lunes, 21 de diciembre de 2020

MUJER MARAVILLA



 MUJER MARAVILLA

 

Durante mucho tiempo

quise ser la Mujer Maravilla.

Pero debo confesar

que lo que menos me importaba

era darle su merecido a los malos.

Yo quería ser la Mujer Maravilla por el traje.

La tiara, los brazaletes.

El bombachón azul con estrellas

y ese corset rojo y dorado que resaltaban

la increíble figura de Lynda Carter.

Las botas. Tenía una obsesión con las botas.

Supongo que a los diez años

es más atractivo lucir un vestuario de ensueño

que salir a cazar villanos.

 

Rebobinemos, entonces:

nunca quise ser la Mujer Maravilla.

No corro, no hago piruetas,

no soy capaz de pegarle a nadie.

Y, si me apuran un poco,

hasta los malos me dan lástima

(andá a saber qué infancia horrible tuvo

el infame de turno).

Lo que yo quería

era ponerme el traje de la Mujer Maravilla.

La tiara, los brazaletes, las estrellas.

Quería tener la figura de Lynda Carter

y  salir en un poster de la TV Guía

con las rutilantes botas rojas

y el lazo de la verdad de adorno.

Y que de hacer justicia se encargara Superman.

 

Yo, que tengo mi lado superfluo, como todos,

y adoro la ropa,

no tuve en mi vida

la oportunidad de lucir grandes trajes.

No tuve vestido de primera comunión

de canesú primoroso.

Ni de quince, estilo princesa.

Ni siquiera de novia

(aunque sí elegí uno vintage que vi en una revista

cuando mi hermana se casó,

muy años 20, con sombrero cloche y todo;

un vestido que quedó para el será en la próxima vida).

Pero, aunque nunca salí en la TV Guía,

sí tuve en un Carnaval

mi añorado traje de Mujer Maravilla.

 

Con una bombacha de stretch azul,

un pedazo de cortina roja,

unas botas de lluvia pintadas con témpera

y mucha cartulina y papel glasé metalizado,

mi hermana me cumplió el sueño:

Mujer Maravilla por un día.

Sin salir a cazar rufianes.

Sin la figura de Lynda Carter.

Pero Mujer Maravilla al fin.

Creo que ese gesto fraterno,

esa voluntad de hacer mucho con tan poco,

fueron uno de los más grandes regalos

que recibí en mi vida.

  

Hace rato que dejé de lado

mis veleidades de Mujer Maravilla.

Y no porque no puedo y no debo con todo,

como pregonan las chicas más jóvenes,

en sus justos reclamos.

Ni siquiera porque me vería ridícula

enfundada en un traje diseñado

para una heroína joven y esbelta.

Sino porque impartir justicia no es lo mío

A mí me tira el perdón.

Andá a saber qué le pasó de chico

al desgraciado que se me metió adelante de prepo

en la cola de la farmacia.



Foto: Lynda Carter como "Wonder Woman"

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