UNA MADRE TERRIBLE
Va a
ser una madre terrible, dijeron,
cuando mi embarazo se hizo
evidente
y las vecinas maliciosas afilaron
los colmillos
para preguntar
cuándo me había casado.
Terrible,
sí.
Demasiado
irresponsable,
demasiado
irreflexiva,
demasiado
emocional.
Voy a
ser una gran madre, dije yo,
y traté de rodearte de belleza:
caricaturas de Tex Avery,
música de Los Beatles,
historias de cronopios y famas.
Pero el oráculo del barrio no
se equivocó:
fui una madre terrible.
Dije que sí cuando debí decir
que no.
Dije que no cuando debí
abrazarte.
Y cuando no supe qué decir
me tiré en la cama a llorar
y no me levanté durante meses.
Vos tenías once o doce años
y no entendías.
Yo era una adulta
(demasiado irresponsable,
demasiado
irreflexiva,
demasiado
emocional)
y tampoco entendía.
Fui una madre terrible.
No supe
sembrar tu nombre en la luz.
De tu papá heredaste
los ojos verdes,
la nariz perfecta,
el contundente apellido
italiano.
De mí,
la lluvia que gira entre tus
dedos
como un trompo infeccioso.
Cronopios, famas, y ninguna esperanza.
Los pies fríos,
la duda irrazonable.
La tristeza.
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