NUNCA NOS PROMETIMOS AMOR
No nos prometimos amor frente a Dios.
No nos prometimos amor frente a un juez.
No nos prometimos amor.
Nunca nos prometimos amor.
Sin embargo,
fue amor lo que nos llevamos el amor a la boca
durante treinta años,
lo que partimos y repartimos
en el paisaje de manteles floreados,
manteles a cuadros,
manteles que se fueron gastando con el tiempo
y se convirtieron en trapitos para limpiar
acá y allá
el polvo de los días.
Fue amor lo que nos llevamos a la boca.
A veces,
se deshizo en nuestro paladar
con la delicadeza de un sueño que se rompe
cuando el primer rayo de sol
nos empapa los ojos.
A veces,
lo masticamos con rabia,
como si nuestras muelas
pudieran quebrar el eje del mundo.
Nunca nos prometimos amor.
El amor llegó sin promesas
como un pájaro huérfano,
desnudo de palabras y rituales,
largo y libre,
un catálogo para leer todos los vientos,
un estruendo de arcabuces y ángeles.
Alguna vez creímos que se había escapado
por una herida abierta
como un gato tentado por el cielo,
pero siempre estuvo ahí,
en tu boca, en la mía,
debajo de la hojarasca de los besos dados al descuido,
un brote agazapado que nunca
se deshizo del verde.
Porque las promesas vienen y van.
Pero el amor
(eso que prescinde de todo
menos de su misterio)
viene y se queda.
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