LA MOSCA BLANCA
"Sucede a veces... Los amigos entran y salen de nuestras vidas como camareros en un restaurante... Aunque sé que no volveré a verlos, sé que los echaré de menos. Y que nunca volveré a tener amigos como los que tuve a los doce años… Dios, ¿alguien los tiene?”
Stephen King, "The body"
Hay un verano.
Un verano entre todos los veranos.
Un verano que es una puerta abierta
pero es, también,
una puerta que se cierra.
El último verano de la infancia.
No es fácil identificarlo a los veinte.
Pero a los cincuenta se convierte
en la mosca blanca de todos los veranos.
Y deja de ser uno más
para transformarse en una bisagra.
Deja de ser un verano de carnaval y risas
para mutar en el último verano de Tally,
y las olas se ponen tristes sin razón,
y el viento se pone triste sin razón.
Y los chiringuitos de la playa
le susurran un adiós definitivo
en sus oídos de caracol y arena.
Y el otoño le muerde los talones
como un perro al que nadie acarició nunca.
El último verano de la infancia es un árbol
obediente al almanaque.
Los amigos de los doce años
son hojas que se van desprendiendo de sus ramas
naturalmente,
sin estridencias,
sin grandes dolores.
Hojas que se pierden en ese viento triste
que parece una puerta abierta
pero no es.
Es una puerta que se cierra
y deja fuera de nuestras vidas
a esas réplicas mejoradas de nosotros mismos,
las que cazaban renacuajos,
y fumaban a escondidas
(y tosían una melodía de desobediencia y fanfarronada).
Las que jugaban a la botellita
y se encendían
con un beso ingenuo
en la comisura de unos labios apretados.
La mosca blanca de todos los veranos.
El verano de gana la banca.
Perdiste,
estás perdiendo y no lo sabés,
es tu último verano antes llevarte el cuerpo a la boca
y masticarlo
con la voracidad desesperada del deseo,
el último verano antes de sentirte inapropiada,
descolocada,
muy gorda o muy flaca,
muy alta o muy baja,
muy triste o demasiado empastillada como para reconocer
que lo que te duele no es la espalda.
Lo que te duele es no saber hasta dónde arrastró el viento
a los amigos de los doce años,
hechos de otoño y nervaduras,
de cigarrillos baratos y renacuajos.
Lo que te duele es no saber
cuándo comenzó el otoño.
Cómo no te diste cuenta.
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