SEGÚN PASAN LOS AÑOS
Me desvisto frente al espejo.
Qué delgada estoy.
Seguramente me entraría
el vestido de los quince.
Lo que no me entra,
por mucho que me esfuerce
es esa sonrisa enorme que me partía la cara,
cuando tus ojos azules doblaban la esquina.
Tengo el mismo pelo que a los veinte,
revuelto y rebelde.
“¿Quién te corta el pelo?”, me preguntaste.
Qué forma extraña de entablar conversación con una chica.
A partir de ese día me lo cortaste vos.
Eras mi Edward Scissorhands
(te provocaría ternura verme,
después de tantos años,
intentando todavía vivir mi vida
como si fuera una película).
Esta boca es la misma
que te besaba a los veinticinco.
La misma boca enorme
que se devoraba al mundo,
porque el mundo eras vos
y el mundo eran tus palabras,
que me bebía a sorbos apurados,
y mitigaban la sed de mi tiempo de espera.
¿Y estas manos?
Son las mismas manos que se rompieron en caricias,
cuando por fin me animé a tocarte,
y escribieron cartas de amor y de desamor,
de perdón y de olvido.
¿Y estos pies?
Son los mismos pies bellos y pequeñísimos
(esos pies que me envidiaría hasta la mismísima Cenicienta)
que corrían a verte
saltando con audacia la rayuela del miedo.
Miro una foto
de cuando tenía cuatro años
y estoy haciendo el mismo gesto que te gustaba a vos,
cuando yo te gustaba:
la cabeza inclinada, la mirada baja,
(no recuerdo qué palabra usaste para describirlo,
¿contemplativo? ¿místico?)
Y sé que, para vos,
sigo siendo tan caprichosa como a los cuatro.
Tengo los mismos ojos
que tenía cuando te conocí.
A vos.
Y a vos. Y a vos. Y a vos.
El corazón, no.
El corazón está gastado.
Gastadísimo.
Pero por suerte no se ve.
Me desvisto frente al espejo
y me hago la ilusión
de que me estoy estrenando.
Qué delgada estoy.
Seguramente me entraría
el vestido de los quince.
Arte: Vlad Pronkin
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