TREINTA
Y TRES AÑOS
“Treinta y tres años, la edad de Cristo”,
repetía
mamá cuando hablaba de su viudez,
esa
cruz que arrastraba junto a la sonrisa rota,
la
bolsa del mercado
y los
tres hijos incomprensibles
que
querían ver la Pantera Rosa después
de enterrar al padre,
y
querían jugar,
y
lloraban
(jugaban
a llorar,
lloraban
jugando,
lloraban
viendo dibujitos
y
quejándose porque otra vez tenían que comer salchichas,
siempre salchichas,
siempre).
“Treinta y tres años”,
recalcaba,
y
exhibía sus cinco llagas
(la
sonrisa rota, la bolsa del mercado,
los
tres hijos húmedos).
Lo
curioso es que, cuando enviudó,
mamá
tenía treinta y dos.
Supongo
que el año que se sumaba
para
contar la historia
le
daban a su tragedia
ciertos aires de misticismo que la distinguían
entre
todas las tragedias del mundo.
“Treinta y tres años”,
insistía.
“Qué viejo era Cristo”,
pensábamos
nosotros.
“Qué vieja es mamá.
Cómo le tiemblan las manos
cuando nos peina.”
Arte: "La donna crocifissa", Mauro Guidotti
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