LECTURAS "EL BARRIO CULTURAL" / SE TRATA DE NO + TRATA
LOLITA
Tiene el pelito suelto,
los ojos mal pintados,
la boca apretada como un clavel de yeso.
Tiene un vestido que tirita
cuando la baba del diablo
suelta amarras
y el mar se ahoga
en un vaso de agua.
No te va a doler,
le dice él,
no me importa si te duele,
piensa.
Tiene una coronita de azulejos rotos,
salpicados con orina y asco,
la foto de una nena que no es ella
pudriéndose en el cajón de la mesa de luz,
un cuerpo nuevo que se hace viejo
cuando diez dedos mezquinos lo caminan
con la furia de un ejército de hormigas.
Te va a gustar,
le dice él,
no me importa si no te gusta,
piensa.
Y sabe que le duele,
que no le gusta,
pero es una puta,
una putita de doce años que nunca saldrá
en la tapa de la revista Gente,
tan rubia y tan linda,
calentando la pava del morbo.
(Las señoras que compran la revista ni se la imaginan.
O sí.
Se la imaginan menos rubia,
menos linda,
tan ajena.
Y la barren apuradas debajo de una sonrisa idiota.
Y se callan).
EL MONSTRUO
A veces pienso que ese tipo todavía anda por ahí.
A veces pienso que ese tipo anduvo por ahí
durante todo este tiempo,
celebrando las Navidades y los cumpleaños de sus hijos,
comprándoles regalos,
llevándolos a Mc Donalds o al cine
a ver la última película de Disney.
Besando a su mujer
(o quizás golpeándola,
ese tipo no tenía saliva verde
ni espolones pero era un monstruo,
el monstruo que aparece en todas mis pesadillas,
uno, dos, ya viene por ti).
A veces me pregunto si fui la única,
si en esta película de terror hubo
una heroína que al fin lo detuviera,
una chica con anteojos que descubriera su talón de Aquiles
en algún libro olvidado,
un ritual shokopiwah que lo borrara del mapa,
una denuncia que alguien tomara en serio.
Yo estuve por acá todo este tiempo,
con mi minifalda roja
y mi remera con una estampa del pato Donald,
con mis zapatitos sin taco,
siempre de diecisiete años,
tratando de reiniciar mi cuerpo cada día
sin que la pantalla de la memoria se tilde
en la llaga azul del error,
del horror.
Yo estoy por acá, todavía,
preguntándome que habrá sido de la vida de ese tipo,
si todavía sigue por ahí
(adentro del placard,
debajo de la cama,
en una alcantarilla),
y deseo que esté muerto,
bien muerto para que el grito
se convierta en un acto de fe,
en una gaviota ciega que sabe de memoria el verano
y se aferra al cielo que un monstruo sin saliva verde
ni espolones
no pudo tapar con su basura.
NO NOS CALLAMOS MÁS
No nos callamos más,
dicen las pibas,
y vos sentís que esas pibas pagaron
el rescate de tus cuerdas vocales
y sos libre para decirlo todo,
para dejar de barrer la basura
debajo de la lengua.
Esto pasó siempre,
dice tu mamá,
y se acuerda del gerente de la tienda de Avellaneda
donde trabajaba a los dieciocho,
del Gordo Porcel en la puerta de Racing.
Esto pasó siempre,
qué bueno que no se callen más,
qué bueno.
Y vos te enorgullecés de las pibas
porque sus gargantas se arropan unos a otras,
y se acarician,
con la ternura con la que el recuerdo
acaricia a los perros de la infancia.
Y te enorgullecés de tu vieja
porque no es la que duda,
la que habla del buen y mal gusto de los depredadores,
como si la violación o el acoso
fueran premios macabros a la belleza.
No nos callamos más,
dicen las pibas,
y ahí tenés un motivo para ser feliz.
Ni vos, ni tus hijas, ni las hijas de tus hijas
van a volver a estar solas.
Nunca más solas.
Y mucho menos
tan lindas y tan solitas.
YO
TUVE LA CULPA
Yo
tuve la culpa.
Claro
que yo tuve la culpa.
Yo
usaba la pollera demasiado corta,
las
uñas demasiado largas,
los
ojos demasiado abiertos para abrazar
amaneceres/perros/mariposas
y demasiado cerrados
para advertir
el
gesto cruel del verdugo.
Yo
caminaba sola por la playa,
me
comía el mar,
me
comía la espuma,
era
una sirena ondulante de mochila rosa.
Yo
iba a bailar con un short demasiado provocador,
un
corte de pelo demasiado llamativo
y
ese mechón subversivo y rubio
cayéndome
sobre la frente.
Yo
besaba a mis amigos en los labios, a veces.
Yo
tomaba algo con mis amigos, a veces.
Yo
tenía amigos.
Yo
tuve la culpa.
Claro
que yo tuve la culpa.
Yo
andaba y desandaba los pasos de la noche,
me
hamacaba en las pestañas de la luna,
tenía
un novio, o dos,
y
me dejaba amar
porque
yo también amaba.
Yo
usaba los jeans demasiado ajustados,
los
tacos demasiado altos,
la
boca demasiado abierta para besar/cantar/reír
y demasiado ajena
al grito.
¿Por
qué iba a gritar si yo tenía 15, 17, 20 años?
Yo
tuve la culpa.
Claro
que yo tuve la culpa.
Yo
era demasiado joven,
demasiado linda,
demasiado alegre.
Estaba demasiado viva.
Yo
era demasiado.
Tenía
un violín en la sangre,
un
pájaro en la garganta,
un
jardín brotado en los párpados.
Y
el aire florecía cuando me tocaba el sueño.
Yo
tenía la ilusión de ser velero, poema, camino,
guardapolvo
a cuadros, guardapolvo blanco,
sutura
en la llaga de los hospitales.
.
La
ilusión de pintar en mi aldea
todas
las aldeas del mundo.
Yo
escribía las memorias de mi útero
en
un diario impalpable,
escuchaba
absorta sus cantos tribales,
sus
pulsaciones de animal dorado.
Yo
tuve la culpa.
Claro
que yo tuve la culpa.
Yo
tuve la culpa de
la bala que me quebró la espalda,
del
golpe que me partió la cabeza,
de
la puñalada que me desmembró el camino de la sangre.
Yo
tuve la culpa de
los pulmones rotos,
del
sexo profanado,
del
caos del ombligo,
del
descalabro de las piernas.
Yo
tuve la culpa de
la bolsa negra
que
vistió mi desnudez apagada,
de
la logia de moscas custodiando
mi
pudrición y mis úlceras,
de
la mirada viuda respirando
arena,
tierra, basura.
Yo
tuve la culpa.
Claro
que yo tuve la culpa.
Yo
bailé sobre una mesa como una gitana impúdica,
me
fui a la cama con un hombre que apenas conocía,
me
quedé con un golpeador porque me gustaba,
me
aventuré en las aguas del peligro,
le
fui infiel a mi marido, a mi patrón, a mi Dios,
no
repasé las cuentas de un rosario de penitencia.
Yo
serví mi cuerpo
en
la bandeja cotidiana del prejuicio.
Yo
tuve la culpa.
Claro
que yo tuve la culpa.
¿Cómo
no voy a tener la culpa
si
yo soy mujer?
VIVAS NO NOS QUIEREN
vivas nos queremos
vivas no nos quieren
nos quieren
pecados o adornos
culos redondos vendiendo
autos cerveza desodorantes
Cenicientas amnésicas celebrando
detergente arvejas
bolsitas de puré instantáneo
nos quieren
encerradas en armarios oscuros
encogidas debajo de las baldosas
hechas bolitas de mocos y terror
pegadas a la humedad
de los callejones sin salida
indefensas como una lechigada
de ratones ciegos
nos quieren
con escarabajos en la boca
con hormigueros reventando en el ombligo
ventanas con los vidrios rotos
teléfonos descompuestos
la bandera de la lengua desteñida
y el horizonte de los huesos
picado de viruela
vivas nos queremos
vivas no nos quieren
no nos quieren
con las tetas al aire
con las ganas al aire
hermanas amigas aliadas amantes
besándonos en las narices horrorizadas
de la señora que suspira con la telenovela turca
del señor de armadura y corbata
no nos quieren
empuñando las tijeras de Dalila
cortando por lo enfermo la saliva del Diablo
locas de Kerouac alborotando avisperos
pintando paredes
pidiéndoles explicaciones
a Dios y a la Patria
no nos quieren
destripando a Jack
nos quieren destripadas
ahorcadas apuñaladas
baleadas quemadas
rotas
nos quieren muertas
a ver si muertas
nos callamos de una vez por todas
YO VUELVO
A todas
Yo soy el verbo dolorido
que conjugaste a golpes.
El ángel que pudrió su desnudez
en una bolsa de basura.
La flor que tiraste en una zanja,
en un pozo,
en un agujero de terror y asco.
La madre que prendiste fuego.
Yo no estoy muerta, no.
Yo vuelvo.
Me limpio la sangre de la boca
con el beso de todos.
Me sacudo las arañas del pelo.
Me arranco de los ojos
la ceguera del barro.
Rehago mi matriz escarnecida,
desbarato el eclipse prematuro
que mancilló la luna de mi sexo.
Yo no estoy muerta, no.
Yo vuelvo.
Enciendo un cigarrillo.
Me río con el chiste que me contó una amiga.
Me pruebo algún vestido.
Tarareo una canción para mis hijos.
Me acurruco en la tibieza de mis padres.
Acaricio a mi perro.
Soy yo y soy todas las mujeres.
Soy yo de pie.
Yo vuelvo.
Te felicito por tu compromiso. Rosana Mazzoni
ResponderBorrarFue una noche muy intensa!!!!
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