domingo, 31 de enero de 2021

EL DOMINGO FUIMOS AL CEMENTERIO



EL DOMINGO FUIMOS AL CEMENTERIO

 

El domingo fuimos al cementerio.

Hacía mucho tiempo que no íbamos

y temía encontrarme

con una tumba mordida por los yuyos,

con el nombre de mi hermano tachado

por la mano brutal de alguna tormenta.

Pero no.

Todo estaba en orden.

Faltaban flores, eso sí.

Pero lo demás estaba en orden.

En ese orden atroz de los cementerios.

 

Había poca gente.

Una pareja comulgando con el silencio

frente a la tumba de su hijo.

Un chico,

con casco de motociclista bajo el brazo,

mirando fijamente la foto de una mujer.

Y en la zona de los nichos,

una madre joven sentada en el piso

llorando

y acariciando un cajoncito

que parecía de juguete.

“Es difícil amar la vida”, dije,

con la voz infectada

por el virus obstinado de la tristeza.

Pero creo que me equivoqué.

Es fácil amar la vida.

Lo difícil es aceptar que es, apenas,

una pompa de jabón que explota en nuestras manos

antes de que termine el juego.

Justo cuando el verano

empezaba a ponerse lindo.



Arte:  Laura Makabresku   

viernes, 29 de enero de 2021

TALENTOS


 TALENTOS

 

Hay gente que juzga mis talentos como escasos.

Puede ser: plancho muy mal.

Hay algo en las arrugas una resistencia burlona

que se ha ensañado con mi persona,

una terquedad imposible de desbaratar.

Tampoco soy buena haciendo camas:

las sábanas cuelgan de un lado

y escasean del otro,

y se me enroscan en los pies

como serpentinas insomnes.

Soy muy mala en matemáticas

y no es raro

verme contar con los dedos

como si todavía tuviera seis años.

Soy muy mala en los negocios:

perdí plata hasta vendiendo productos AVON.

Sin embargo,

tengo un talento

que califico como maravilloso.

Talento que más de uno me envidiará,

lo sé,

porque no es nada común,

no es una cosita de todos los días,

está reservado sólo para algunos, los privilegiados:

sé cómo dormir a una gallina sujetándola bien,

poniendo delicadamente su cabecita debajo del ala

y haciéndola dar tres vueltas en el aire

en el sentido de las agujas del reloj.

Me enseñó Tusam.

 

¿Alguno de ustedes puede hacer eso?

 

miércoles, 27 de enero de 2021

NUNCA NOS PROMETIMOS AMOR

NUNCA NOS PROMETIMOS AMOR

 

No nos prometimos amor frente a Dios.

No nos prometimos amor frente a un juez.

No nos prometimos amor.

Nunca nos prometimos amor.

Sin embargo,

fue amor lo que nos llevamos el amor a la boca

durante treinta años,

lo que partimos y repartimos

en el paisaje de manteles floreados,

manteles a cuadros,

manteles que se fueron gastando con el tiempo

y se convirtieron en trapitos para limpiar

acá y allá

el polvo de los días.

Fue amor lo que nos llevamos a la boca.

A veces,

se deshizo en nuestro paladar

con la delicadeza de un sueño que se rompe

cuando el primer rayo de sol

nos empapa los ojos.

A veces,

lo masticamos con rabia,

como si nuestras muelas

pudieran quebrar el eje del mundo.

 

Nunca nos prometimos amor.

El amor llegó sin promesas

como un pájaro huérfano,

desnudo de palabras y rituales,

largo y libre,

un catálogo para leer todos los vientos,

un estruendo de arcabuces y ángeles.

Alguna vez creímos que se había escapado

por una herida abierta

como un gato tentado por el cielo,

pero siempre estuvo ahí,

en tu boca, en la mía,

debajo de la hojarasca de los besos dados al descuido,

un brote agazapado que nunca

se deshizo del verde.

Porque las promesas vienen y van.

Pero el amor

(eso que prescinde de todo

menos de su misterio)

viene y se queda.


sábado, 23 de enero de 2021

EL GIGANTE CON PIES DE AZÚCAR


EL GIGANTE CON PIES DE AZÚCAR

 

Aquel día

yo estaba jugando en la vereda de la Karina Bardón,

la nena que vivía al lado.

Un auto desconocido estacionó

en el frente de mi casa

y al ratito, nomás, mamá salió

y se subió, llorando, al auto misterioso.

Había muerto el abuelo.

El abuelito Luis.

El gigante con pies de azúcar

había sido derribado en su quinta,

entre los tomates, las radichetas

y las plantitas de orégano

que perfumaban cada día de la infancia.

El gigante con pies de azúcar se había ido

con los cuentos a otra parte.

 

Yo tenía cuatro años,

pero lo recuerdo nítidamente.

Y lo que más nítidamente recuerdo

es su alegría.

En una familia de melancólicos

el abuelo desentonaba.

Y ese contento de violín desafinado,

esa desvergüenza de soltar la risa,

era lo que más amaba en él.

El abuelo no se daba por vencido.

No cedía ante la paleta monocromática

con la que la abuela

insistía en pintar la vida.

Todo un héroe poniéndole color

con sus tomates y sus aires de acordeón,

a la suma, siempre errada,

de sus recíprocos días en blanco y negro.

 

El abuelito Luis contaba cuentos.

Recitaba poemas camperos,

no exentos de picardía.

Le gustaba Ramona Galarza

y, todavía, cuando la escucho,

algo del Paraná me moja los ojos.

Cientos de veces me pregunté

cómo terminó un gigante con pies de azúcar

y corazón de chamamé

casado con una asturiana adusta

que jamás le regaló un paso de baile.

Cientos de veces se me escapó la respuesta

como una panambí morotí de vuelo ondulante.

 

Solamente cuatro años

tuve a un abuelo que me alzaba

y me regalaba al aire,

como si fuera un barrilete.

Sin embargo, puedo cantar “La vestido celeste”

o “AhMi Corrientes Porá

de punta a punta.

Y recitar ese cuentito que empieza

Vamos al baile, dijo el fraile”

sin equivocarme una sola vez.

Esa es la herencia que me dejó mi abuelo.

 

Ojalá hubiera vivido muchos años más

para enseñarme

su sencilla manera de ser feliz. 


jueves, 21 de enero de 2021

ESCALOFRÍOS

 ESCALOFRÍOS

 

La escucho deambulando,

toda la noche.

Abriendo y cerrando cajones.

Desparramando papeles.

Dando pequeños golpes en las paredes

como si quisiera asegurarse de que es,

de que existe.

Sin que ella supiera cómo, dónde, por qué,

la línea de la vida se hizo pájaro

y se voló de su mano.

Ahora sus dedos son los barrotes

de una jaula vacía,

y ella, una gitana blanca,

una gitana ciega

mirándose con desconsuelo

el destino amputado.

Aullando.

 

Cuando aúlla

siento escalofríos.

No estoy preparada

para cederle mis noches a un fantasma.

No tengo el valor que se requiere

para ver levitar sus pies de jazmines rotos

a quince centímetros del suelo.

No me atrevo a mirarla a los ojos,

a seguir una trayectoria de terror

pupilas adentro

para adivinar qué herida, qué venganza,

qué profecía de amor no cumplida

la mantienen atrapada

en un mundo al que ya no pertenece.

 

Cuando aúlla

siento escalofríos.

Me tapo la cabeza con la almohada

y lloro bajito.

Lloro hasta que me quedo entredormida

y un mugido de estrella me empuja

contra la cama.

Le temo y ella lo sabe.

Le temo y yo sé

que eso le provoca una tristeza infinita.

 

 La escucho deambulando,

toda la noche.

Aullando. Aullando. Aullando.

 

Soy yo

en cada rincón de la casa.


 

Arte: "Ghost", Barbara Agreste 


martes, 19 de enero de 2021

SOY BRIDGET CLEARY


SOY BRIDGET CLEARY

“Are you a witch, or are you a fairy
Or are you the wife of Michael Cleary?
Rima infantil irlandesa

 

Creo en las hadas, pero soy una mujer mortal,

dijo Bridget mientras la torturaban.

Pero no la escucharon:

una mujer mortal obedece a su marido,

baja los ojos,

acepta con naturalidad un insulto

o un golpe,

no gana su propio dinero,

no dispone de su propio dinero.

Una mujer mortal no usa medias negras,

no hace del cuerpo

un territorio ingobernable

donde nadie puede plantar bandera,

suplica, se arrodilla, se arrastra.

Soy Bridget Cleary,

repitió, atada a la cama,

ahogada en lágrimas y vómito,

mientras la hacían tragar a la fuerza

tónicos y brebajes.

Pero no la escucharon:

era claro que Bridget había sido suplantada

por un ser sobrenatural que no pedía permiso,

ni daba explicaciones,

ni mendigaba perdón por faltas imaginarias.

 

Una mujer mortal

(una esposa como Dios manda)

pare hijos como una coneja atolondrada,

sonríe y acata,

sonríe y cumple,

sonríe y se pudre por dentro

sin un gemido, sin una queja.

Y cuando el viento sopla por las noches

y arrasa con el verde y los gorriones,

se acurruca en su hombre

para ahuyentar al miedo.

Porque una mujer mortal teme.

Necesita que ese hombre le acaricie la cabeza

y le diga que la tormenta no tocará su casa.

 

Creo en las hadas, pero soy una mujer mortal,

dijo Bridget mientras su marido

la empapaba en aceite de lámpara

y acercaba un fósforo a su camisa blanca.

Mientras ardía

(mientras sus medias, por fin, imploraban perdón

y el fuego la revelaba como una hembra perecedera,

como un cúmulo de carne chamuscada)

Bridget supo la muerte y no supo

si su pecado había sido creer en las hadas,

ser mujer, ser mortal,

o no haber sabido

agachar la cabeza a tiempo.


 

Bridget Cleary fue una mujer irlandesa asesinada por su marido en 1895. Su esposo dio como motivo del crimen la creencia de que la mujer (inusualmente independiente para la época) había sido secuestrada por las hadas y reemplazada por un polimorfo. Bridget fue brutalmente torturada y prendida fuego mientras aún estaba viva o inmediatamente después de su muerte.


domingo, 17 de enero de 2021

UNA DEL MONTÓN


UNA DEL MONTÓN

 

No hay nada en mí que me haga

digna de distinción.

No tengo una belleza despampanante,

ni una inteligencia que supere la media.

No sé leer las cartas del Tarot,

ni hablo con los muertos,

ni levito,

ni me cuelgo cabeza abajo

como un murciélago en pausa

para soñar los sueños de la no conciencia.

Tengo una sola vida,

cuadrada y chiquita,

un terrón de azúcar con un dejo amargo

de veneno o de lágrimas.

Tengo una sola muerte,

la que me espera no sé cuándo,

no sé dónde.

La que salgo a buscar a medias

cuando me pinto el corazón de negro.

Porque la quiero. Pero no.



Sin embargo,

me esfuerzo cada día

para no ser una del montón.

Para no ser una vida y una muerte

tan iguales a todas.

Un mugido cuando el mundo me dio a luz

y una tumba que tendrá flores frescas

los primeros tiempos

y luego mutará en un eslabón más

de esa larga cadena de olvido

que son los cementerios.

Me esfuerzo en ser algo más

que una nadería que se zarandea sin gracia

en la platina del microscopio universal.



Pero es inútil:

no tengo una belleza despampanante,

ni una inteligencia que supere la media.

Ningún poder sobrenatural.

Me corto

y no sangro poemas.

 


Arte: Images.com/Corbis