lunes, 26 de agosto de 2019

TREINTA Y TRES AÑOS



TREINTA Y TRES AÑOS

“Treinta y tres años, la edad de Cristo”,
repetía mamá cuando hablaba de su viudez,
esa cruz que arrastraba junto a la sonrisa rota,
la bolsa del mercado
y los tres hijos incomprensibles
que querían ver la Pantera Rosa después de enterrar al padre,
y querían jugar,
y lloraban
(jugaban a llorar,
lloraban jugando,
lloraban viendo dibujitos
y quejándose porque otra vez tenían que comer salchichas,
siempre salchichas,
siempre).

“Treinta y tres años”,
recalcaba,
y exhibía sus cinco llagas
(la sonrisa rota, la bolsa del mercado,
los tres hijos húmedos).
Lo curioso es que, cuando enviudó,
mamá tenía treinta y dos.
Supongo que el año que se sumaba
para contar la historia
le daban a su tragedia
ciertos aires de misticismo que la distinguían
entre todas las tragedias del mundo.

“Treinta y tres años”,
insistía.
“Qué viejo era Cristo”,
pensábamos nosotros.
“Qué vieja es mamá.
Cómo le tiemblan las manos
cuando nos peina.”


Arte: "La donna crocifissa", Mauro Guidotti

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