AUTORRETRATO
III
Casi
siempre está triste,
salvo
cuando escucha a Los Beatles
o
acaricia a los gatos.
O
cuando es viernes
y se
toma un champancito barato,
y
piensa “Gracias a Dios es viernes”,
como si
la vida fuera una película disco
(porque
no le gustan ni los sábados,
ni los
domingos,
ni los
lunes,
pero
los viernes todavía tienen para ella cierto encanto,
cierto
aire de genuina promesa).
Es
mezquina, casi siempre,
generosa,
a veces,
demasiado
orgullosa como para romper las fotos que no la favorecen,
demasiado
orgullosa como para reescribir sus poemas.
Nunca
visitó Europa,
ni
aprendió a bailar,
ni usó
un vestido de fiesta.
Jamás
se tiñó de rubia.
Pero es
tan anacrónica, tan patriarcal,
tan
tonta,
que
todavía sueña con castillos y valses,
y una
melena como la de Rapunzel extendida
sobre
la almohada del Príncipe Feliz.
Hubiera
deseado no nacer,
no
crecer,
no
tener que morir.
Hubiera
deseado un don más práctico
que el
de garabatear el dolor
y
ponerle el cascabel a la palabra.
Casi
siempre está triste
pero
sonríe
como si
no le apretaran los zapatos de la rutina,
como si
el amor no fuera una prenda incómoda
que le
tira de la sisa,
como si
su corte de pelo todavía estuviera de moda.
Está
gorda,
está
vieja,
está
asustada.
Casi
siempre está triste.
Tiene
unos ojos hermosos.
Arte: "Jensen", AJ Alper
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