domingo, 16 de junio de 2019

ERA LINDO, PAPÁ, ERA ALTO



ERA LINDO, PAPÁ, ERA ALTO

Cuando papá murió
yo tenía ocho años.
Ocho años pequeños
como los caracolitos que juntaba
en la playa de Santa Teresita,
esa caja de música de arena
que se abría cada verano
y cantaba una canción que hoy es, apenas,
una foto borrosa:
la canción de papá y mamá
y tres chicos felices.
Porque éramos felices, creo.
Porque cruzo los dedos para que hayamos sido felices.

Era lindo, papá, era alto
(yo tenía ocho años y el mundo era alto,
las vacaciones eran eternas,
los Beatles de treinta eran viejos,
el espacio y el tiempo eran distintos).
Era parecido a Norberto Suárez en “Papá corazón”,
a Robert Reed en “La tribu Brady”,
a Michael Landon en “La familia Ingalls”.
Era parecido a todos los papás que entraron a un salón de fiestas
del brazo de sus hijas
cuando mis compañeras de secundario cumplieron los quince.

Cuando papá murió
yo tenía ocho años.
Empecé tercer grado llorando
y en junio,
cuando los chicos prepararon sus regalitos para el Día del Padre,
lloré tan fuerte que la señorita Elsa se sentó a mi lado
y lloró conmigo.
A veces pienso que yo no necesitaba más lágrimas,
sino una mano que secara las mías.
Pero la señorita Elsa hizo lo que pudo.
Como todos.

Era lindo, papá, era alto.
Era feliz.
Cruzo los dedos para que haya sido feliz.


Arte: "Dad daughter", Frida Kaas 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario