ERA
LINDO, PAPÁ, ERA ALTO
Cuando
papá murió
yo
tenía ocho años.
Ocho
años pequeños
como
los caracolitos que juntaba
en la
playa de Santa Teresita,
esa
caja de música de arena
que se
abría cada verano
y
cantaba una canción que hoy es, apenas,
una
foto borrosa:
la
canción de papá y mamá
y tres
chicos felices.
Porque
éramos felices, creo.
Porque
cruzo los dedos para que hayamos sido felices.
Era
lindo, papá, era alto
(yo
tenía ocho años y el mundo era alto,
las
vacaciones eran eternas,
los
Beatles de treinta eran viejos,
el
espacio y el tiempo eran distintos).
Era
parecido a Norberto Suárez en “Papá corazón”,
a
Robert Reed en “La tribu Brady”,
a
Michael Landon en “La familia Ingalls”.
Era
parecido a todos los papás que entraron a un salón de fiestas
del
brazo de sus hijas
cuando
mis compañeras de secundario cumplieron los quince.
Cuando
papá murió
yo
tenía ocho años.
Empecé
tercer grado llorando
y en
junio,
cuando
los chicos prepararon sus regalitos para el Día del Padre,
lloré
tan fuerte que la señorita Elsa se sentó a mi lado
y lloró
conmigo.
A veces
pienso que yo no necesitaba más lágrimas,
sino
una mano que secara las mías.
Pero la
señorita Elsa hizo lo que pudo.
Como
todos.
Era
lindo, papá, era alto.
Era
feliz.
Cruzo
los dedos para que haya sido feliz.
Arte: "Dad daughter", Frida Kaas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario