EL MAR POR ÚLTIMA VEZ
En diciembre de 1975
vi el mar por última vez
con ojos de niña.
De la mano de papá y mamá, vi el mar.
Y el mar fue un grito azul
que me inundó la garganta.
Un grito de alegría
(y algo de miedo también,
en blanco y negro la chica desnuda y el tiburón,
en blanco y negro el juramento de que nunca, nunca, nunca,
iba a meterme al mar desnuda).
Después, papá soltándome la mano.
El mar escapándose,
escurriéndose entre las grietas del recuerdo,
¿cómo era ese azul,
cómo era ese grito,
cómo era dormirse sin saber que el miedo
no eran la chica desnuda y el tiburón,
porque la muerte estaba en mi casa
y lo había mordido a él, que tenía los pies secos?
Después, las tarjetas postales de las amigas
a mediados de enero:
puestas de sol y gaviotas,
sombrillas de colores.
Alfajores Havanna que traían los tíos
y alguna chuchería comprada en la feria de artesanos
o en los negocios del puerto
(cositas horribles que cambiaban de color según el tiempo
y no quedaban bien en ninguna repisa).
Y yo tratando de hacer pie en ese azul
cada vez más lejano,
en ese grito de la mano de papá y mamá,
tratando de hacer pie para no ahogarme
en una casa seca donde la chica desnuda y el tiburón
se dormían abrazados
a mis temblores de huérfana
y el verano,
con su olor insistente a sol y a flores aturdidas,
se parecía tanto, tanto a la muerte.
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