miércoles, 6 de junio de 2012

ADIÓS SIGNIFICA QUE DIOS ESTÁ CONTIGO / RAY BRADBURY


ADIÓS SIGNIFICA QUE DIOS ESTÁ CONTIGO


Era una mujer que tenía en la mano una escoba o una pala para la basura o un trapo o una cuchara para revolver. Se la veía amasando tapas de tarta en la  mañana, tarareando, o se la veía sacar las tartas cocidas al mediodía o entrándolas, frías, al anochecer. Ponía las tazas de porcelana en su lugar como un campanillero suizo. Ella se deslizaba por los corredores  a paso tan firme como el de una aspiradora, viendo, encontrando y ordenando las cosas. Hacía de cada ventana un espejo para reflejar el sol. Bastaba que recorriera una vez el jardín, azada en mano, para que, a su paso, las flores alzaran sus fuegos temblorosos al aire cálido. Dormía silenciosa y no se volvía más de tres veces en la noche, tan relajada como un guante blanco, el cual, al amanecer, volverá a una mano diligente. Al despertar, tocaba a la gente como pinturas, para enderezar sus marcos.
-¿Pero y ahora…?
“Abuela”, decían todos. “Bisabuela”.
Ahora era como si estuviera acabando finalmente una larga suma aritmética. Había rellenado pavos, pollos, pichones, caballeros y muchachos. Había lavado techos, paredes, inválidos y niños. Había colocado el linóleo, arreglado bicicletas, dado cuerda a los relojes, limpiado cocinas, bañado en desinfectante diez mil heridas. Sus manos habían volado por todas partes, suavizando esto, teniendo aquello, lanzando pelotas de béisbol. Golpeando con tacos de croquet, sembrando tierra negra o acomodando las cubiertas sobre buñuelos, guisos y niños despatarrados locamente en sueños. Había bajado persianas, apagado velas, movido interruptores y… Se había vuelto vieja. Mirando hacia atrás a treinta mil millones de cosas iniciadas, terminadas y acabadas, todo sumaba, daba un total; el último decimal colocado, el cero final lentamente caía en su lugar. Ahora, tiza en mano, se retiró un paso de la vida una silenciosa hora antes de tomar el borrador.
-Veamos- dijo la bisabuela-. Veamos…
Sin aspavientos ni alharaca recorrió la casa en un inventario circular, llegando por fin a la escalera y, sin ningún anuncio en particular, subió tres pisos hasta su cuarto silenciosa, se acostó como una huella fósil bajo las sábanas frescas como nieve de su cama y comenzó a morir.
Otra vez las voces:
“¡Abuela! ¡Bisabuela!”
El rumor de lo que estaba haciendo cayó por el pozo de la escalera, golpeó y esparció ondas por los cuartos, salió por las puertas y las ventanas y por la calle de los olmos hasta el borde del barranco verde.
“¡Vamos, vamos!”
La familia rodeó su cama.
-Déjenme descansar- susurró.

Su mal no podía verse en ningún microscopio, era un cansancio suave que iba siempre en aumento, un leve peso de su cuerpo de gorrión, somnolienta, de lo más somnolienta.
En cuanto a sus hijos y a los hijos de sus hijos, parecía imposible que con un acto tan simple, el acto más descansado del mundo, pudiera causar tal aprensión.
-Bisabuela, escucha, lo que haces es igual que si rompieras un contrato. Esta casa se caerá sin ti. ¡Debes darnos al menos un año de preaviso!
La bisabuela abrió un ojo. Noventa años miraron calmos a sus médicos como un fantasma de polvo de una alta ventana de una cúpula, en una casa que se vacía rápidamente.
-¿Tom…?
El muchacho fue enviado, solo, a su cama susurrante.
-Tom- dijo, con voz desmayada, lejana-, en los Mares del sur hay un día en la vida de todo ser humano cuando sabe que es hora de estrechar la mano de todos sus amigos y decir adiós e irse navegando y lo hace, y es natural, es su hora. Así es hoy. A veces soy tan como tú, sentada en las matinés de los sábados hasta las nueve de la noche cuando enviamos a tu padre a traerte a casa. Tom, cuando llega el momento de que los mismos vaqueros están disparando contra los mismos indios en la cima de la misma montaña, entonces es mejor plegar la silla e ir hacia la puerta, sin lamentos y sin caminar por el corredor mirando hacia atrás. Así que me voy mientras aún soy feliz y estoy entretenida.
Luego Douglas fue convocado a su lado.
-¿Abuela, quién va a arreglar las tejas del techo en la próxima primavera?
Cada abril, desde que existían los calendarios, se creía oír pájaros carpinteros golpeteando arriba de la casa. Pero no, ¡era la bisabuela, transportada de algún modo, cantando, clavando, reemplazando tejas, en lo alto del cielo!
-Douglas- susurró-, no dejes nunca que nadie arregle las tejas a menos que le resulte divertido.
-Sí, abuela.
-En abril mira en derredor y di: “¿A quién le gustaría arreglar el techo?”. Y el rostro que se ilumine es el que quieres, Douglas. Porque subido a ese techo puedes ver a todo el pueblo yendo hacia el campo y el campo hacia el borde de la tierra y el río que brilla y el lago de la mañana y pájaros en los árboles debajo de ti y lo mejor del viento que te ronda arriba. Cualquiera de esas cosas debería bastar para hacer que una persona quiera asirse a la rosa de los vientos en algún amanecer de primavera. Es una hora poderosa si lo intentas…
Su voz se redujo a un aleteo.
Douglas lloraba.
Ella se volvió a despertar.
-¿Por qué haces eso?
-Porque no estarás aquí mañana- dijo.
Ella giró un pequeño espejo de mano de su rostro al del muchacho. Él miró el rostro de ella y el suyo en el espejo y luego el de ella nuevamente y ella dijo:
-Mañana por la mañana me levantaré a las siete y me lavaré detrás de las orejas; correré a la iglesia con Charlie Woodman; haré un picnic en el Electric Park; nadaré, correré descalza, me caeré de los árboles, masticaré goma de mascar… Douglas, Douglas, ¡te debería dar vergüenza! ¿Tú te cortas las uñas, verdad?
-Sí, abuela.
-Y no gritas cuando tu cuerpo se recicla por completo cada siete años, viejas células muertas y nuevas células agregadas a tu dedo y tu corazón. ¿Eso no te molesta verdad?
-No, abuela.
-Bueno, entonces piensa, muchacho. El hombre que guardara los recortes de sus uñas sería un tonto. ¿Alguna vez viste que una víbora quiera guardar la piel vieja? Eso es más o menos todo lo que queda en esta cama hoy, uñas y piel de víbora. Bastaría un suspiro mío para que vuele hecha escamas por el aire. La cosa importante no soy yo acostada aquí, sino el yo sentado en el borde de la cama mirándome y el yo que está abajo haciendo la cena o en el garaje debajo del auto o en la biblioteca leyendo. Todas las partes nuevas cuentan. No estoy muriendo realmente hoy. Ninguna persona que tenga una familia muere. Estaré aquí por mucho tiempo. Dentro de mil años todo un pueblo de descendientes míos estará comiendo manzanas agrias a la sombra del gomero. ¡Ésa es mi respuesta a todo el que haga grandes preguntas! ¡Rápido, ahora, envía a los demás!
Por fin, toda la familia estaba allí, como gente que fuera a despedir a alguien a la estación de un tren, esperando en el cuarto.
-Bueno- dijo la bisabuela-. Aquí estoy. No soy humilde, así que me gusta verlos en torno de mi cama. Ahora la semana que viene hay que trabajar en el jardín y limpiar los roperos y comprar ropa para los niños. Y dado que la parte de mí que, por conveniencia, se llama bisabuela, no estará aquí para hacerlo, aquellas otras partes de mí llamadas tío Bert y Leo y Tom y Douglas, y todos los demás nombres, tendrán que hacerse cargo, cada uno de su parte.
-Sí, abuela.
-No quiero fiesta de Noche de Brujas mañana. No quiero que nadie diga nada dulce de mí; lo dije todo en mi momento, orgullosa. He probado todas las comidas y bailado todas las danzas, hay una última tarta que no he probado, una última melodía que nunca silbé. Pero no tengo miedo. Sólo curiosidad. La muerte no me hará tragar ni una miga que no vaya a saborear plenamente. Así que no se preocupen por mí. Ahora váyanse todos y déjenme encontrarme con mi sueño…
En alguna parte se cerró suavemente la puerta.
-Así está mejor-. Sola, se acomodó gratificada bajo las mantas como si fueran un cálido médano de nieve, lino y lana, sábana y frazada, y los colores de la colcha de retazos eran brillantes como los banderines de los circos de antaño. Acostada allí se sentía tan pequeña y secreta como en esas mañanas de hacía ochenta y tantos años cuando, al despertar, retozaba sus huesos tiernos en la cama.
Hace mucho tiempo, pensó, soñé un sueño y lo estaba disfrutando cuando alguien me despertó y ése fue el día que nací. ¿Y ahora? Ahora veamos… Lanzó su mente hacia atrás. ¿Dónde estaba? Noventa años… ¿Cómo retomar el hilo y el patrón de aquel viejo sueño perdido? Extendió una mano pequeña. Allí… Sí, eso era. Sonrió.  Hundida más en su pequeña colina de nieve cálida giró la cabeza sobre la almohada. Así estaba mejor. Ahora, sí, ahora iba tomando forma en su mente silenciosa, y la serenidad de un mar moviéndose por una costa interminable, refrescándose a sí misma. Ahora dejó que el viejo sueño la tocara y la alzara de la nieve y la llevara a la deriva por la cama que apenas recordaba.
Abajo, pensó, están lustrando la platería, y removiendo en el sótano y quitando el polvo de los corredores. Podía oírlos viviendo por toda la casa.
-Está bien- susurró la bisabuela, al flotar con el sueño-. Como todo lo demás en esta vida, es como debe ser.
Y el mar se alejó  por la orilla.


RAY BRADBURY, “LIBRO PARA INSPIRAR A CURAS, RABINOS Y PASTORES DESANIMADOS”




Arte: ErinEitter Kono


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