jueves, 17 de diciembre de 2020

INFOMERCIALES



INFOMERCIALES



Siempre odié madrugar.

Mi madre me vestía dormida,

y dormida me llevaba a la escuela,

porque yo rogaba por ese "ratito más".

Como si los últimos minutos de sueño

fuesen los más preciosos,

los más reparadores.

 

Siempre odié madrugar.

Llegué tarde a todos mis trabajos

y me la pasé remendando impuntualidades

con buena voluntad y sonrisas.

No lo hacía a propósito:

era ese "ratito más" al que nunca pude resistirme.

 

Ahora, a las 7 AM abro los ojos

y siento que la cama me eyecta

de su aséptica blancura.

No me quiere ahí,

dando mil vueltas y mascullando dolores viejos.

Mojando las almohadas con mi llantito monótono.

 

La cama no me quiere: no soy la bella durmiente.

Soy una señora despeinada

que, todavía en camisón,

manotea un cigarrillo y prende la TV

porque el silencio la aturde.

Una señora algo masoquista

que se somete, voluntariamente,

a la primera tortura del día:

los infomerciales.

 

No, no quiero construir nada.

Ni mi baño ni mi sala de estar

necesitan remodelaciones

No me interesa fabricar muebles

que puedo comprar hechos.

No quiero ningún electrodoméstico

que bate, amasa, te sopla la receta,

y después se convierte en R2-D2

y te barre la cocina.

No anhelo un vientre plano,

unas piernas torneadas

y unos glúteos de ensueño.

Y jamás adquiriría un aparato

para hacer gimnasia,

porque ya tengo perchero:

la bicicleta fija. 

 

Odio los infomerciales.

Casi tanto como madrugar.

Sin embargo, ahí están:

haciendo ruido para que el silencio

no se ensañe con el café

y el primer cigarrillo del día.

Podría sintonizar algún canal de noticias

pero me angustian demasiado.

Podría ver alguna película

(aunque la agarre empezada)

pero últimamente me cuesta concentrarme.

Nunca sé quiénes son los buenos

y quiénes son los malos.

Y, si la película es romántica,

nunca sé cuál de los tórtolos

es el más estúpido.

 

Siempre odié madrugar.

Aún cuando no existían los infomerciales

y ningún señor aterradoramente feliz

gritaba "Llame ya, y le regalamos esto, y esto, y esto.

Llame ya. Llame ya. Llame YA".

 

Yo creo que este sacrificio

de ver los infomerciales cada mañana

tiene que ver con juntar coraje y llamar.

Algún día llamar.

No para hacer una compra, por supuesto.

Para mandar a alguien al carajo sin culpa

y empezar el día

un poquito más aliviada.

 

Después de todo,

las operadoras me están esperando.



Arte: Luis Molinero


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