LECTURAS CICLO CULTURAL "MISTERIO Y PALABRA" / JUNIO 2019
SERGIO
Revoloteaba entre los jazmines del tío
como una mariposa exótica
y las nenas del barrio le cantábamos “Sergio, maricón”
porque no nos habían enseñado una palabra
para nombrar sus alas iridiscentes,
su lengua libadora,
sus boca larga como la promesa del verano.
Pero era una más entre todas
las que íbamos a ser reinas,
y tomaba el té en con nosotras
en tacitas de porcelana.
Cuando los grandes dormían la siesta
acunaba a nuestras muñecas:
la Humberta, la Nicanora,
la negrita que nunca tuvo nombre.
Cuando los grandes se distraían
se probaba nuestros vestidos con los ojos.
Los dos protestábamos
porque no nos dejaban tener el pelo largo.
El mío era difícil de desenredar.
El de él, difícil de explicar a las vecinas que barrían la vereda,
al compañero de banco,
a las maestras.
La última vez que lo vi estaba muy enfermo.
Me pidió prestado el teléfono para encargar una pizza
que apenas mordisqueó.
Seguía siendo una mariposa exótica
pero ya no revoloteaba:
se encogía en el ángulo más sombrío del jardín
adivinando
que no llegaba al verano.
Días antes había celebrado su cumpleaños
y casi todos los invitados faltaron a la fiesta.
La última vez que lo vi
le regaló unas monedas a mi hijo
y le acarició la cabeza.
Esa noche
un chiquito de cinco años rezó por él,
y yo serví té de jazmines y lágrimas
en tacitas de porcelana
para brindar con la ausencia.
VIRGINIA
Soliloquio
"La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata."
Virginia Woolf (1882 – 1941)
Pudimos construir puentes
sobre los abismos.
Pudimos construir puentes
sobre esas manos sucias en mis nalgas.
En ese tiempo corrompido
yo no podía comer,
no debía comer,
no quería que el olor a sangre entre mis piernas
despertara a las bestias.
Me daba náuseas mirarme al espejo.
Quemé todos mis vestidos.
Pudimos construir puentes
sobre la extinción de las cosas amadas.
Sobre la cicatriz de voces
que volvía a ser herida cada noche
y se viciaba
con el veneno de la vigilia.
En tu lumbre mi cuello de cisne
fue algo más que un largo guante blanco.
para atesorar el grito.
Mi voz floreció.
Pero los puentes se desmoronaron.
Fue el Blitz, fui yo,
fue esa oruga voraz llamada vida
comiéndome los párpados.
Soy un error.
Un equipaje que es necesario soltar
para salvarse.
Para mi soliloquio de agua y piedras
elegí
el lugar de tus llagas.
Arte: "Virgina Woolf", Mathieu Laca
INGEBORG
Hablar con la Muerte
“Y he elegido a la muerte,
para todas las confesiones…”
Ingeborg Bachmann (1926 – 1973)
Yo elegí
hablar con la Muerte
y la Muerte era un perro transparente
que comía de mi mano
como comen las palomas
de la mano de la vieja loca de la
plaza.
A veces me mordisqueaba los dedos
y mis dedos sangraban,
y yo no entendía
el color de la sangre.
A veces soltaba en mi palma
una lágrima de vidrio
y yo pensaba en el Sena,
y el Sena tenía la
amargura
de treinta píldoras
engarzadas
en una lengua vencida,
y era tan largo
como una caída por la ventana,
y era tan corto
como un poema escrito
en la cabeza de un alfiler.
Yo elegí
hablar con la Muerte
y la Muerte era un perro
transparente,
y el perro era un océano
donde ahogar mi omóplato viudo
y lavarme la mugre
de no ser amada.
Yo hablaba con la Muerte
casi todo el día
los últimos días
y cuando creí que la Muerte
había dejado de escucharme
me arranqué una a una
las páginas del cuerpo
y las prendí fuego
para que nadie, jamás,
pudiera leer
cuánto me dolía.
Arte: "Ingeborg Bachman", Alfons Niex
NATALIE WOOD LE TENÍA MIEDO AL AGUA
Antes de que Natalia naciera
una bruja le dijo a su madre
que iba a ser una gran estrella
pero que debería tener cuidado con las aguas oscuras.
María,
mujer estepa,
rusa y dura, arma blanca,
licor blanco, trueno,
se empecinó en parir una estrella
y en mantener sus pies secos,
su corazón seco.
Antes de que Natalia fuera Natalie
(cuando era la pequeña Natasha
y su sonrisa era un ciervo tibio pastando
en el bosque virgen de la boca)
su madre la sentó en las rodillas de un director de cine
y la obligó a cantar.
Y Natalia cantó y cantó,
sin dejar de sonreír,
y cuando tuvo que llorar
María le arrancó las alas a una mariposa
y le mostró la muerte.
Antes de que Natalie fuera una estrella
una bestia le rompió el sueño del amor entre las piernas.
María no la dejó gritar.
La obligó a seguir cantando.
Pero cuando tuvo que llorar
Natalia no necesitó mariposas mutiladas:
pensó en su cuerpo partido por un rayo de baba,
en su monte de Venus talado por el miedo.
Antes de que Natalie fuera otro bonito cadáver de Hollywood
fue una estrella empapada en champagne
bailando con peces de sombra
en la cubierta de un yate lujoso.
Había discutido con su marido, dicen.
Había desobedecido a María y había gritado.
Natalie Wood le tenía miedo al agua.
Nunca aprendió a nadar.
Se ahogó en 1981, borracha y sola.
Aguas oscuras, vaticinó la bruja.
La madre, las lágrimas, el océano.
ANGELITO DE CHARLIE
un angelito glamoroso peleando del lado de los buenos.
“Mirá que hay malos malísimos pero ninguno puede conmigo.
Mirá qué bien juego al tenis.
Mirá qué divina me queda la bikini.
Mirá que yo no quiero ser Sabrina porque no es tan linda
y usa el pelo demasiado corto
y a mí me gusta tener el pelo largo, largo,
como Rapunzel o como Lady Godiva…”
(a veces te imaginabas cabalgando como la preciosa condesa
y cómo te miraban los hombres,
desnuda debajo de tu pelo).
Angelito de Charlie, yo no sé cómo hiciste
para que el dolor no te manchara,
para no ahogarte, como Alicia, en tus propias lágrimas,
para conservar incontaminada tu rutina de escuela,
pan con manteca, arroz con leche me quiero casar
y tardecitas caminadas en puntas de pie
porque la abuela dormía la siesta.
Angelito de Charlie, fuiste una heroína con todas las letras
(siempre la más fuerte de las dos):
los malos no pudieron,
la Muerte no pudo;
nadie se comió tus perdices,
nadie te quitó la voluntad de mirar el mundo
con ojos de caleidoscopio.
Vos jugabas a ser un Angelito de Charlie
pero yo creo que eras un angelito de verdad
(a pesar de cómo te miraban los hombres
desnuda debajo tu pelo,
si al final lo mejor de esa fantasía inconfesable
era andar a caballo
y tener el pelo largo, largo).
EDWARD
Tijeras, tijeras, tijeras.
Eso es lo primero en lo que pienso
cuando pienso en la historia
que quiero contarte.
Él era una criatura mágica.
Me tocaba el pelo,
esa maraña incomprensible
de mariposas apretadas,
hierba seca
y shampoo mal elegido.
Me tocaba el corazón
esa galleta dulce demasiado cocida a veces,
poco cocida otras,
siempre apurando los latidos
(yo también era una criatura mágica
porque él me tocaba).
Tijeras, tijeras, tijeras.
Eso es lo primero en lo que pienso
cuando pienso en el pan deshecho,
en las cajas de música que se rompen.
No te voy a contar
cómo termina la historia.
Quedate conmigo danzando bajo la nieve
en pleno febrero.
No te quiero decir
que yo sigo envejeciendo
mientras él
(criatura mágica, invocación,
cuerpo declamado en el viento
como un gesto azul de primavera,
cuerpo escrito y reescrito con las letras del sueño)
permanece igual, siempre igual.
Con la misma sonrisa