lunes, 13 de diciembre de 2021

BANDERA BLANCA


 BANDERA BLANCA



Siempre pensé que el sexo
era lo opuesto a la muerte.
Por eso tuve mucho sexo en mi vida.
No por amor.
No por placer.
No por perpetuar la especie
(aunque me hubiera gustado hacerlo
antes de que la humanidad
diera un paso irrevocable hacia el horror de la autoconciencia,
cuando morir era apenas quedarse inmóvil un instante
en el olfato ajeno
y volver a la tierra sin ceremonias inútiles).

En mi vida el sexo un ofició como un talismán.
Una piedra preciosa de efecto apotropaico.
Un hechizo para mantener el final a raya.
Las piernas de mis amantes fueron
el marco de la puerta de una vieja casa de adobe y sudor
donde me resguardé del terremoto de la muerte.
Quizás por eso son sus piernas
lo único que me quedó de ellos.

Podría decir que el sexo
me regaló una victoria a medias:
ya soy demasiado vieja para morir joven.
Pero también soy demasiado vieja
para tener sexo todos los días
Supongo que llegó el momento de darme por vencida.
El momento de escribir un testamento idiota
y decidir (con nostalgia, con malicia, con arrepentimiento)
a quién le dejo las piernas que no pude amar ni desear.
A quién le dejo el miedo.

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