“Te veo mejor”, dijo el psiquiatra
Claro
que estoy mejor.
Por
lo menos no lloro todo el día.
Aunque
quisiera volverme diminuta como Alicia,
y estar
a punto de ahogarme
en
mis propias lágrimas,
para
divisar un frasquito donde refugiarme,
y cruzar, por el ojo de cualquier cerradura,
a un mundo que no sea éste.
Claro
que estoy mejor.
Ya no
me levanto a planchar a las 3 AM.
Ni
imagino complots en mi contra
elucubrados por Barbazul,
las
malvadas hermanastras de Cenicienta
y el
pajecillo de la corte que no sabe muy bien
dónde
está parado
(y al que tampoco le importa demasiado).
Ya no
vocifero contra el tipo que vive conmigo,
ni rompo
pasaportes, ni revoleo alianzas,
haciendo
gala de mi consabido dramatismo hollywoodense.
Una
alianza que no era mía, claro,
y
sólo estaba en mi poder porque pretendía
hacer
desaparecer un orzuelo a la vieja usanza,
como
me enseñó Doña María, la curandera del
barrio.
Una
alianza que era de él,
de su
casamiento con la otra,
la
que estuvo antes que yo,
Lynda Carter, creo, una maravillita.
"Por lo menos hubieras vendido esa mierda
y nos íbamos a cenar al Vasco Francés
con champagne bueno, con champagne de verdad."
Siempre
quise revolear una alianza,
y mi perpetuo concubinato
se
llevaba de los pelos con este ridículo anhelo.
Parecía
más difícil
que
sacarse un guante a lo Rita Hayworth.
Pero,
a veces, la vida me da ciertos gustos.
Yo
hubiese vendido la alianza.
Por
ahí hasta es más cara
que
una cena en el Vasco Francés,
con
buen champagne y todo.
No
sé, nunca fui rápida para los números.
Pero,
de ser así, me hubiera patinado la plata
en
cualquier otra cosa.
Nunca
tuve problemas
para
encontrar en qué gastar.
Claro
que estoy mejor.
Lo
único que hago durante el día
es
fumar, escribir pavadas
y
mirar Investigación Discovery
(estoy
tan entrenada para borrar las huellas del delito
que
el día que mate a alguien
no me
agarra ni la Scotland Yard).
Lo único
que hago durante el día
es
esperar que llegue la noche
para
tomarme las pastillitas del milagro
y
dormir sin sueños.
Ni buenos,
ni malos.
Claro
que estoy mejor.
Esta
pátina de tristeza infinita que me recubre
será
la nueva normalidad
a la
que tendré que acomodarme.
Como
siempre me acomodé a todo
para
no joder a los demás,
mientras
los demás me jodían con una sonrisa.
Estoy
mejor, mucho mejor.
Ya no
lloro todo el día como una Magdalena
hereje.
Y,
además, me estoy quedando dormida.
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