HERMANO
PRÓLOGO
Este libro no es un libro más para Raquel, si bien cada libro se gesta
desde la profundidad de nuestro ser para que el poema crezca libre y diga lo
que tiene que decir; este libro nace de la hondura misma del dolor.
El dolor se desangra en el poema, el dolor
se come a las palabras. Las palabras,
sin embargo, se despuntan dejándose traspasar por el dolor mismo y así se
dicen. Por un lado, la excelencia de la
construcción poética, el sonido, la armonía en cada poema, las imágenes que se
transparentan en la crudeza del lenguaje.
El lector puede moverse en situaciones de la vida cotidiana dentro del
poema, sin caerse en ningún lugar común, aunque estas situaciones sean simples
como la que se plasma en el poema “Mamá llora”: “Porque esta vez me tocó a
mí juntar los juguetes.” El poema nunca decae, las
palabras están puestas en el lugar donde tienen que estar, esto es simplemente
una alusión a la forma, definiendo de esta manera que la autora lleva bien
puesto el nombre de Poeta. Lo que
configura la imagen que tomé como ejemplo, conlleva una carga poética donde se
condensa el poema mismo, al igual que “el
agujero en el mantel”: ese agujero atraviesa todo el poema, sin ese agujero
el mantel sería otra cosa.
Hay un hilo conductor en este
poemario. Sería muy sencillo decir “la muerte”,
pero ese hilo va más allá de la muerte misma, es lo que trae esa muerte, lo
que dice, lo que calla, lo que suda y se
convierte en polvo; el estado del duelo. Vuelvo a insistir, el lector puede
caminar por cada poema como si fuera suyo, puede deslizarse por cada palabra
sabiendo de lo que se está hablando. Este
libro llega a nosotros como un reflejo de lo que somos cuando el dolor nos
atraviesa y deja seca cada parte de nuestro cuerpo; cuando la desolación es la
única mirada que tenemos: es donde nuestro ser toca el límite de lo que somos,
llega al límite mismo de nuestra impotencia.
Desde ese límite, desde ese fondo, Raquel supo delinear cada verso,
Raquel pudo decirse con voz propia. Y
esa voz descubre a Raquel, la pronuncia, la hace una con ella. La autora se conforma en esa Voz Poética que
ya es su Voz.
Volviendo a la temática, ¿quién no ha
perdido a un ser amado? ¿Quién no ha pasado por un duelo? El poemario se abre tocando la profundidad de
la naturaleza del hombre, mostrando su finitud, queriendo calmar una sed que
desde la limitación humana no puede ser saciada. Cada poema nos pone cara a cara con lo que
somos, nos lleva a reconocernos en cada herida, en el dolor, en la nostalgia,
en la misma ira de no saber como sortear la imposibilidad, el desamparo; nos
lleva a “deshojar el vacío”. Hay que pasar esos “días con la frustración hecha tierra”.
Cada poema es un grito, un silencio que se
parte: “Partir el pan y el cuchillo”.
Cada palabra intenta un nuevo comienzo pero “la
tierra en la garganta finalizando historias” nos deja a mitad de camino,
todavía. Este lugar donde el poema
camina, donde trata de cerrarse: “elevo
mi nada a lo que no escucha” es tocar en cuerpo y alma el límite de lo que
somos, nuestra propia naturaleza, hasta donde llegamos y no podemos más.
“Dolió aprender a no
palpar la rosa”: en ese dolor podemos decir que “el poema está terminado”.
Al acercarnos a la poesía cruda y desnuda
de Raquel en este “Hermano”, se
presiente, se vislumbra, un abrir de puertas donde la autora no deja de ejercer
este oficio de Poeta al que fue llamada desde el otro lado de la tierra, donde nace la
esperanza.
Claudia Vázquez, poeta y cofundadora del Centro Cultural Alejandra Pizarnik
El dolor nos une. La vida y la esperanza también!
ResponderBorrarGracias por estar siempre, hermosa!!!!!!!
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