DRÁCULA
Y LA PELIRROJA
Clara Bow nadaba en su piscina
cuando
recibió una invitación para asistir
a una
función de “Drácula”.
Aceptó
entusiasmada:
deseaba
conocer al hombre
detrás
de la cara empolvada
y los
falsos colmillos.
La diva
pelirroja apostó a la osadía
y ni
siquiera se cambió de ropa.
Llegó
al teatro
con un
tapado de visón sobre su traje de baño.
Cuando
terminó la obra
le
presentaron a Béla Lugosi.
El
flechazo fue inmediato:
él se
había casado días atrás,
pero
ambos pasaron por alto
tan prosaico
detalle.
Clara y Béla se reconocieron
como
lobos de la misma manada,
como antesalas
del
siniestro don de la locura.
Él no
hablaba inglés pero se amaron
con el
lenguaje del cuerpo,
Lugosi todo boca espesa en el
rojo furor de la mordida,
Bow yugular desde la nuca
hasta
el íntimo abecedario de las piernas.
El
idilio duró poco
pero
ella conservó su foto autografiada
hasta
el día de su muerte
y él hizo
pintar su desnudez de memoria
para
que Clara reinara
sobre
todas las mujeres que vinieron después,
cómodamente
instalada en el trono del recuerdo
y en la
mejor pared de su casa.
Arte: "Clara Bow nude", Géza Kende
Fotografía: Béla Lugosi en su casa