TIPO PINTÓN, CON AUTO AZUL, QUE SE MUERE Y NO ME EXPLICA
¿En qué pensabas cuando te colgaste
de la viga del techo de ese galpón roñoso
que no se merecía que estuvieras ahí,
con los ojos en blanco
y la lengua señalándote los tobillos rotos?
¿En qué pensabas, Ale?
Ni siquiera el tiempo transcurrido
(largo, ancho, enorme:
un tiempo que me plantó canas
y me picó algunas muelas)
borró esa pregunta que tengo atravesada en la garganta,
como un mal bocado.
¿En qué pensabas, Ale?
A los veinte años,
la muerte es una cachetada.
A los veinte años,
la muerte elegida por un tipo
que festejaba mis chistes
y me consolaba el lunes,
(los dos con los pies hundidos
en el primer café de la mañana)
porque mi sábado había sido una calamidad,
es un gancho de derecha demoledor
que te deja fuera de circulación
por un rato largo.
“La bebota”, me decías entre risas,
mientras yo repetía, haciéndome la tonta,
-aunque nunca fui rubia
ni tuve el culito de la Brodsky-:
“Soy fea, soy un bichito, nadie me quiere.”
¿Por qué se suicida la gente?
¿Por qué se suicidan los tipos altos y lindos,
que no llegan a los cuarenta,
y tienen un auto azul cero kilómetro,
y una perra que se llama Tina, en homenaje a la Turner?
(No puedo escucharla
sin acordarme de vos.
No puedo.)
¿En qué pensabas, Ale?
Decímelo, por Dios.
No quiero creer que pensabas estas mismas cosas
que yo estoy pensando ahora.
Arte: "Dentro", Paolo Troilo
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