Durante
mucho tiempo
quise
ser la Mujer Maravilla.
Pero
debo confesar
que
lo que menos me importaba
era
darle su merecido a los malos.
Yo
quería ser la Mujer Maravilla por el
traje.
La
tiara, los brazaletes.
El
bombachón azul con estrellas
y ese
corset rojo y dorado que resaltaban
la
increíble figura de Lynda Carter.
Las
botas. Tenía una obsesión con las botas.
Supongo
que a los diez años
es más
atractivo lucir un vestuario de ensueño
que
salir a cazar villanos.
Rebobinemos,
entonces:
nunca
quise ser la Mujer Maravilla.
No
corro, no hago piruetas,
no
soy capaz de pegarle a nadie.
Y, si
me apuran un poco,
hasta
los malos me dan lástima
(andá
a saber qué infancia horrible tuvo
el
infame de turno).
Lo
que yo quería
era
ponerme el traje de la Mujer Maravilla.
La
tiara, los brazaletes, las estrellas.
Quería
tener la figura de Lynda Carter
y salir en un poster de la TV Guía
con
las rutilantes botas rojas
y el
lazo de la verdad de adorno.
Y que
de hacer justicia se encargara Superman.
Yo,
que tengo mi lado superfluo, como todos,
y
adoro la ropa,
no
tuve en mi vida
la
oportunidad de lucir grandes trajes.
No
tuve vestido de primera comunión
de
canesú primoroso.
Ni de
quince, estilo princesa.
Ni
siquiera de novia
(aunque
sí elegí uno vintage que vi en una
revista
cuando
mi hermana se casó,
muy años 20, con sombrero cloche y todo;
un vestido que quedó para el será en la próxima vida).
Pero,
aunque nunca salí en la TV Guía,
sí
tuve en un Carnaval
mi
añorado traje de Mujer Maravilla.
Con
una bombacha de stretch azul,
un
pedazo de cortina roja,
unas
botas de lluvia pintadas con témpera
y
mucha cartulina y papel glasé metalizado,
mi
hermana me cumplió el sueño:
Mujer Maravilla por un día.
Sin
salir a cazar rufianes.
Sin
la figura de Lynda Carter.
Pero Mujer Maravilla al fin.
Creo
que ese gesto fraterno,
esa
voluntad de hacer mucho con tan poco,
fueron uno de los más grandes regalos
que
recibí en mi vida.
Hace
rato que dejé de lado
mis
veleidades de Mujer Maravilla.
Y no
porque no puedo y no debo con todo,
como pregonan
las chicas más jóvenes,
en
sus justos reclamos.
Ni
siquiera porque me vería ridícula
enfundada
en un traje diseñado
para
una heroína joven y esbelta.
Sino
porque impartir justicia no es lo mío
A mí
me tira el perdón.
Andá
a saber qué le pasó de chico
al
desgraciado que se me metió adelante de prepo
en la
cola de la farmacia.
Foto: Lynda Carter como "Wonder Woman"
No hay comentarios.:
Publicar un comentario