lunes, 21 de enero de 2019

LA CABEZA DE JAYNE MANSFIELD


LA CABEZA DE JAYNE MANSFIELD


Las rubias pierden la cabeza fácil.

Las rubias de pechos grandes pierden la cabeza fácil.

Sirven hamburguesas grasientas,

huevos revueltos,

café aguado,

y los ojos de los hombre se caen dentro de sus escotes

como ciruelas maduras

(por eso las rubias tienen pezones de mermelada

y cierto desprecio por los hombres y las ciruelas).



Un buen día

alguien les dice que hay un papelito:

acostarse con un productor de bigote ridículo,

mover el culo veinte segundos

en una película de los Hermanos Marx,

sonreír como si los elegantes zapatos prestados

no les quedaran chicos.

Entonces las rubias se desentienden del café aguado,

cuelgan el delantal,

cambian de lápiz labial,

cambian de marido

y se convierten en estrellas.



Jayne no era rubia

pero tenía los pechos más grande que todas.

Se tiñó el pelo y perdió la cabeza.

Los hombres querían tocarla.

Peregrinaban enfermos de sexo a su Meca rosada

y ella estrenaba camisones de tul,

pantuflas de peluche,

amantes adictos a los esteroides.

Tenía un gran danés que se llamaba Byron

porque antes de perder la cabeza

había leído mucha poesía.

Hablaba cinco idiomas,

cosa que a nadie le importó porque,

ya lo dije,

tenía los pechos más grandes que todas.



En los '60 probó LSD.

Las rubias

(aún las falsas rubias)

pierden la cabeza fácil.

Se ordenó Sacerdotisa de Satanás

pero nunca dejó de ser una Barbie inflada,

con su camisones rosados,

sus pantuflas rosadas,

su casita rosada.

El Sigilo de Baphomet no encajaba

en su palacio kistch.

¿Quién clase de Diablo tendría tratos

con una rubia de pechos grandes

que viaja en un autito rosado?



Un autito rosado.

Crash.

Muy fuerte crash.

Veinte botellas de licor rotas,

un chihuahua muerto,

dos tipos muertos,

una rubia muerta.



Las revistas del corazón dijeron

que un brujo despechado

decapitó una foto en California

y su cabeza rodó en Luisiana.

Pero eso no es cierto.

Jayne era una buena rubia.

La cabeza la había perdido hacía rato.




Arte: Jayne Mansfield, Colleen Kammerer

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