Porque yo me había desnudado
en vos
y te había abierto mi cuerpo
como quien abre una casa de
veraneo
que anhela las voces que
llegarán
para empezar a vivir.
Te molestaste
mucho por los platos sin lavar,
cuando yo todavía temblaba
porque sentía que esa noche
me había tocado el
milagro.
Ese fue el día en
el que debería haberte dejado.
No lo hice.
Lavé los platos tragándome
las lágrimas
Y el desencontrado
café del desayuno
borró con el codo
lo que las lentejuelas y las
luces
habían escrito con
la mano.
Ese fue el día en el que debería haberte dejado.
No lo hice.
Acepté las reglas de un juego
que me convirtió
en una mujer triste
que hizo de la sonrisa forzada
una coraza
y repite estoy bien
como un mantra de autoengaño.
Me pregunto por qué no te
dejé ese día.
Me pregunto por qué no me
amaba tanto
como te amaba a vos.
Arte: Joana Kruse
No hay comentarios.:
Publicar un comentario