TALLER LITERARIO
“ALEJANDRA PIZARNIK”
"La invisibilizacion de la pobreza" de Kevin Lee
PRODUCCIONES DEL SÉPTIMO ENCUENTRO VIRTUAL III
Cristina Noguera
Desafinados sociales
“Los negros de mierda
somos apenas
hongos que proliferaron
después de una lluvia incómoda”.
Raquel Graciela Fernández
I
Los caminos de la sociedad
mueven una brújula equivocada.
“Negros de mierda” los llaman.
“Negros de mierda” los llaman.
Ellos cuelgan la pobreza
en los collares del letargo.
Fabrican panes de viento
viven en refugios de hambre.
Elitistas imbéciles
sembraron divisiones.
Elitistas imbéciles
sembraron divisiones.
Hoy ellos sobreviven
son los desafinados sociales..
II
Hay palabras que empujan al abismo:
“Negros de mierda” los llaman.
La música como taladro duele
con el dolor de lo cotidiano.
Cuando llega nuestra indiferencia
entonces ensucia más las palabras
que se desparraman,
II
Hay palabras que empujan al abismo:
“Negros de mierda” los llaman.
La música como taladro duele
con el dolor de lo cotidiano.
Cuando llega nuestra indiferencia
entonces ensucia más las palabras
que se desparraman,
se diluyen
acomodan el juego siniestro,
en esta sociedad que no mira
a los desafinados sociales.
acomodan el juego siniestro,
en esta sociedad que no mira
a los desafinados sociales.
Arte: Antonio Berni
Carmen Rolandelli
De aquellos días
me quedan pocas cosas
algunos olores
como el olor a sopa
o al pastel de papas
o tu tristeza
la de los
ojos secos y la mueca en la comisura de los labios que se parecía a la mitad de
una sonrisa
(Esa sería,
en adelante, mi definición de la tristeza)
la tristeza perfecta
la de las cosas cotidianas
la de
llevarme al colegio, la del pastel de papas
la del sillón del living chico
que
tenía la forma de tu cuerpo
mientras
sonaba Rubinstein en el Winco
y vos estabas en vos
como siempre que
estabas en vos
con tus ojos secos
(también
sería mi definición de introspección)
me consolaba
saber que después me ayudarías con Amalia
cuando estaba en segundo del Normal
yo
amaba a Puig/ odiaba a Mármol/
la de literatura lo sabía/
sospechaba mis ideas/
vos me
ayudabas con las fichas, con las malditas sinopsis
con los personajes odiados
por la historia
la
habías leído tantas veces
como tantas
sonaba el nocturno nueve
y aprobamos literatura de segundo
para que el verano
fuera nuestro
o de vos y de mí
me habías prometido el mar
y yo me
sumergí en el Pubis angelical
a la hora de la siesta
abrí
la puertita de lo prohibido
y me desquité del estado de
sitio,
de la de literatura de segundo,
de tu partida
y adiviné
tus ojos secos, que a veces se humedecían
tu mueca de sonrisa a la mitad
y la vida que
fluía
a pesar de todo
Daniel Ruiz Rubini
La
trampa
La trampa está
tendida
sobre su perversión
y tu inocencia
de diez años
sobre todos los recuerdos
sobre toda la impiedad.
La trampa
está tendida
y es su olor a vino
y su ropa sucia
y el sudor
y la mordaza
de sus manos
en tu boca de diez años.
La trampa
está tendida
y es el rostro aquel que no quiere morir
porque
siempre es octubre
desde entonces.
La trampa está
tendida
en su voz que te nombra
sin saber tu nombre
y
en tu cuello
que se olvida de olvidar.
La trampa te empuja
a una obra en
construcción a su risa
al intento de escapar
a tu espanto de diez años
Terrible
memoria la tuya
que aún sigue atrincherada
en esa tarde de octubre.
Arte: "Home alone", Margaret Keane
Liliana Safenreiter
Ausencia
Mi hogar olía a tortas y panes
calientes.
Papá era el mejor hombre del mundo y mamá, la ternura, los juegos y el
amor. Tenía una sonrisa que le llenaba la cara y, marcaba sus hoyuelos. Me
encantaba mirarla cuando tejía o leía, cerca nuestro, por si algo sucedía.
Solíamos bailar en el patio y disfrazarnos de gitanas, con castañuelas y
panderetas, hasta cansarnos.
Un día mamá
dejo de sonreír y se fue apagando despacito. ¿Por qué? ¿Por qué ella? Una y mil
preguntas sin respuestas. Desesperada, trataba de aliviar sus días, quedándome
a su lado, pero lo mejor que podía hacer por ella era estudiar. ¡No dejes nunca
de hacerlo, es lo único que puedo darte para el día de mañana!, me decía una y
otra vez.
Una tarde de
mayo se fue, sin que nos diéramos cuenta ni pudiéramos darle el último beso.
Nos dejó en el momento en que más la necesitábamos, sin abrigo y sin
despedidas.
Todo cambió.
Papá se refugió en su dolor y olvidó el mundo. Mi hermana un día no
amaneció en su cuarto y yo, quedé sin luz, flotando en una casa vacía, con las
manos llena de sueños imposibles y los ojos ausentes.
Mi hermano, aún pequeño, preguntaba todos los días por ella. No sabía
cómo decirle que no la vería más. Lo abrazaba y llenaba de besos para que la
olvidase por un rato-
Entonces, me di cuenta de que mis diecisiete años eran muchos más, que ya
no sería la misma. Estaba empezando mí verdadera vida, una vida de adultos, una
vida de mierda.
Chary Tumites
Miedo
En la casa de los García la rutina se respetaba a rajatabla: Cada noche
cena, televisión y después temprano a la cama pues los niños iban a la escuela.
¡Comer a esta hora es aburrido! , decía la abuela que siempre andaba con
la aguja y el dedal zurciendo o cosiendo botones y a esas horas ya quería mirar
la novela.
¡Tendría que estar en mi casa y hacer lo que quiero! , asumía, pero
después venía la cena y se olvidaba de todo lo que había dicho.
Su hijo entre miradas fijas y alguna advertencia manejaba la mesa y a sus
hijos Leo , Leandro y Luis , mientras que su esposa - siempre en silencio con
rostro de disgusto- servía la comida y por último repartía el pan, que era lo
primero que desaparecía,.
Leo sabía que su madre se sentía incomoda con la abuela, porque la
vigilaba.
Ella era una mujer áspera
y las locuras de Juana la ponían mal, sentía
a veces miedo de que su
marido la descubriera.
El la miraba serio.
_ ¡Ay hoy se
arma! Pensaba Leandro. La cena
siempre era aburrida.
La casa de los García
era grande con largos corredores, que en las noches resultaban oscuros y
recorrerlos era toda una aventura.
Daban miedo.
Una vez en la cama los niños recibían a su mamá quien libre de toda
mirada jugaba con sus hijos a que era " la Mona Chita “, compañera
inseparable de Tarzán.
Saltaba, reía, gritaba y volvía de la habitación de sus niños cargada de
alegría que terminaba cuando ingresaba a su dormitorio.
Ella le temía al marido.
La abuela
sospechaba pero no decía nada, sólo sabía que no podía meterse. La noche
avanzaba cargada de sonidos, oscuridad y a veces miedos.
Luis tardaba en dormirse, pues
tenía su propia pesadilla.
Todas las noches escuchaba pasar a Juancito, un hombrecito inocente que
arrastraba una caja de arroz con un Piolín mientras emitía sonidos extraños con
su boca.
Juancito era el personaje del barrio y de noche le gustaba andar por las
veredas haciendo ruido. Algunas personas lo cuidaban y respetaban por ser un hombrecito especial, otros se le burlaban. Yo le temía.
Cada noche
cuando pasaba apretaba la cabeza contra la almohada y transpiraba. Hoy ya
grande lo recuerdo.
El miedo se fue, como mi infancia.
Nora Urriza
El retiro
La vida fue cambiando junto al dolor y las incomprensibles ausencias que
la muerte despiadada instalaba de sopetón y para siempre.
La vida fue cambiando también junto a las presencias que se repantigaron
en el horizonte, adueñándose de lo que no les es propio, para inundar de futuro
la existencia.
La vida, mi vida, fue transformándose y acomodándose al recorrido de los
caminos que, sin atajos, fui recorriendo para sentir, para amar, para vivir.
Llegaron la madurez y el retiro.
El retiro de lo obligatorio como frontera, como un antes y un después,
sin caminos para tachar o borrar sino con anhelos de otros caminos por
recorrer.
Una nueva manera de vivir en la que se disfruta sin ninguna prisa,
increíblemente, el reencuentro con la que fui en otro tiempo.
Aquella a la que se le pasaban los días detrás del final del libro que
empezaba, sin importarle otra cosa.
Aquella que a la que la absorbían el placer por los libros, por la
pintura, por el arte, por lo que me gusta porque sí y no porque tengo alguna
obligación;
Aquella a la que el contacto con la naturaleza le disparaba la sensación
maravillosa de despertar a lo nuevo, a lo descomunal o a lo deslumbrante.
La vida transcurre hoy sin urgencias, ajustándome a un cuerpo que aprendí
a conocer y a querer con sus defectos y sus virtudes.
Puedo afirmar que aprendí a
escuchar al cuerpo y estoy en paz.
Aprendí a interpretar la melodía de sus señales, sus cicatrices, sus
marcas, sus reclamos y sus pliegues;
Cuerpo al que hay que cuidar como contenedor de la existencia finita
que nos ofreció la vida.
Por lo que es mejor cuidar y
cuidarse y amar al otro por lo que es y no por lo que quiero que sea.
La madurez llegó y me ayudó a
ser.
Me enseñó a sopesar todo lo que
pasa como si fuera desde otra altura, desde otra perspectiva y a poder hablar
conmigo misma, con todo lo que el silencio arrastra, el silencio cargado de
alegrías, penas o desvaríos.
No es tarde.
Es hoy y la vida
va cambiando con mis sueños inalcanzables y mis amores de todos los días.
Mañana, “qui lo ça”, mañana está y está lejísimo.
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