HACE MIL BOCAS, MIL SUEÑOS, MIL PUERTAS
Hace mil bocas,
cuando esta boca no era
la madrastra del silencio,
me atreví a pronunciar tu nombre.
Lo degusté como una a fruta dulce.
Quizás ocultaba, entre sus hidromieles,
un dejo sutil de podredumbre,
pero mi lengua no se percató:
aún había demasiado verano entre mis manos
y los trenes llegaban a tiempo.
Hace mil sueños,
cuando este sueño no era
el caparazón del desamparo,
me atreví a remontar tu cuerpo.
Lo cabalgué como a un corcel de vidrio.
Quizás ocultaba, entre sus humedades,
una estaca de hielo,
pero mi carne no se percató:
aún había demasiado bullicio entre mis piernas
y los barcos llegaban a tiempo.
Hace mil puertas,
cuando todavía había puertas
esperando ser abiertas,
me atreví a cruzar el umbral de tu mirada.
Caminé tus ojos en el nido tibio
de una cama ajena.
Y fue bello sacudir las sábanas de la mañana
y recostar mi cabeza
en la almohada del
deseo,
a pesar de las dulzuras fermentadas
y los puñales gélidos.
Nadie me dijo nunca que la nostalgia
era más poderosa que el amor.
Nadie me dijo que después de mil bocas,
de mil sueños,
de mil puertas,
los trenes y los barcos se entretienen
en el temblor de un beso recordado
y se olvidan del tiempo y de la espera.
Nadie me dijo que los pactos rotos
penden sobre la luna con la fría mueca de una
espada,
y que al final de un viaje erróneo
no hay bocas, ni sueños, ni puertas,
sólo la costumbre torpe
de ir naciendo cada día
para morir cuando un ángel sin Dios
se incendia en el ruedo el crepúsculo.
Arte: Natalie Shau
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