LA SERPIENTE DEL NILO
Al abuelo Luis
En 1915
nadie sabía con
exactitud
cuáles eran
los orígenes de Theda Bara,
la sirena gótica
que ondulaba con destreza
entre los dos
tabúes que engrosaron durante años
la cuenta
bancaria de la Meca del Cine:
el sexo y la
muerte.
La Fox Film Corporation aseguraba
que era hija de
una actriz francesa
y un príncipe egipcio,
concebida
clandestinamente a la sombra de las pirámides.
Juraba, también,
que la diva
tenía poderes sobrenaturales.
Su mordedura era
letal:
la pequeña Theda,
una Rappaccini's Daughter manufacturada a
orillas del Nilo,
había
mamado sangre de serpientes venenosas.
Lo cierto es que
bastaron un par de películas
para que se
convirtiera en la contracara de Mary Pickford,
y su empalagosa promesa victoriana
de bebés y pasteles de manzana.
Theda era una pecadora
y el público
deliraba al verla semidesnuda,
provocando la
ruina de miles de hombres,
devorándolos y embriagándose
con sus huesos
con el regocijo de una hiena.
Theda Bara fue todas las mujeres temidas y
anheladas:
Salomé, Madame Du Barry, Carmen,
Safo, Cleopatra, Marguerite Gautier.
A todas les puso
su cuerpo felino,
su melena caníbal,
sus ojos
delineados con kohl y furia.
En 1915
nadie sabía que Theodosia Burr Goodman
era una simple
chica judía nacida en un barrio de Cincinnati,
hija de un
sastre y una ama de casa que se horrorizaron un poco
cuando tiño su largo
cabello rubio de negro azabache.
Los años ’20,
con sus burbujas de champagne y sus lentejuelas,
no tuvieron
lugar para la belleza ojival de Theda:
las alegres flappers zapatearon
charleston sobre el mito
y la buena chica judía buscó un marido.
La primera vampiresa del cine pasó años arreglando el jardín
y cuidando a su esposo.
Murió en 1955,
convertida en una perfecta ama de casa,
sin descendencia pero con tantos pasteles de manzana horneados
como cualquier hija de vecino.
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