martes, 15 de diciembre de 2020

HACE UN MES


HACE UN MES

 A Osvaldito, el trotamundos

 

Hace un mes que él se fue.

Al principio

ella creyó que era cosa de dos o tres días,

Nada nuevo.

 

Ellos son así.

Necesitan sentirse parte de la libertad,

despuntar el vicio del fuego

y ser, cada tanto,

una chispa atávica que salta

al techo del vecino

para desatar un pequeño incendio de amor

o una gresca que reafirme

que la domesticidad no anestesió del todo

el corazón del tigre.

 

Ellos son así.

Inútil es tratar de sobornarlos

con almohadones mullidos,

comida a demanda

y ratoncitos de felpa.

Ellos necesitan ser parte de la aventura

que nos fue vedada

el día que construimos una casa

y nos incrustamos como semillas tercas

en nuestro pedazo de tierra.

 

Hace un mes que él se fue.

Ella palpa, en sueños,

el pequeño hueco que dejó en su cama,

como una futura madre que se palpa el vientre

buscando un latido que delate la vida.

Todavía llora a escondidas,

porque hay ciertos dolores

que no todo el mundo entiende

y no quiere quedar en ridículo en la oficina,

delante de las amigas.

  

Hace un mes que él se fue.

Ella dio mil vueltas a la manzana,

nombró, rogó,

tocó timbre en casas de vecinos desconocidos

a los que les describió sus ojos de miel,

su pelo entre naranja y amarillo,

su cola impertinente.

Pero nada. Nada de nada.

Ellos son así,

necesitan sentirse parte de la noche.

Pero esta vez

la noche se hizo demasiado larga.

  

Hace un mes que él se fue.

Hace un mes que ella lo espera.

Con la boca abierta por si un resplandor

entre naranja y amarillo

cruza el patio como una bengala navideña

y el llamado es urgente.

Con la puerta abierta, como un tango,

por si acaso

se le ocurre volver.


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