miércoles, 14 de abril de 2021

MUDA


MUDA

 

Sostengo tu mano y tu llanto

es una aguja que da marcha atrás

en el reloj del recuerdo.

Y ahí estamos las dos, en esta misma cocina

-la cocina de la madre muerta-

con treinta años menos:

delgadas, radiantes,

vos mirando la novela y yo

haciendo un esfuerzo enorme

por mantener la boca cerrada,

porque Catriel cabalgaba más allá del horizonte

y Julia no quería que volara una mosca.

Ahí estamos las dos,

con nuestros sueños en brazos,

nuestros hijos en brazos,

festejando cumpleaños, Navidades.

Juntas siempre.

Juntas ahora, en tu aprender a ser huérfana.

En tu dolor. Que es el mío.

 

Me cuesta verte llorar.

Te vi llorar muchas veces,

como vos me viste a mí,

cuando éramos jóvenes y el amor

era una bendición

y un dolor de cabeza.

Pero este llanto es distinto.

Este llanto llega

desde un lugar indecible,

desde un útero que fue casa

y transmuta en ceniza.

Es ella la que llora en tus ojos

mientras te dice adiós.

Nos dice adiós y yo,

que siempre tengo algo para decir

me quedo muda como cuando Catriel,

cabalgaba en la pantalla.

Aunque la tele esté apagada

y no haya mates, ni pizza.

Aunque Julia no esté para retarme

(“¡Callate, nena, cállate!”)

si me atrevo a abrir la boca.


 

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